El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, se erigió durante los últimos años en una figura polémica: temido y querido a partes iguales, el político turco, que lleva dos décadas en el poder, se enfrentó con éxito al mayor desafío electoral desde que asumió el cargo.
El presidente turco, apodado "Reis" (Jefe) por sus partidarios, combina desde 2003 diversas facetas -políticas, religiosas, populares- que pueden explicar su permanencia desde hace dos décadas en la cima de este estratégico país en el cual confluyen Europa, Medio Oriente y el Cáucaso.
El presidente conservador, acusado de "hiperpresidencialismo", declaró este 28 de mayo su victoria en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, lo que le permite continuar 5 años más en el poder.
Erdogan, de 69 años, inició su carrera política en los años 60 en el seno del activismo islamista, pero no fue hasta 1994 que se convirtió en alcalde de Estambul. Sin embargo, su ascenso político se vio temporalmente frustrado por el golpe de Estado de 1998.
Si bien ahora se convirtió en el político turco que más tiempo pasó en el poder, no fue hasta la década de los 2000 que fundó el gubernamental Partido Justicia y Desarrollo (AKP).
La sólida victoria del partido en las elecciones parlamentarias de 2002 condujo a Erdogan a la jefatura del Gobierno, un puesto que no abandonaría hasta once años después debido al límite de mandatos consecutivos establecido en la Constitución turca.
En 2017, Erdogan, que logró dos años antes ser elegido presidente por voto popular, decidió ir un paso más allá; cosechó una nueva victoria en un referéndum que le permitió poner en práctica un viraje hacia un modelo presidencialista que dejaba fuera de juego la figura del primer ministro y le permitía aunar poderes.
También apodado "el sultán" jefe de Estado turco, que respaldó un modelo puramente conservador que cosechó muchas críticas desde la oposición y sectores minoritarios de la sociedad turca, alejó al país de la senda secular establecida por Kemal Ataturk, fundador de la república y figura indispensable para la política turca.
No obstante, los acontecimientos de los últimos años empezaron a pasarle factura a un presidente cada vez más autoritario y represivo que podría sufrir ahora las consecuencias de una respuesta que muchos consideran laxa y caótica ante las crisis y desastres que golpearon a la población.
A medida que Erdogan trata de situar a Turquía como mediador a nivel internacional, especialmente en conflictos como la invasión rusa de Ucrania, todo apunta a un descenso -paulatino pero consistente- de su popularidad, algo que se hizo notar también en el seno de la OTAN, donde sigue poniendo trabas a la adhesión de Suecia por no cumplir con sus demandas.
Son muchas las voces que llevan años alertando de que la democracia turca, históricamente frágil, se encuentra en peligro. Su gobierno aumentó notablemente las medidas contra los disidentes, que acusan a Erdogan de silenciar a periodistas, activistas y opositores, especialmente a raíz del intento de golpe de Estado de 2016.
La intentona golpista propició que el Gobierno pusiera en marcha una dura campaña de arrestos que ha acabado con miles de personas entre rejas. Así, en los últimos 20 años de poder, Erdogan colocó al país al frente de un abismo autoritario que llevó al poder judicial a estar bajo su ala.
Este caso se materializó en 2022 con la condena e inhabilitación del alcalde de Estambul, el socialdemócrata Ekrem Imamoglu, en lo que constituyó en gran medida en nuevo intento por parte del Gobierno de dejarlo fuera del tablero electoral.
Erdogan el Constructor
Erdogan llenó Turquía de puentes, autopistas y aeropuertos, impulsando al país hacia el siglo XXI a gran velocidad y estimulando un crecimiento económico excepcional en su primera década en el cargo, que propició el surgimiento de una nueva clase media.
Varios proyectos ilustran la ambición megalómana del jefe de Estado --que hizo construir un palacio de más de mil habitaciones en una colina boscosa de Ankara--, como el tercer puente sobre el Bósforo y la estructura que cruza desde 2022 el estrecho de los Dardanelos (4,6 km), el puente colgante más largo del mundo.
La gigantesca mezquita de Camlica (30.000 plazas) en Estambul, con sus minaretes de 107 metros de altura, se suma al tercer aeropuerto de la ciudad, inaugurado en 2018, así como las líneas ferroviarias de alta velocidad, las centrales hidroeléctricas y térmicas y la primera central nuclear del país, inaugurada días atras.
El "loco proyecto", según sus palabras, del Canal de Estambul (45 km de largo y 275 m de ancho), que quiere perforar en paralelo al Bósforo, sufre sin embargo de falta de fondos.
Erdogan, el futbolero
En el barrio obrero de Kasimpasa, de Estambul, el joven Recep Tayyip Erdogan se crió en duras condiciones y, según cuenta la leyenda, se desahogaba dando patadas a un balón hecho de trapos y papel.
De adolescente, su elevada estatura (1,85 m) le convirtió en un delantero centro codiciado por clubes locales y se ganó ofertas de clubes profesionales como el prestigioso Fenerbahçe de Estambul.
Pero su padre, un austero marinero del Mar Negro, le obligó a cursar estudios religiosos. Erdogan renunció al fútbol a regañadientes, pero permaneció cerca de los estadios, exhibiéndose junto a los mejores jugadores turcos.
En 2014, personas cercanas a su partido AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo, islamoconservador) adquirieron el club Basaksehir Istanbul, que ganó el campeonato nacional por primera vez en 2020.
Erdogan, un hombre piadoso
En la Turquía laica fundada por Mustafá Kemal Atatürk, Erdogan asistió a las primeras escuelas religiosas públicas que combinaban el estudio del Corán con asignaturas laicas. Su formación en un colegio de predicadores influyó mucho en su ascenso.
El islam fue un elemento movilizador de su electorado, al igual que su partido, el AKP. El líder turco promueve la piedad, se erige en defensor de la familia, a la que considera amenazada por los movimientos de emancipación de la mujer y el colectivo LGTBQ+.
Cuando era alcalde de Estambul (1994-1998) limitó la venta de alcohol y, además, autorizó que las mujeres se cubriesen la cabeza con un pañuelo en la universidad y en la función pública.
En 2020, convirtió en mezquitas la antigua basílica de Santa Sofía y la antigua iglesia de San Salvador de Cora, en Estambul.
Erdogan, un gran orador
Erdogan sacó el máximo partido de su habilidad en el trato con las multitudes en directo y por televisión: es capaz de celebrar hasta ocho actos políticos en un día, arengando sin cesar, besando a bebés en el escenario o abrazando a ancianas.
Los medios progubernamentales retransmiten en directo todos sus discursos.
Según el Consejo Supremo de Radio y Televisión (RTÜK), entre el 1 de abril y el 1 de mayo, la televisión estatal TRT dio 32 horas de cobertura en directo a los discursos presidenciales y 32 minutos a su rival de la oposición, Kemal Kiliçdaroglu.
La reciente clasificación anual de la libertad de prensa de Reporteros sin Fronteras (RSF) situó a Turquía en el puesto 165 de 180, lo que supone una caída de 16 puestos en un año.
Erdogan, un negociador internacional
Erdogan supo utilizar la posición única de Turquía entre Europa y Oriente Próximo y convertirse en guardián de la orilla sur del Mar Negro.
Desde el comienzo de la ofensiva rusa en Ucrania, a pesar de que Turquía es miembro de la OTAN, Erdogan se mostró cuidadoso de sus relaciones con ambas partes y mantuvo contacto con su homólogo Vladimir Putin, de quien depende para las necesidades energéticas del país.
En cambio, se enemistó con la mayoría de sus vecinos: de la Siria de Bashar Al Asad hasta el Egipto del mariscal Al Sisi, pasando por Grecia, Irak, Israel y los países del Golfo.
Pero en los últimos dieciocho meses emprendió una vasta campaña de reconciliación con la mayoría de ellos.
ds