MEDIOS
Discurso

Análisis de Jorge Fontevecchia sobre "periodismo y democracia, a 35 años de su recuperación"

Basta ver el estado del periodismo y la independencia de los medios de comunicación de un país para diagnosticar el grado de democracia de esa sociedad y su sistema político.

Fontevecchia durante la encuentro dedicado a analizar el periodismo en la democracia.
Fontevecchia durante la encuentro dedicado a analizar el periodismo en la democracia. | Cedoc

Los medios de comunicación y dentro de ellos especialmente los que hacen periodismo, son el verdadero síntoma de la democracia. Cuando Thomas Jefferson, al escribirle a un amigo, dijo: “si tuviera que elegir, preferiría periódicos sin gobierno a gobierno sin periódicos”, mostró el núcleo de la naciente democracia en Estados Unidos. Y no es casual que en ese mismo país doscientos treinta años después haya un presidente, Donald Trump, que llame al periodismo “enemigo del pueblo” y el profesor de Teoría Política de la Universidad de Harvard,  Yascha Mounk, publique un libro titulado  “El pueblo contra la democracia” refiriéndose al populismo norteamericano. Es que periodismo y democracia son dos caras de la misma moneda por eso los populismos tanto de derecha como de izquierda, sea Bolsonaro y Chávez, o Trump y Correa, combatieron a los medios de comunicación y a los periodistas al asumir.

No existe mejor lugar desde donde poder levantar la voz para decir que periodismo y democracia son lo mismo, que en este Congreso Nacional porque son los parlamentos la institución de la democracia representativa por excelencia. En las dictaduras como las que tuvimos hasta hace 35 años había Poder Ejecutivo, claro, y hasta Poder Judicial que a veces se daban el lujo, incluso, de mantener la misma Corte Suprema, pero lo que no había, porque se había  cerrado, era el Congreso.

La democracia representativa precisamente expresa su representación en el Poder Legislativo, es en este cuerpo colegiado donde los distintos sectores de la sociedad con legítimos intereses en conflicto median sus diferencias, se enriquecen mutuamente con la razón del otro y de esa mediación surge el consenso de una mayoría siempre cambiante. Si la mayoría no fuera cambiante, si no hubiera intereses en pugna que representar porque se estableció una hegemonía perenne, no habría nada que mediar, por eso no hay medios de comunicación independientes en las dictaduras ni en los sistemas de partido único sin división de poderes; o en los populismos quedan pocos medios independientes y son combatidos.

Los medios de comunicación son los constructores y difusores de los distintos argumentos que luego serán debatidos en el Congreso, la tarea de mediación comienza primero en los medios para alcanzar su cenit en el debate legislativo.

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Al revés, ya sea en la China actual, o en la Rusia soviética, la existencia de un partido único indica que no hay mediación que producir, porque esencialmente se considera legítimo solo un interés, hay solo una verdad y nada que discutir. Los órganos colegiados, el congreso del partido chino o los soviet en Rusia del siglo XX, son la expresión simbólica de la voluntad unificada del pueblo y no un órgano de deliberación de voluntades contrapuestas en búsqueda de acuerdos.

Por eso allí los medios de comunicación no son independientes de Estado y su tarea de difusión está más cerca de la propaganda. Lo mismo pasa con la Justicia, donde los jueces son nombrados y removidos por el poder unificado. Por eso cuando recientemente el presidente de nuestra Corte Suprema, Carlos Rosenkrantz, conjeturó que la mala imagen de la Justicia en Argentina puede ser resultado de la prensa, debo decirle que, desgraciadamente, la imagen de la justicia y de la prensa independientes van en paralelo porque no hay justicia independiente sin prensa independiente y no hay prensa independiente sin justicia independiente, nuevamente, porque democracia representativa, o sea aquella con división de poderes, y periodismo son dos caras de la misma moneda.  

El populismo al desarrollarse dentro del sistema de democracia representativa la subvierte en democracia delegativa donde no se representa sino que se sustituye. El populismo, al no poder contar con un sistema de partido único busca crear una hegemonía lo suficientemente inalterable que le permita obtener una posición dominante que le haga factible imponer una idea única, donde tampoco habrá nada que mediar y el Congreso se transforme en la tan usada metáfora de escribanía, a los fines no muy distinta de los legislativos de partido único con quien comparte la misma visión totalitaria aunque con diferencias en las proporciones.

Medios de comunicación y mediación, mediación y representación, representación y conflicto de intereses, conflicto de intereses y pluralidad construyen una cadena de significantes que desemboca en democracia. Sin pluralidad y sin medios de comunicación que la reflejen no hay democracia. Por eso basta ver el estado del periodismo y la independencia de los medios de comunicación de un país para diagnosticar el grado de democracia de esa sociedad y sus sistema político.

La democracia parte de aceptar el carácter conflictual de toda sociedad, aceptar la diversidad resolviendo la atávica tensión entre igualdad y libertad mediando, no uniformando. Resolviendo las diferencias, los conflictos, los intereses contrapuestos agonistamente pero no antagonistamente como hace populismo ni, menos aún, eliminando siquiera la noción misma de disenso como hace el sistema de partido único.

Así como en el siglo XIX Clausewitz decía que “la guerra era la continuación de la política por otros medios» y en el siglo XX Foucault le devolvía diciendo que “la política es la continuación de la guerra por otros medios”, en el siglo XXI son los los medios la continuación de la política.

Es el periodismo y el campo de la palabra, el lugar determinante donde se desarrolla la democracia porque si hubiese literalidad última, no habría hegemonía, porque para tener hegemonía se necesita que los objetivos sectoriales de un grupo operen como en nombre de una universalidad que los trascienda. Si el nombre (significante) estuviera tan unido al concepto (significado) no habría posibilidades de desplazamiento ni de ninguna rearticulación hegemónica.

No hay poder sin decorados, escribió Tomás Abraham junto con Alain Badiou y Richard Rorty en Batallas éticas “porque no hay poder sin una verdad que enunciar y mostrar. La dominación de los hombres requiere algo más que la exposición de la fuerza, el terror es insuficiente, se necesita una narración, un relato, un mito, alguna ciencia, el enunciado de una verdad que se atribuya al poder y al poderoso” por eso en el siglo XXI ya casi son inexistentes formas de acceso al poder por golpes de estado o revoluciones.

Pero aunque los autoritarismos utilicen la vestimenta de democracia hay que distinguir con claridad aquellas donde la pluralidad y alternancia en el poder existen, de aquellas que simplemente cumplen las formalidades de las elecciones y sus cuerpos colegiados tienen mínima autonomía. En el fondo es distinguir entre aquellos países donde hay medios independientes y libertad de prensa de aquellos donde no lo hay y la democracia aun es incompleta.

Escribió Gianni Vattimo: “¿Qué sentido tiene la libertad de información, o incluso la mera existencia de más de un canal de radio y televisión, en un mundo en el que la norma fuera la reproducción exacta de la realidad, la perfecta objetividad y la total identificación del mapa con el territorio?” Y agrego yo: ¿qué sentido tendría el Congreso, el debate, la representación de partes, y el pluralismo si no hubiera legítimas interpretaciones en disidencia? También, la cercanía etimológica entre los términos  “sema”, significación, y “soma”, cuerpo, indica que los seres humanos no nacemos en la naturaleza sino en la cultura.

La historia es la historia de la materia hecha consciencia porque la mente constituye la última etapa del desarrollo natural, la etapa en la cual la naturaleza se vuelve autoconsciente y la civilización es un proceso mental por el cual la mente se conoce a sí misma. El periodismo como primer borrador de la historia refleja la objetificación del pensamiento que hace a los seres humanos tomar las elecciones que, combinadas, construyen su forma de organización social. Así,  la historia como el periodismo alcanza su mayor utilidad cuando es  historia del sentido para poder explicar qué significa lo que pasó y pasa.
 
Este domingo en la editorial del diario Perfil escribí que “a 35 años de nuestra recuperación de la democracia, si Alfonsín viviera hoy, imagino que seguiría luchando por conciliar "lo útil y la felicidad (el utilitarismo), el sujeto y lo universal (el Estado de derecho), la ciencia y la política (el positivismo) y la historia y la evolución (el progreso)”. Creo que Raúl Alfonsín tenía razón cuando prescribía hace 35 años que  “con la democracia se come, se cura y se educa”. Hacerlo realidad es tarea de la política y de uno de sus principales actores: el periodismo. Por eso los medios de comunicación independientes son una de las instituciones fundamentales de la democracia.