Algunos recuerdan que hace un año comenzó la crisis económica de Macri con la fatídica conferencia de prensa del jefe de Gabinete junto al presidente del Banco Central y los ministros del área económica. Otros asociarán diciembre con que estamos a un año de la asunción de un nuevo gobierno. Pero este 10 de diciembre, además, se cumplen 35 años de la recuperación de la democracia, en un momento en que el significado de la palabra democracia está en discusión. No es la misma la democracia de Macron, donde los chalecos amarillos nos hacen recordar a los argentinos que compartimos nuestros revoltosos genes latinos con los franceses, que la democracia de China, donde el disenso está tan controlado que Europa y Estados Unidos suponen que Huawei, el segundo mayor productor mundial de teléfonos inteligentes, los fabrica dándole acceso directo a la seguridad del Estado chino para monitorear secretamente a todos sus usuarios.
La detención en Canadá de Meng Wanzhou, la CFO de Huawei, hija y heredera de su fundador, a pedido de Estados Unidos, acusada de haber utilizado una subsidiaria norteamericana para transgredir la prohibición de vender equipamiento a Irán durante el bloqueo, es interpretada por China como una excusa. Creen que lo que verdaderamente se busca es "detener el progreso de Huawei en el mercado de 5G". Previamente, Estados Unidos había prohibido a Huawei participar de proyectos de infraestructura por cuestiones de seguridad nacional; también la Unión Europea manifestó idéntica preocupación con las firmas chinas de tecnología, a lo que se sumó Japón.
A pesar de que el liberalismo político nació un siglo antes que el económico, los ejemplos de los Tigres Asiáticos (Corea, Singapur, Taiwán) y el Chile de Pinochet, donde hubo libre mercado con dictaduras pero la competencia económica llevó décadas después a la competencia política, hicieron suponer que China terminaría siendo una democracia con alternancia en el gobierno de diferentes partidos y división de poderes porque sus ciudadanos, acostumbrados a elegir qué consumir, terminarían queriendo elegir también en política y, como en Francia, se harían oír hasta lograr sus fines.
El Estado es primero una tiranía y, cuando las personas aprendieron a obedecer, la sustituye la ley, pensaba Hegel.
Pero el combo tecnológico de inteligencia artificial, cámaras, reconocimiento facial y celulares que monitorean a los ciudadanos en todo momento, y hasta anticipan sus deseos conociendo a sus propietarios mejor que ellos mismos, ha creado una nueva herramienta de control social que permite la coexistencia más longeva de liberalismo económico sin liberalismo político. Y el crecimiento económico chino al doble y al triple del crecimiento económico de Europa y Estados Unidos es el espejo en el que se miran los populismos de derecha e izquierda promoviendo la adaptación de la receta china a Occidente: cambiar menor libertad política por mayor crecimiento económico, para resolver el estancamiento del capitalismo en los países desarrollados, culpando de la pérdida de competitividad a todo significante de lo políticamente correcto: el respeto a las minorías, por tanto a la división de poderes que garantiza esas defensas, especialmente la independencia de la Justicia y los medios.
También las empresas norteamericanas de tecnología están acusadas de informar a los servicios de inteligencia de su país –en su libro Sin un lugar donde esconderse lo denunciaba hace años Edward Snowden–, pero China directamente promulgó una ley donde abiertamente se obliga a las empresas tecnológicas a "cooperar con los servicios de inteligencia", y no hay oposición política interna que pueda ejercer un contrapeso.
Bien representativo de la China post lucha de clases es que el hombre más rico de sus país, Jack Ma, dueño de Alibaba, el Mercado Libre de China, con una fortuna personal de 40 mil millones de dólares, se afilió al Partido Comunista. El significado de comunista, como el de democracia, es cada vez más polisémico. Ya en la época de la Cortina de Hierro, los países comunistas se llamaban a sí mismos democráticos, como Alemania Oriental, porque asociaban la democracia con la igualdad. Mientras que los países capitalistas asociaban la democracia con la libertad. La tensión entre igualdad y libertad (libertad negativa como ausencia de coacción) es la fuerza del progreso político de la humanidad.
El Parlamento no es una institución mediadora o representativa en China, sino la autoexpresión del poder del gobierno.
Alfonsín, con su célebre promesa de la primera campaña electoral posdictadura, diciendo que "con la democracia se come, se cura y se educa", propuso como democracia una conjunción de libertad e igualdad de oportunidades que a 35 años de pronunciada nunca se pudo consumar, con un tercio de los argentinos en la pobreza y fuera de las posibilidades de ascenso social. Y fue la crisis de 2002, con el crecimiento de la pobreza casi a los niveles actuales, la que justificó que el kirchnerismo llevara adelante una democracia más delegativa (el gobernante sustituye al votante) que representativa (el gobernante lo representa y es apenas su delegado).
El debate de la política gira alrededor de la crisis de representación, cuya principal causa es la falta de eficiencia económica de las democracias occidentales desde la caída del Muro de Berlín, hace casi treinta años, en contraste con la de China, donde esencialmente no existe la dimensión conflictual. Tras la extinción de la ex Unión Soviética, la financiarización fue desarmando el Estado de bienestar en los países desarrollados, generando una "acumulación por desposesión" de los menos ricos hacia el 1% más rico
La democracia representativa, con su división de poderes, asume la confrontación agonista como inmanente a la sociedad y resuelve pacíficamente el conflicto de intereses en las instituciones donde representarlos. El modelo chino, en parte por la enormidad de su población, asume la imposibilidad de procesar intereses en conflicto y su Parlamento y su Justicia no son instrumentos de mediación. De la misma forma que no hay nada que mediar, tampoco hay medios de comunicación independientes que vengan a sumar argumentación a esa mediación. Mientras el modelo chino erradica el concepto partisano de la política y sofoca la noción de rebeldía en su población, el populismo "resuelve" el problema transformando el agonismo en antagonismo: en lugar de una lucha entre adversarios, una lucha entre enemigos, donde ni siquiera hay consenso en la normas aceptadas para llevar adelante la lucha en defensa de intereses contrapuestos. En ambos casos, es la diferencia entre una visión totalizadora y otra pluralista.
Pero a 35 años de nuestra recuperación de la democracia, si Alfonsín viviera hoy, imagino que seguiría luchando por conciliar "lo útil y la felicidad (el utilitarismo), el sujeto y lo universal (el Estado de derecho), la ciencia y la política (el positivismo) y la historia y la evolución (el progreso)".