El investigador principal del Conicet, Agustín Salvia, adelantó la presentación del informe "Deudas sociales en la Argentina del siglo XXI (2004-2024). Fin de ciclo y futuro abierto" y analizó el impacto de los ciclos históricos en la crisis actual del país. “Después de 20 años, una Argentina en crecimiento, contrafácticamente hablando, podría haber erradicado las necesidades básicas insatisfechas. Pero no lo hizo", afirmó. Además, destacó que “aunque el indicador de Necesidades Básicas Insatisfechas bajó de 20% a 9%, esto no bastó para erradicar la pobreza estructural”. "La pobreza y la indigencia está bajando por el mero efecto estadístico de la caída de precios, pero va a encontrar un piso rápido", expresó en Modo Fontevecchia, por Net TV, Radio Perfil (AM 1190) y Radio Amadeus (FM 91.1).
Agustín Salvia es investigador principal del CONICET, director del Observatorio de la Deuda Social de la UCA, sociólogo especialista en temas de estructura social, y especialmente en los hogares de menores recursos con exclusión juvenil, estrategias de evaluación de políticas sociales.
El jueves 5 de diciembre Salvia presentará el informe “Deudas sociales en la Argentina del siglo XXI (2004-2024). Fin de ciclo y futuro abierto” que mostrará los nuevos resultados de la Encuesta de la Deuda Social Argentina (EDSA). ¿Cuál es tu balance sobre este informe que se va a presentar ahora?
Hay un historiador, Braudel, que cuenta que, incluso entre sus teorías sobre la historia, existen diferentes maneras de contar los hechos en términos de que hay distintos ritmos en la historia, distintos tiempos y ciclos, y que un mismo hecho puede ser inscrito en distintos contextos dependiendo de su temporalidad, del ciclo de temporalidad que se considere.
En este caso, la Argentina hoy se explica, en buena medida, por largos ciclos históricos. Pero nosotros recortamos aquí, quizás arbitrariamente, aunque encontrándole un sentido y una explicación teórica, metodológica, incluso empírica, que la posconvertibilidad —es decir, la salida de la convertibilidad y los modelos o el modelo político-económico que se fue construyendo a lo largo de ese ciclo— entró en crisis: crisis económica, política, social, incluso, creo, hasta cultural. Estamos transitando esa crisis.
Haciendo un balance de ese período de posconvertibilidad, más allá de cuánto varió estadísticamente la pobreza por ingresos, la comparación entre censos —datos del INDEC entre 2001, 2010 y 2022— marca que, incluso, el indicador más sólido de pobreza, que es el NBI (Necesidades Básicas Insatisfechas), bajó de 20 puntos a 9 puntos. Y eso refleja una mejora en términos de condiciones de vida. Sin embargo, es cierto que ese indicador es muy pobre para medir todos los procesos de progreso. Incluso podríamos pensar que, después de 20 años, una Argentina en crecimiento, contrafácticamente hablando, podría haber erradicado las necesidades básicas insatisfechas, que es esa pobreza extrema y esa marginalidad. Pero no lo hizo. En cambio, lo que fue haciendo fue cristalizar bolsones de marginalidad o de exclusión social, consolidando una sociedad argentina mucho más fragmentada que la de hace 20 años.
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Tenemos una cúpula —un tercio superior de la estructura social— que participa activamente de los procesos de globalización e incluso de los procesos económicos más o menos virtuosos. Este sector tiene capacidad para defenderse de los ciclos negativos e, incluso, aprovecharlos como una oportunidad para concentrar y tener movilidad ascendente.
Luego, tenemos un tercio intermedio de clases medias vulnerables y empobrecidas en términos relativos. Tal vez no caen en líneas de pobreza extrema, pero sí experimentan un deterioro en su capacidad de ahorro, de inversión en capital humano y físico. Este tercio intermedio ha sido golpeado por la inflación y se ha empobrecido históricamente en los últimos 20-24 años.
Finalmente, tenemos un tercio inferior de la sociedad argentina, que, aunque heterogéneo, ha sido crónicamente pobre en términos de ingresos y capacidad de consumo. Tiene muy pocas posibilidades de revertir su situación debido a una economía informal de baja productividad, acompañada por una fuerte asistencia pública. Dentro de este grupo, la "crema" del segmento inferior pudo transitar momentos mejores durante los primeros años de la reactivación poscrisis de la convertibilidad, también en 2011-2012 o en 2017. Sin embargo, estos fueron solo momentos, es decir, siempre en burbujas de consumo.
Lo mismo ocurrió con la clase media baja. Esta franja, afectada por los procesos de cambio tecnológico, globalización y las nuevas dinámicas económicas, también experimentó mejoras en ciertos períodos. Pero, fuera de esos momentos, volvió a enfrentar vulnerabilidades estructurales. Actualmente, podríamos pensar que no estamos en una burbuja de consumo, sino en una financiera, con baja inflación, que deja un soporte temporal para estas clases medias bajas y sectores populares, con posibilidades de pensar que hay un futuro mejor que el pasado.
La Argentina ha quedado fragmentada después de estos 20 años, con mayores desigualdades. No necesariamente reflejadas en índices como el de Gini, pero sí evaluables en términos de las distintas posibilidades de desarrollo, progreso social y humano entre los segmentos sociales. Además, hay una semiótica distinta entre estos grupos, lo que dificulta la comunicación entre ellos.
¿Cuál sería tu conclusión si tomamos los 20 años anteriores a este período, desde 1983 hasta 2003? Si miramos desde 1983, con la recuperación de la democracia, hasta 2003, podemos observar ciertos períodos de crecimiento económico razonable, como con el Plan Austral, aunque con crisis hacia el final de los 80. Durante esos 20 años, podríamos decir que hubo unos 4 o 5 años de crisis económica y unos 15 de mejora relativa. En cambio, en los últimos 20 años, solamente hubo unos 5 de mejora económica. Entonces, el ciclo largo de la historia argentina muestra que las dos décadas anteriores fueron mejores que las últimas.
Hay dos momentos clave de transformación estructural en la Argentina contemporánea: uno con la dictadura y el proceso de apertura comercial y financiera, que causaron desindustrialización y un aumento rápido de la pobreza en los años 70 y 80. Dado que sólo la desindustrialización llevó del 7% al 20% de la pobreza. El otro es el posconvertibilidad, que se prometía transformador, pero consolidó desigualdades y problemas estructurales.
El proceso de recuperación de la democracia en los 80 fue complejo, y aunque la hiperinflación fue un desafío, hubo una idea de que la fragmentación social podría revertirse. Sin embargo, no se encontraron las coaliciones políticas ni el contexto internacional favorable para hacerlo. Eventualmente, la convertibilidad se implementó, y aunque hubo un crecimiento económico en los 90, esa expansión se basó principalmente en el consumo, lo que no resolvió los problemas estructurales del país. La convertibilidad ayudó a estabilizar la economía, pero no alcanzó para resolver la pobreza estructural, y los sectores más vulnerables fueron los más perjudicados por las crisis sucesivas.
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Podemos pensar que la convertibilidad habría sido una salida, pero también es claro que hubiera sido mejor salir de ella más rápidamente. Los factores políticos fueron los que dificultaron esa transición. De todos modos, a fines de los 80, con la crisis de la convertibilidad ya en marcha, se vislumbraba la posibilidad de un cambio, pero siempre contrafáctico. La posibilidad de revertir la crisis estaba latente, aunque nunca se concretó de forma eficaz.
En la década del 2000, la crisis de 2001-2002 fue el punto culminante de este ciclo. Luego, con la llegada del kirchnerismo, hubo una promesa de que la Argentina podía estabilizarse a través de un modelo basado en el consumo y la sustitución de importaciones. Sin embargo, este modelo no fue sostenible a largo plazo. Al final, el modelo se basó demasiado en el consumo, y la inversión nunca alcanzó el nivel necesario para resolver los problemas estructurales de la economía. La deuda externa, la inflación y la falta de inversión pública agravaron aún más la situación.
Estamos ante un fin de ciclo. La pregunta es si es un fin de ciclo de este tiempo medio o de un tiempo más largo que comienza en los 70. Es cierto que no podemos predecir con certeza el futuro, pero podemos ver que, como sucedió en 1988-1992 y en 2001-2003, hoy también se abre una posibilidad de transformación. Este fin de ciclo podría marcar el agotamiento de una etapa de deterioro estructural, dando paso a un nuevo período de expansión, crecimiento sostenido, mayor inclusión social y movilidad intergeneracional. No lo digo por lo que el gobierno esté haciendo o diciendo, sino por la crisis estructural que experimenta el sistema, que está empujando hacia una posible transición.
Antes hablábamos de las previsiones para 2030, ¿cómo ves ese escenario? Las previsiones indican que, a partir de que maduren las inversiones en minería y Vaca Muerta, la tradicional falta de dólares que ha aquejado a la Argentina durante todo el siglo XX podría desaparecer. Si esto se concreta, las exportaciones por habitante podrían aumentar un 50%, y las exportaciones de energía podrían quintuplicarse. Esto podría cambiar radicalmente la situación económica de la Argentina. El presidente que esté en funciones entre 2027 y 2031 podría enfrentar una situación inédita.
Exactamente. Y con equilibrio macroeconómico y una inflación baja, lo que podría ser, el sueño del pibe. Sin embargo, también debemos considerar que, incluso en ese escenario de crecimiento exportador, las desigualdades estructurales seguirían presentes.
Para que haya un crecimiento inclusivo, sería necesario una redistribución de las capacidades de inversión hacia la economía informal, generando pequeñas y medianas empresas más productivas que puedan motorizar el empleo en los grandes centros urbanos. Esto requiere una política pública activa, porque los mercados por sí solos no lo harán.
En la Argentina del futuro, con una matriz agro-minera-exportadora, claramente habrá espacio para el 30% superior de la sociedad, y quizás también para un segmento del 30% intermedio. Pero el 30% inferior, que sigue dependiendo de la economía informal y de los programas sociales, mantendrá una situación de marginalidad estructural. Esto generará una sociedad muy desigual. América Latina está marcada por estas desigualdades, pero no es la Argentina que uno desearía, que pensaría como un modelo de crecimiento con inclusión social. Para que eso ocurra, sería necesario un esfuerzo mucho mayor en la redistribución de capacidades, no solo de ingresos, sino de oportunidades de inversión y trabajo en la economía informal.
Lo que se necesita es una política pública que fomente la creación de pequeñas y medianas empresas productivas. Esto sería fundamental para generar empleo sostenible en los sectores populares y urbanos. Pero esto no se logrará solo con medidas de mercado, sino con un esfuerzo político para integrar a estos sectores en la economía formal, asegurando que puedan desarrollarse. Si no se toma esa dirección, la desigualdad estructural se mantendrá.
Alejandro Gomel: El jefe Gabinete Guillermo Francos esta semana en el Congreso dijo que estamos entrando en una escalera descendente de la pobreza. ¿Esto lo están viendo ustedes?
Sí, es un efecto estadístico. A veces no se siente en el bolsillo porque cambia la estructura del presupuesto familiar. Los mayores costos fijos vinculados a la comunicación, el transporte y los servicios hacen que eso no se traduzca en consumo. Pero desde el punto de vista estadístico, si se observa que lo por habría pasado.
Se trata de una caída de la pobreza y de la indigencia por el efecto estadístico que produce la caída de la inflación. Pero va a encontrar un piso rápido porque sino deviene un proceso de crecimiento del empleo. Es decir, hasta acá se está produciendo por el mero efecto estadístico de la caída de precios. Va a requerir que haya mayor dinamismo de inversiones, recuperación del empleo, más horas trabajadas, más capacidades de que el vendedor ambulante te venda mas… Eso todavía no se vislumbra, ni siquiera para el año próximo.
Creo que el factor que cambiaría esto es el empleo porque no habría muchas posibilidades de mejoras en las remuneraciones. Podrá haber mejoras en algunos sectores exportadores, pero incide poco en materia de masa salarial. El tema va a ser en cómo aumenta la masa de remuneraciones en los hogares dado que, lo que mejoraría esta situación, es que el hogar incorpore un nuevo proveedor de ingresos, incluso en un contexto de tasa de inflación cero. Eso se genera si hay empleo y eso es lo que todavía no se vislumbra en el corto y mediano plazo, más allá de que rebote la economía.