Diego Guelar aseguró que la serie sobre Carlos Menem muestra las diferencias entre el expresidente riojano y Javier Milei. Además, destacó la actuación de Leonardo Sbaraglia en el papel protagónico. “Robert De Niro no lo hubiera hecho mejor”, bromeó en Modo Fontevecchia, por Net TV, Radio Perfil (AM 1190) y Radio JAI (FM 96.3).
Diego Guelar es abogado y diplomático. Representó a la Argentina como embajador en todos los países importantes que tiene la Argentina: con China (2015), en Estados Unidos (1997 y 2002), en Brasil (1996) y en la Unión Europea (1989). Además, fue diputado nacional por la provincia de Buenos Aires (1983), director periodístico del diario La Razón y docente en la Universidad de Buenos Aires. Se preguntó en la red social X “por qué a estos dos farabutes, el Gordo Dan y un cómplice, se les permite jugar con un tanque de guerra”.
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Que alguien diga que hay que dinamitar el Congreso y mandar a los tanques a que tiren abajo ese edificio es claramente un atentado contra la democracia, así que perfectamente se puede hacer la denuncia. Te proponemos que hagas la denuncia. Queremos aprovechar tu especialidad, porque no sé si hay otro miembro del cuerpo diplomático que tenga la experiencia de haber representado a la Argentina en los cuatro sectores más importantes internacionales de nuestras relaciones exteriores, que son la Unión Europea, China, Brasil y Estados Unidos. ¿Cómo va a terminar el tema de los aranceles con Brasil? ¿Cómo ves que esto va a evolucionar? ¿Va a ser parte de las negociaciones como terminó con China o es una especie de sanción ideológica a Lula?
La verdad es que nadie sabe cómo puede terminar esto, porque se da un dato inédito. Hace 50 años que sigo los temas de política internacional y, en particular, la conducta de los presidentes desde la Casa Blanca, y esto es totalmente inédito lo que está pasando. Estamos, efectivamente, en una nueva era. Yo creo que no es buena, pero es una nueva era muy caótica. Más allá del éxito, la Casa Blanca y el rol de los Estados Unidos como primera potencia mundial es al menos intentar poner orden. A veces bien, a veces mal, a veces acierta, otras veces se equivoca, pero la intencionalidad manifiesta, durante especialmente los últimos 80 años —desde 1945, con el fin de la Segunda Guerra Mundial— era establecer una suerte de “paz americana”, con una gran potencia que realmente influyera sobre un sistema ordenado de reglas. Por supuesto, estas reglas muchas veces tenían la intencionalidad de proteger sus intereses, pero eso existió.
Hubo un orden desde 1945 hasta ahora. Ahora se rompió, y realmente no hay nada que lo sustituya. La Organización Mundial de Comercio y los acuerdos internacionales de medio ambiente, han estallado por los aires en una forma inaudita, realmente, porque no hay un nuevo orden. Lo que hay es un nuevo caos. Tampoco hay un arreglo con China. Hay un acuerdo precario del 30% que no se sabe cuánto va a durar ni en qué consiste, porque no conocemos los detalles. Hay permanentemente modificaciones con Canadá, con México, con la Unión Europea. Se incluye a Brasil de una forma muy arrogante, diciéndole que tienen que suprimir los juicios a Bolsonaro, por ejemplo. Una cosa inaudita, que realmente ni en las épocas de mayor intervencionismo norteamericano vimos una explicitación de este tipo.
Entonces, ¿cómo termina todo esto? La verdad, son solo preguntas. Hoy es muy difícil saber siquiera cuáles son los aranceles que están vigentes, los que están suspendidos y cómo funciona el sistema internacional. Esto, por supuesto, tiene consecuencias fatídicas, y a mí no me cabe la menor duda, con un gran respeto y admiración por lo que es la gran nación americana, que no se la va a llevar puesta Donald Trump a 250 años de estabilidad institucional. Va a llegar un momento —y espero que en el corto plazo— que se equilibre, de tal forma que ese rol, hoy ya no solitario, porque ya creo que hay un sistema de equilibrios en el mundo, donde a China hay que contemplarla en ese nuevo sistema de equilibrios del siglo XXI. Pero es absolutamente fundamental que lo que irradie la Casa Blanca sea estabilidad y no caos.
En ese sentido, China dejó solo a Lula. A la reunión de BRICS no fue Xi Jinping, que siempre fue hasta ahora a todas las cumbres del BRICS. Putin no podía ya desde hace un tiempo viajar fuera de Rusia, y Modi representa lo contrario. Es el aliado norteamericano, pasa por acá y se abraza con Milei. ¿Se quedó solo Lula, siendo de los originales cuatro BRICS, el más chico, como encabezando el pelotón de fusilamiento para la animosidad con los BRICS de Donald Trump?
Es muy buena tu pregunta porque realmente hubo dos BRICS. Un primer BRICS fue propuesto por un trabajo de un banquero norteamericano de Wall Street, Jim O’Neill, de Goldman Sachs, que hizo un paper en el 2001, proponiendo la creación de los BRIC. Y se agregó Sudáfrica después para que haya una representación africana. Pero planteaba que había terminado la Guerra Fría, había terminado el concepto de un tercer mundo y había un primero y un segundo sin representación. Los países centrales tenían el G7, y estaban haciendo el G20, mientras que los países emergentes no estaban representados. Ese pequeño grupo de 4 países tenían más del 30% del PBI del comercio internacional, estabilidad política y una importante población. Entonces propuso eso, y los países lo adoptaron. En ese momento, cuando nace el BRICS, era un instrumento al servicio del diálogo internacional de este mundo liderado por Estados Unidos, que le faltaba representación al mundo emergente. Entonces, aparecía este compacto grupo que iba a tener un rol equilibrante en el diálogo internacional. Eso fue cambiando.

Avanza el siglo XXI, aparece China, ya no como un elemento de cooperación, sino de disputa por el poder. Aparece Rusia invadiendo Ucrania y se va modificando esa condición. Entonces, aparece una suerte de nuevo bloque, ya no de diálogo, sino de confrontación. Y si hay un bloque de confrontación, uno se pregunta quién lo conduce. Ineludiblemente, todos miran hacia Beijing, el país más importante del grupo. Aparece un componente de nuevo bloque de confrontación presidido por China. Yo creo que eso ya, a esta altura, le preocupa al propio Xi Jinping. Su ausencia no es casual, fue una forma de bajar la tensión sobre la reunión de Río, y efectivamente lo lorgró, porque el grupo no tiene consistencia interior, no es un bloque. Esa situación hace que una de las grandes preguntas dentro del caos mundial sea el rol del BRICS, que es un confuso. Hay países con intereses contrapuestos, con Irán recién incorporado. Es un ámbito que les quema las manos a Xi Jinping. Hoy hay muchas más preguntas que respuestas. Vos tenés una gran capacidad intelectual y de análisis para hacer las preguntas correctas. Ahora, el que te de las respuestas puede hacer un ejercicio de farabutismo, o chantutismo, otro farabute.
Otro elemento para agregar es que, en el momento en que nacen los BRIC —sin la S—, se percibía a Rusia y a China más democráticas que hoy. Porque en ese momento, por lo menos Putin cumplía con el hecho de no ser el presidente y colocar a su jefe de Gabinete como presidente para alternar en la presidencia sin la necesidad de una presidencia eterna. Y en el caso de China, se mantenía que los presidentes duraban diez años y después se iban a su casa, y no se los veía nunca más. A partir de Xi Jinping, ahora los presidentes duran un tiempo mayor. Es decir, hubo cierta regresión, por lo menos en la concepción de la democracia que tenemos en Occidente, del país económicamente más importante de los BRICS, que es China, y del país militarmente más importante, que es Rusia.
Claro, es muy ajustado lo que decís. Al inicio de este siglo, la perspectiva era un mundo en convergencia. Un mundo del diálogo, donde regía el concepto de cooperación más que de confrontación, con la propia China. Y donde había diferencias sistémicas y culturales profundas, pero la tendencia era un mundo convergente y cooperante. Con Rusia concebíamos que Putin era una dirigencia en transición del viejo orden soviético hacia una democracia. Eso era lo que estaba ocurriendo en ese momento. La Unión Europea decidía sus dos grandes gasoductos y la dependencia al 50% de aprovisionamiento de gas de Rusia, lo que en alemán se llamaba la Ostpolitik, la política hacia el Este. El proyecto de la integración de la propia Rusia a la Unión Europea era la fantasía del inicio del siglo. Pareciera que estoy hablando de cien años atrás y no de quince años atrás. Entonces, este mundo cambió. Lo que se soñó para el siglo XXI no se está cumpliendo.
Efectivamente, tenemos este gran caos, con la ausencia de un liderazgo americano ordenador. En las últimas semanas, el propio Trump pasó de ordenar no abastecimiento de armas a Ucrania a ordenar el nuevo abastecimiento. Y Putin, que era su amigo, pasó a ser un enemigo. Según los diarios charló con Zelenski, al que echó hace dos meses de la Casa Blanca, para plantearle a ver cuándo ataca San Petersburgo o Moscú. Entonces, ¿cómo se le puede dar a esto una perspectiva estratégica, racional? Es muy difícil. Es un dato totalmente aventurado plantear cómo se van a manejar los acontecimientos durante este año y medio que le queda a Trump. Porque una vez que llegue a la mitad de su período y haya elecciones parlamentarias —salvo que alcance el 66% de ambas cámaras, como para modificar nuevamente la Constitución y aspirar a otro mandato— se transformará en un lame duck, o un pato rengo, y por lo tanto su poder va a bajar muy abruptamente.
Creo que es de esperar que tengamos esta transición de dos años y, después, la fortaleza de las instituciones americanas tienda a poner paños fríos y volver al orden que el mundo necesita. Algún día, el mundo soñado sería un mundo donde haya un gobierno planetario, con principios democráticos, con una gran asamblea internacional. Naciones Unidas, hoy no lo es. Es un ejercicio, pero cobija ese sueño, de alguna forma, de un gobierno internacional para que todo eso avance en el sentido correcto y no en que aumente la confrontación. Porque hoy, con armas nucleares en arsenales de varios países importantes, una confrontación global sería el fin de la vida en el planeta. Por lo tanto, hay que apostar y hacer todo el mejor esfuerzo para que vayamos hacia un mundo de reglas, y un mundo de reglas que incentiven el diálogo y no la confrontación.
Tenemos la situación inédita de un presidente que, en Estados Unidos, vuelve a ser electo en el medio de un período. Es un presidente que se juega todo en sus primeros dos años, porque inmediatamente después —salvo esa excepcionalidad de que se pueda modificar la Constitución norteamericana— es inmediatamente alguien que no puede ser reelecto y que cumplió ya sus dos períodos como presidente. Pero con la salvedad de que es su primer segundo. No es que es el segundo, es su primer segundo. Entonces, todo está puesto, en el caso de Trump, a lograr lo que quiera en estos primeros 24 meses. No puedo dejar de preguntarte si viste la serie de Menem. Vos fuiste embajador a lo largo de toda la presidencia de Menem, primero en la Unión Europea y después en Brasil. Si la viste, me gustaría tu opinión de qué te pareció y qué sentís que lo refleja y qué no lo refleja.
Yo creo que hay dos niveles. Un nivel estrictamente histórico, donde yo creo que la serie es frágil, para llamarla de alguna forma, pero que no es el eje. Creo que el eje de esta ficción —porque está muy aclarado por su director y por sus guionistas que no es un documento histórico— muestra ciertos datos de característica personal de Carlos Menem y de Zulema Yoma. Yo creo que son los dos personajes centrales de esta ficción y, a mi juicio, están muy bien retratados. Yo conocí bien a los dos y realmente me parece que está muy bien retratado. Me falta ver el último capítulo de la serie, de los seis capítulos. La veo y recuerdo al Carlos Menem que yo conocí. Creo que la recreación de Sbaraglia es extraordinaria, ha hecho un estudio del personaje muy bien. Y yo lo recuerdo a él, y lo recuerdo con simpatía. Desde ya, no estoy hablando de un recuerdo negativo, que no es mi caso.
¿Creés que le hace bien o mal a Milei esta reivindicación o recuerdo de Menem? Por un lado, como vos decís, te resulta simpática la interpretación, por otro lado, hay crítica también a esos años. ¿Creés que tiene alguna connotación con el presente para el actual presidente, que además reivindica a los noventa y al propio Carlos Menem?
Creo que por un lado muestra las diferencias. El presidente Milei no tiene nada en común con el presidente Menem, salvo las patillas, pero no lo veo más allá de eso. Y yo tomo un dato curioso. Estoy mirando especialmente la serie porque hemos pactado con mi nieto mayor, que tiene 20 años, la ceremonia de verlo juntos, porque yo quería verlo a la luz de sus ojos. Lo hice con “El eternauta", y supongo que va a ser un ejercicio que voy a repetir en otros episodios del mismo tipo. A veces nosotros, por el tiempo transcurrido, no nos damos cuenta de la distancia que hay. Hay figuras que para vos o para mí son centrales en nuestra historia reciente, se llame Menem o se llame Cavallo, por supuesto. En medio de todo apareció ocasionalmente la figura de Palito Ortega, a quien yo le tengo un gran aprecio porque es alguien que forma parte de nuestra adolescencia. Y mi nieto no sabía quién es Palito Ortega.
Entonces, cuando uno ve la nueva visión, yo le pregunto a él. A mí me parece muy importante cómo lo ve él. Y, la verdad, el balance que él hace es de un personaje muy simpático. Yo recuerdo otra historia que vos también la tenés presente, que fue cuando apareció la ópera Evita, de dos grandes músicos ingleses. Yo fui peronista muchos años de mi vida, y todos tenemos que reconocer que el personaje internacional de Eva Perón es el de la ópera, es el “Don't cry for me Argentina”. Y que, más allá de precisiones o imprecisiones históricas, el mundo aprendió a admirar a Eva Perón a través de la imagen. Esto los peronistas clásicos muchas veces no lo entienden. Recordarás que por mucho tiempo no se podía ni hablar ni pasar la película en la Argentina y fue motivo de una gran controversia.
La realidad es que, con los documentos de este tipo, mezcla de historia y de ficción, lo que importa es el resultado que queda. Entonces, de la misma forma que la ópera Evita trajo aparejada una revalorización muy grande y valorización universal de la figura de Eva Perón, creo que esta serie va a traer un efecto parecido de una imagen muy controversial, muy polémica, que es la de Carlos Saúl Menem. Va a quedar la imagen de un personaje efectivamente exótico, muy capaz de generar amores y odios. Mi balance, gracias al aporte de mi nieto, es que va a haber una revalorización positiva y no negativa.
Así como Evita quedó con “Don't cry for me Argentina", el Menem va a ser Sbaraglia para las futuras generaciones.
Exactamente, es exacto lo que estás diciendo. Y la verdad, reconozco que la tarea que hizo Sbaraglia. No lo conozco personalmente, pero he escuchado reportajes donde él reconoce que su posición política no era favorable a Menem. Sin embargo, creo que ha hecho una recreación extraordinaria desde el punto de vista artístico. Sbaraglia hizo un gran trabajo con Menem, Robert de Niro no lo hubiera hecho mejor.
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