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MODO FONTEVECCHIA
Desde Brasil

Oficial montonera desaparecida salvada por ser amante de un militar: la historia de Ana Massochi

Ana Massochi reconstruyó una historia que, según afirma, “no tiene héroes ni víctimas”. A más de cuatro décadas de su secuestro, reflexionó sobre la culpa, la supervivencia y la transformación que la llevó a ser reconocida empresaria gastronómica.

Ana Massochi
Ana Massochi | Instagram

Ana Massochi, la exmilitante correntina, secuestrada durante la dictadura y posteriormente exiliada en Brasil, repasó su desaparición y cómo se convirtió en una figura destacada de la gastronomía brasileña. “Creo que hoy defender la democracia es ser revolucionario”, aseguró en Modo Fontevecchia, por Net TV y Radio Perfil (AM 1190)

Ana Massochi es de la provincia de Corrientes. Fue militante y oficial montonera en su juventud. Se exilió en los años 80 en San Pablo, Brasil, y en la actualidad es reconocida empresaria gastronómica. Fundó varios restaurantes exitosos, incluyendo el aclamado Martín Fierro y Elja Carandá.

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Me tocó entrevistar en su momento a Silvia Labayru por el libro de Laila Guerrero, La llamada, en una situación más o menos con algún punto de comparación. Ella estuvo detenida en su momento en la ESMA y estuvo obligada a ser amante de uno de los militares allí. Su caso tiene algunos puntos de contacto. Usted salvó su vida y la de su hijo habiendo sido elegida amante por uno de los militares allí, en el lugar donde estuvo detenida, y luego sufre una especie de doble desaparición por la culpa que le genera haber sobrevivido y el destrato que le dieron sus camaradas de época al haber sido salvada.

La historia está contada en el libro Desaparecida dos veces, de María Teresa Donato, que hizo una investigación profunda y mejoró los datos que yo tenía, porque en unos datos me equivoqué. Cuando me crucé con Teresa, la idea era contar la historia de una mujer y, como tantas otras, que en ese momento de su vida pensó que lo mejor que podía hacer era cambiar las condiciones que se daban en el país con una esperanza de triunfo. Teníamos 20 años. Pero lo que hice cuestión todo el tiempo es que en estas historias no tenemos héroes ni víctimas. Es una historia, como supongo que deben haber tantas otras, en que una vez que uno está secuestrado por el Ejército argentino y en esa realidad desaparecido, es una situación que no tiene parámetros como para uno describir o identificar. Es como si entraras en otro, dicen algunos, portal, o entrás en otra situación en que no hay nada de lo que hayas vivido antes o podído después se compara. Pasás a ser un número, no una persona, y tu vida no existe. Si estás en ese desaparecido, no existís. En esa situación yo tuve la suerte de poder avisar a los compañeros, a los controles. No consiguieron sacarme ningún dato importante porque todos ya se habían levantado.

Después de un tiempo en el sitio donde estuve desaparecida, pasé a tener una relación más personal en principio con el que fue el que era mi responsable, secuestrador. Como en ese momento ya era el final de la dictadura y atrás de mí no cayó nada importante, si no había un botín de guerra para seguir, yo tuve la suerte de tener tiempo de que este personaje me conociera de una forma diferente. Es decir, cuando yo leía las cosas, la descripción que el Ejército hacía de las montoneras o de las oficiales montoneras, eran un horror y sí, éramos monstruos por todos lados. Este señor vio la casa donde yo vivía, el cuarto que había hecho para mi hijo, todo, y le parecía medio imposible que estuviera hablando con una montonera y que fuera gente. Yo creo que eso, dentro de su carrera como represor y genocida y todo lo que los represores argentinos fueron, circundados por el Estado argentino, que es lo más grave, fue realmente creando una relación mínimo de respeto.

Llegó un momento en que este señor descubre, por otras interferencias de otros compañeros, que yo sé más de lo que le estoy diciendo, y se interesa por esas cosas más y aparece simplemente un día con una rosa en mi celda. Porque para todo eso, yo en esos momentos salía de la celda y estaba en una celda micro con una venda en los ojos y una capucha. Y durante el día me tiraban para ese lugar que llamaban quirófano, y donde hablaba. Desde el comienzo yo decía: “Yo soy un oficial montonera, entonces quiero hablar con un oficial, no voy a hablar con estos quesos”, que eran de la Policía Federal, que estaban encargados de las cosas sucias.

¿En qué centro de detención clandestino estuvo?

Eso no quiero decirlo. No quiero dar nombres.

¿En qué año?

El Mundial.

El Mundial 78. No quedaba muchos ya en el 78.

Esa fue la suerte.

La detuvieron tarde también…

Sí. Ahí, con el cotidiano, el día a día, este señor pasa a cuidarme, mucho antes de cualquier otra relación sexual que después se da, evidentemente. Este señor fue quien me salva la vida, quien me saca de ese lugar de detención y un tiempo después permite que yo salga del país y que venga a Brasil con mi hijo. No le digo lo que los compañeros me dijeron, sino lo que yo pensaba, que yo pensaba como los compañeros. Entonces, no precisaba que nadie me hiciera un análisis. Yo sabía lo que eso significaba que si yo estaba viva significaba que había colaborado. Entendía perfectamente porque yo pensaba así.

¿En qué año llega a Brasil?

En marzo o abril de 1979.

¿Hasta ese momento estuvo en el mismo lugar de detención?

En realidad hubieron traslados, pero yo no participé.

¿Y usted estaba en la celda esa sola?

Con mi hijo. Y estuve en un primer momento en una casa de la Iglesia Católica brasilera. Salgo de Brasil, voy para Paraguay porque la familia de mi marido estaba en Paraguay, y consigo, a través del Ejército argentino, ser bienvenida en Paraguay, pero tampoco me quedo mucho tiempo y ahí vuelvo a San Pablo. Esta vez vuelvo a Brasil junto con un amigo que estábamos en contacto antes. No tenía documentación en Brasil yo. Entonces no era una refugiada política, era clandestina. Después de seis meses, cuando uno entra al país, te dan un documento como turista que vale seis meses y tenés que renovarlos, y yo no los renové más, entonces estaba en San Pablo sin documentación. Pero ahí conseguimos un inmigrante chileno con documentación y nos asociamos y abrimos Martín Fierro, que era un garage donde hacíamos empanadas, y ahí comenzamos en Brasil.

Y a lo largo de los años se convirtió en una exitosa empresaria gastronómica.

Sí. No fue sin batalla, porque pasamos varios planes económicos. Después, de un comienzo la sociedad, yo compré la parte de mi socio y me fue muy bien.

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De aquella perspectiva de la vida, aquella subjetividad a los 20 años, a esta de hoy, en un país con un florecimiento económico incluso superior que la Argentina y el suyo propio, ¿cómo le cambió la perspectiva de la vida? ¿Qué perspectiva sobre el capitalismo, sobre la democracia?

Si yo tendría que elegir un nombre hoy por lo que aspiro, es por la democracia. Usted sabrá que Brasil está todavía en un momento difícil donde se ataca la democracia permanentemente. Entonces podría ser muy próximo lo que es un fascismo. Como sistema económico, todavía no se inventó un sistema económico que distribuya mejor y que tenga menos, este, desigualdad. Hoy Argentina es una tristeza. Brasil era antes, pero con este último gobierno que Brasil eligió volvió a salir del mapa del hambre, que no es poca cosa. Hay mayor distribución, pero tienen problemas serios. Pero si yo tuviera que elegir más capitalismo, diría que defiendo la democracia, defiendo mínimos derechos, que no todos los ciudadanos tienen, evidentemente, porque quien no tiene que comer y donde vivir, que no tiene asegurada comida y vivienda, tiene mínimos derechos humanos que no los cumple.

¿Puedo ecir que lo que cambió es que en aquel momento sus ideas coincidían con aquellos que creían que para cambiar el mundo había que hacer la revolución y hoy defiende la democracia de una manera distinta de la que la defendía hace 50 años? Ese es el cambio.

Claro. Creo que hoy defender la democracia es ser revolucionario. Este domingo, en San Pablo tenemos una manifestación de las mujeres que sería algo parecido a Ni Una Menos. Estas últimas semanas en Brasil fue un horror la cantidad de feminicidios. Fui madurando. Una cosa es cuando tenía 18 años y tenía el póster de Che Guevara en la cabecera de mi cama. Después saqué todo de clandestina. Los jóvenes en esa época no teníamos oportunidad de participar ni en los partidos políticos, ni el Estado te permitía ningún tipo de entrada. Independientemente, eso no quita la responsabilidad nuestra como jóvenes de pensar que podíamos hacer lo que teníamos planeado hacer, como no quita la responsabilidad del Estado con esos jóvenes. Cuando a mí me torturaban yo les decía: “Pero ustedes son el Estado, ustedes me tienen que cuidar, no que torturar”. Entonces, ¿qué pasó con esos jóvenes que no tenían dónde ir? Claro que muchos errores fueron cometidos, pero el mundo empeoró tanto. Cuando nosotros hacíamos eso en Argentina, el 5% estaba bajo la línea de la pobreza. ¿Cuánto está hoy en Argentina la línea de pobreza? ¿Cuánto parte de la población está?

¿Le gustaría volver a aquella Argentina que usted combatía cambiar?

Exactamente. Yo no sé cómo se llama eso. ¿Cómo lo definirías?

Madurez.

Estoy de acuerdo.

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