No se comprometen. Son inestables. Son individualistas. Son frívolos. No conectan. Nos van a jubilar de las posiciones de liderazgo: éstas son algunas de las etiquetas con las que los jóvenes de entre 18 y 35 años (catalogados por varias publicaciones como millennials) son señalados más frecuentemente. Ni tanto ni tan poco.
Cada vez que colaboro en perfilar el liderazgo de una persona joven o en integrar su conocimiento con el de otras generaciones, me encuentro con obstáculos que les son específicos, pero también con potencialidades poco retratadas. Por eso les propongo mirar algunos rasgos, no para dictaminar, sino para abrir la perspectiva.
Millennials, las víctimas de la modernidad
Los millennials son más esquivos a la política. Es cierto que los partidos tienen núcleos duros de votantes, y que entre ellos hay jóvenes. Pero el voto volátil llegó para quedarse en nuestras democracias, como señalan autores de la talla de Bernard Manín o en nuestro terruño, Isidoro Cheresky y Juan Carlos Torre, entre otros. Este dato no quita que la polarización (la “grieta”) agrupe y concentre mejor el voto entre los dos principales partidos. Pero cada vez es menor el porcentaje de ciudadanos que se definen con una identificación partidaria estable. Y mucho menos los jóvenes.
No participan de manera estable en las organizaciones partidarias, pero protagonizan movimientos de protesta como el Sunflower en Taiwán o las movilizaciones estudiantiles en Colombia y Perú. También dinamizan causas puntuales -a favor o en contra- como la legalización del aborto, el matrimonio igualitario, la agenda contra el cambio climático y la de la diversidad. En estos procesos, los jóvenes toman la delantera, se convocan por las redes sociales -por fuera de las organizaciones políticas y sociales-, y ocupan el escenario… Pero no logran institucionalizar su reclamo ni las organizaciones que crean. Son activistas de causas que consideran justas pero no militantes ávidos de meterse en las organizaciones preestablecidas a las que consideran lentas y autorreferenciales.
¿Son inconformistas? Sí. También lo fueron los jóvenes en los principales procesos del siglo 20, desde Woodstock hasta las juventudes políticas de los 70, desde el Mayo Francés hasta la Reforma Universitaria. Pero a diferencia de aquellos, los jóvenes de hoy son nativos digitales: su percepción de la velocidad con la que acceden a la información y a la comunicación -desde un dispositivo personal- dista cada vez más de los procesos complejos de las instituciones, especialmente las democráticas, que necesitan tiempo para ser transparentes y solventes: ¿Cuánto pueden esperar los jóvenes para que un debate parlamentario, una licitación pública o un proceso de formulación de políticas públicas sean palpables para ellos? Acompasar esta asincronía es el gran desafío de la democracia, pero también de todas las organizaciones. Comunicarles a los jóvenes esta complejidad es parte de la función pedagógica de la política de la que no se debería claudicar.
Por qué el turismo debe enfocarse en los millennials
Una mirada sobre su agenda de preocupaciones también agrega velocidad: en la Argentina, el 85% de los millennials gana menos de 27 mil pesos y el 50% está en la informalidad. Un informe reciente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) agrega que, en América latina, las principales preocupaciones de estos jóvenes son el primer empleo; el acceso a la salud, a la educación y a la tecnología; el cuidado del medio ambiente, y el temor a la violencia, especialmente la que ejercen los pares y las fuerzas de seguridad. Una agenda de temas bien concreta que dista del prejuicio que los coloca como apáticos jugadores de play.
Los jóvenes son, además, los emergentes más claros de un proceso de transición en los liderazgos que se viene desarrollando en la última década: el paso de los liderazgos verticalistas e infalibles al liderazgo colaborativo e innovador, entendido como la capacidad de formarse permanentemente, de reconocer errores sin por eso perder autoridad y rectificar el rumbo. Los jóvenes intuyen mejor que el mundo en el que estamos y al que vamos es tan complejo que es imposible abordarlo sin trabajar en equipo, dialogando y combinando talentos. Porque como en todo cambio civilizatorio (para muchos éste en el que estamos parados lo es) se necesita aprender y reaprender permanentemente sin cristalizar la mirada.
Hace unas pocas semanas organicé un panel sobre Liderazgo Millennial en la Universidad de Belgrano. Me parecía importante observar no sólo que desean y consumen, sino también cómo lideran. Convoqué a María Eugenia Cattalfamo (la primera senadora nacional millenial), a Yanina Jatun (secretaria general del gremio UTEDYC en Mar del Plata) y a Marcela Rauzzi (industrial, y presidenta de ADIMRA Joven). Es interesante porque intercambiaron miradas y reflexiones desde tres espacios centrales para pensar lo que viene: la industria, la política y el sindicalismo. Varias son las viñetas que me traje de ese encuentro.
Nunca se interrumpieron, incluso cuando no estaban de acuerdo. Se escucharon, se pensaron (no sólo reaccionaron a la opinión de las demás) y dejaron varios temas abiertos para seguir dialogando.
Acordaron que un liderazgo “se hace”, se construye mediante la formación y los aportes que hacen los demás.
Dieron especial importancia a los valores que motivan a los líderes y a la necesidad de que se vean reflejados en su accionar: la empatía, la escucha, la cooperación, el valor de la palabra, el dinamismo y la resiliencia, entre los más importantes.
Me parece interesante volver al primer punto: el mundo en el que estamos parados requiere del trabajo intergeneracional. Dialogar, vencer prejuicios, ser más asertivos y complementar talentos es urgente. Aprendamos de los millennials y seamos pacientes para compartirles nuestro conocimiento. Nos vamos a necesitar.
* Agustina Grigera, profesora de las carreras de Relaciones Internacionales y de Ciencia Política, Gobierno y Administración de la Universidad de Belgrano, y coordinadora de Diplomado en Liderazgo Público y en Ciencia Política en otras universidades.