OPINIóN

Alberto y Scioli son ejemplos de lo que no debe ocurrir más en política

Alberto Fernández llegó a la Presidencia de manera sorpresiva. Él jamás se imaginó ocupar semejante cargo, pero el destino lo colocó allí, y demuestra todos los días, como Daniel Scioli, una obsecuencia que lastima a la política.

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Alberto Fernández y Daniel Scioli. | COLLAGE

Daniel Scioli era el hijo “farandulero” y deportista de Don José Scioli, un hombre de negocios que supo construir un imperio similar al de Franco Macri poseyendo acciones en empresas alimenticias, comerciales, financieras, de la construcción y medios de comunicación. Claro es que Daniel, como Mauricio, no eran ávidos de continuar con la tradición familiar y se dedicaron al deporte, uno vinculado a la motonáutica, y el otro al fútbol. Ambos ligados políticamente a Carlos Menem, quien los incentivó a participar de la vida política.

Scioli sufrió un grave accidente en una competición internacional allá por diciembre de 1989, dónde se le amputó su brazo derecho. Fue visitado en aquel entonces por el Presidente Menem, que llevaba 6 meses de gobierno y en un dejo de solidaridad le propuso formar parte del gabinete trabajando en el área de deportes, que por entonces administraba Fernando Galmarini. Años después logró instalarse como una figura del menemismo en la Ciudad de Buenos Aires, convirtiéndose en Diputado Nacional en las elecciones de 1997.

El ex motonauta e improvisado político inició una carrera de ascenso permanente, fundamentando su accionar en la obediencia, bajo perfil y desarrollar el papel de víctima de las circunstancias. Se convirtió en una especie de muleto para los caciques del PJ como Menem, Duhalde, Rodríguez Saá, Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, quienes lo colocaron en posiciones que ni el propio Scioli se imaginaba, como por ejemplo ser Vicepresidente de la Nación 4 años y Gobernador de la Provincia de Buenos Aires 8 años.

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Cristina siempre tuvo una relación política de amor-odio con Scioli, más encono que empatía y es por ello que su desconfianza hacia el porteño devenido en bonaerense traía consigo un dejo de romper el modelo K. La actual Vicepresidenta de la Nación hizo todo lo posible para que en 2015 el ex Gobernador fuera derrotado en aquellas elecciones presidenciales en manos de su amigo Mauricio Macri y hoy, uno de los hombres fuertes del menemismo, se reconvirtió en Embajador en Brasil. Su paso fue sin pena ni gloria y luego de los dimes y diretes en off del ex Ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, el ex motonauta ocupa su lugar. Jugada que el Presidente de la Nación Alberto Fernández piensa que elevara la vara de esa cartera de Estado, cosa que no será de muchas probabilidades.

Alberto Fernández claramente no es Daniel Scioli. Es un avezado abogado, con militancia política circunscripta en la Capital Federal, y un hombre que tuvo y tiene vocación de poder y capacidad de gestión. No por nada en 1992, conjuntamente con Gustavo Beliz, fue premiado como uno de los jóvenes con mayor capacidad intelectual y política por la Fundación Konex, permitiéndole proyectarse a nivel nacional.

En su etapa de estudiante universitario en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, en pleno proceso militar, militó poco tiempo en una agrupación liberal, le encontró sabor organizacional al comunismo y con el retorno de la democracia se alistó en el Partido Nacionalista Constitucional, fundado por el actual Diputado Nacional, Alberto Asseff de tinte yrigoyenista – nacionalista. En los 90 se reencontró con las ideas liberales y fue un hombre de cierta confianza del ex Ministro de Economía, Domingo Cavallo, tal así que en el año 2000 fue Legislador Porteño por medio de la Alianza pergeñada entre Cavallo y Beliz.

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A principios del Siglo XXI se puso al hombro el proyecto presidencial de Néstor Kirchner, que por ese entonces era Gobernador de la Provincia de Santa Cruz, conformando el Partido de la Victoria. Fue 5 años Jefe de Gabinete de Ministros de la Nación, también en ese período presidió el Partido Justicialista de la Ciudad de Buenos Aires, y su primera medida fue la de vender la propiedad de éste en la calle Alsina en pleno centro de la Capital Federal por considerarla un lastre y un gastadero de plata innecesaria.

Durante el primer tramo del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner se vivió una cisma con los sectores de representantes de productores agrícolas ganaderos por una resolución del Ministerio de Economía conducido por Martín Lousteau, que elevó el piso de las retenciones del 35% al 44%.

Alberto Fernández trató de ser un conciliador entre el gobierno y los sectores del campo, pero la intransigencia del kirchnerismo duro hizo de que la suba de retenciones se debatiera en el Congreso. El Jefe de Gabinete renunció a su cargo solicitando que en su lugar colocaran al entonces Intendente de Tigre y ex Jefe de la ANSES, Sergio Massa.

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El hoy Presidente de la Cámara de Diputados de la Nación le debe lealtad a Alberto Fernández y con total desapego a la ética política, Massa tuvo que volver a formar parte del reducto K, como también lo hizo Alberto Fernández, que un par de años atrás merodeaba los grandes medios de comunicación realizando críticas en dónde incluía frases escatológicas dirigidas a la ex Presidenta.

Alberto llegó a la Presidencia de manera sorpresiva. Él jamás se imaginó ocupar semejante cargo, pero el destino lo colocó allí, y demuestra todos los días, como Daniel Scioli, una obsecuencia que lastima a la política.

Alberto y Daniel son ejemplos que no deben ocurrir más en política. Los liderazgos deben demostrarse y aquí estamos, en la antítesis de la conducción política.

En la actualidad se vive una fragilidad institucional y democrática preocupante. Sin liderazgos fuertes, un proceso revolucionario podría darse y para que ello no suceda el Presidente de la Nación debería dar mensajes de conductor y no ser un discípulo de Scioli.

 

* Alejandro Mansilla. Licenciado en Ciencias Políticas. Presidente del Movimiento de Reafirmación Peronista.