Cuando se consume el almanaque en su último mes parece ineludible detenerse a verificar cuánto de humano contiene el Derecho, si acaso no se tratase de dos paralelas que no confluyen siquiera en el punto impropio del infinito. Tanto más, desde el abismo que agudiza el marco pandémico de este aciago año 20.
Siendo que todos los derechos humanos son interdependientes y la violación de uno implica la de los demás, antes de la celebración universal del próximo día 10, cada 4 de diciembre por proclama de la Asamblea General de la ONU desde 1986 se evoca el derecho humano “inalienable” al desarrollo. Se trata del reconocimiento de la necesidad de cada ser humano y de todos los pueblos en la participación de un desarrollo económico, social, cultural y político en el que puedan realizarse plenamente y la de disfrutar también de él, lo que implica la libre determinación y la plena soberanía sobre todas sus riquezas y recursos naturales.
Y la trascendencia de su vigencia efectiva, que siempre obliga a la responsabilidad de los gobiernos, no sólo es cronológica, sino antes bien histórica, como nos enseña nuestro admirado Raúl Zaffaroni: contra la perspectiva generacional de derechos de cuño hegemónico, el devenir contado desde la periferia hacia el centro advierte que se trata del primer derecho por el que se ha luchado, ya que la condición del desarrollo es la independencia. De tal modo, los prematuros defensores de los derechos humanos han sido nuestros emancipadores latinoamericanos: San Martín, Bolívar, Belgrano, Sucre y tantos otros.
Ello no debería ser olvidado por toda la región en el tránsito actual de un tardocolonialismo avanzado, que confronta al capitalismo productivo con el capitalismo financiero transnacional, expoliador y destructor del medio ambiente. Es claro que en ese esquema se contraponen dos modelos: uno que aspira a una sociedad más o menos inclusiva, con todos los defectos propios de lo humano, pero en el que progrese el derecho al desarrollo, y otro que pretende una sociedad excluyente (30% incluidos, 70% excluidos), incompatible con la ciudadanía real de las personas y la protección de la naturaleza.
Sin la realización del derecho humano al desarrollo para la más grande libertad y dignidad de todo pueblo y cada persona, no habrá garantía de paz social
Este asalto a la economía y el saqueo a escala de la riqueza es aquello que aún insiste en perdurar desde las últimas décadas del siglo pasado a partir del credo de la reformas para América Latina del bautizado por John Williamson “Consenso de Washington”, denominador común de una estrategia que no sólo no produjo bienestar, sino que provocó mayor desigualdad y pobreza y se tradujo en costos de vidas humanas, que con el agravante de la pandemia derivaría en catástrofe humanitaria.
Cada mujer, hombre, joven, niño o niña de todos los pueblos de la región tiene derecho a un proceso fraterno de desenvolvimiento, extensión, ampliación –en definitiva, desarrollo deriva de rotŭlus (rodillo)-, y los estados reúnen el deber de cuanto menos crear las condiciones favorables para ello, ya que no se trata de ningún “pseudoderecho” de solidaridad que finalmente no tiene sujeto ni objeto, sino de un imperativo del orden jurídico mundial.
Será que ese capitalismo financiero resulta incompatible con un desarrollo que beneficie a las personas y al ambiente, para lo cual no hay espacio para continuidades en envoltorios más atractivos. Revertir los condicionantes que se asientan en el respaldo ideológico de los poderes concentrados -fundamentalmente el mediático- que someten a las mayorías de los argentinos y de los pueblos hermanos de la región, importa cambiar la correlación de fuerza, también contra el mainstream jurídico. La lucha debe darse por y con el derecho, como supo dictar el último Jhering, padre de nuestra dogmática.
Porque, en definitiva, sin la realización del derecho humano al desarrollo para la más grande libertad y dignidad de todo pueblo y cada persona, no habrá garantía de paz social. Y ese constituye el legado histórico de nuestros próceres y líderes para todas las generaciones.