OPINIóN
Menos violencia

Burla y discriminación

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Una de cada tres mujeres sufrió violencia en las redes sociales en Argentina. | ILUSTRACIÓN: #JOAQUINTEMES

El bullying es un maltrato agresivo, normalmente intencionado, que se puede producir entre niños, niñas y adolescentes en el ámbito escolar, deportivo y hasta virtual, que es lo que hoy se conoce como “ciberacoso”. Lo que allí se configura es una relación desigual de poder sostenida en el tiempo entre una parte que acosa (un grupo o individuo) y otra que es acosada, con el condimento de que al tener lugar en situaciones de la vida cotidiana, ese acoso es público con la vergüenza que conlleva y los trastornos de personalidad que puede generar.

En este sentido, no caben dudas de que el comportamiento de quien acosa conlleva violencia y quien lo padece lo sufre, máxime en contextos con personas que lo presencian y no intervienen (se burlan o se desentienden), lo que contribuye a banalizar estas conductas.

En cuanto al accionar acosador, el agravio puede ser variado y apunta a lo que la parte acosadora considera extraño, incorrecto o negativo, que se puede concentrar en cuestiones amplísimas desde aspectos físicos, rasgos emocionales, orientación sexual, vestimenta a determinadas modas, gustos o hobbies que se persiguen. Por lo cual subyacen claramente en estos agravios manifestaciones de intolerancia.  

Ahora bien, imaginemos qué sucede si las infancias y juventudes que cometen los actos de bullying en vez de ser abordados desde el ámbito educativo y familiar para su cese y reflexión, fueran ignorados y afrontaran el proceso de formación educativa y construcción con una absoluta banalización de su intolerancia. No caben dudas de que se corre el riesgo de formar personas adultas con cierta tendencia a la discriminación, o cuanto menos al individualismo y una nula conciencia colectiva.

En este sentido, cabe destacar que la intolerancia, si se radicaliza, puede alcanzar límites inusitados y volverse muy peligrosa. De hecho,  los delitos más terribles contra los derechos humanos tienen un componente de odio originado en los grados más extremos de discriminación, desde el color de piel, origen étnico, orientación sexual, identidad de género, entre muchas otras causales, que han motivado desapariciones forzadas, mutilaciones, homicidios y ataques graves contra la integridad física y moral de las personas.

Por lo cual no deben resultar una cuestión menor, ni mucho menos hay que dejar al azar del destino, los signos de violencia e intolerancia que puedan observarse en la infancia. En este sentido, resulta fundamental generar capacitaciones para sensibilizar desde la más temprana edad, que contribuyan a promover el respeto a lo que resulte diferente a las creencias individuales, a reconocer que las identidades pueden ser amplias y diversas y que todas ellas merecen ser toleradas. Simplemente, se trata de ponerse en el lugar de quien tenemos al lado para empatizar y respetarlo.

Debemos hablar de estos temas en la escuela, en casa, en las redes, en los medios, en las Legislaturas, en los Concejos Deliberantes, en las universidades y en todos los ámbitos de discusión y participación ciudadana. Es fundamental que se cumpla con la ley de educación sexual integral y se implementen protocolos de abordaje del bullying conforme lo establece la ley de convivencia escolar 26.8920.  Tenemos la opción de elegir, de involucrarnos o de mirar para otro lado. Elijamos sensibilizar para prevenir, pongamos nuestro granito de arena para ser parte de la solución y vivir con más empatía y menos violencia.

 

*Abogado. Director del Observatorio de Familias y Juventudes de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación.