OPINIóN
Controversia

Vaernet, el asesor nazi de Ramón Carillo que "curaba" la homosexualidad

Uki Goñi, que investigó la llegada masiva de criminales nazis en el gobierno de Juan Perón, comprobó que un médico que experimentaba en campos de concentración fue asesor del entonces ministro de Salud.

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Perón, Vaernet y Carillo | Cedoc

Es extraña la idea de emitir un billete de cinco mil pesos con la figura del ex ministro de salud de la década del 1940 Ramón Carrillo en su anverso. Más allá de sus logros como médico, la figura de Carrillo estará para siempre ligada no solo al cálido recibimiento que recibieron los nazis en nuestro país, sino también a la idea de que la homosexualidad es una "enfermedad" que debe ser "curada".

El doctor de las SS Carl Vaernet era un fuera de serie aún para los amplios cánones del nazismo, más digno de una película "Clase B" que de la historia real.

Durante la Segunda Guerra, Vaernet inventó una “cura” para la homosexualidad y logró convencer al ReichfÜhrer SS Heinrich Himmler que se podría ganar mucho dinero con aquel invento. Himmler lo autorizó para experimentar con los cautivos homosexuales obligados a portar un “triángulo rosa” sobre sus prendas en el campo de concentración nazi de Buchenwald.

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La “cura” consistía en la implantación de una glándula artificial que expedía testosterona. De mi libro "La auténtica Odessa": se experimentó con unos quince sujetos. Algunos fueron castrados y luego se les implantó la ‘glándula sexual masculina artificial’ del médico danés, un tubo de metal que liberaba testosterona en la ingle durante un periodo prolongado. Vaernet afirmaba que, como resultado de su trabajo, algunos sujetos habían “renacido” como heterosexuales. Con relación al caso del preso de Buchenwald número 21.686, Bernhard Steinhoff, un teólogo de 55 años, Vaernet informó a Berlín que “la herida de la operación ha sanado y no hay rechazo de la glándula sexual implantada [...] la persona se siente mejor y ha tenido sueños con mujeres”. Aparte de Himmler y Vaernet, nadie pareció impresionado. Según los relatos de los supervivientes, los médicos de las SS de Buchenwald “hacían chistes terribles” sobre los experimentos de Vaernet. Entre los prisioneros, los implantes se conocían como “piedras de fuego”. En vista de las circunstancias en las que se realizaron dichos experimentos, no resulta sorprendente que los pacientes de Vaernet se declararan curados cuando el médico los interrogaba."

Tras la guerra, Vaernet fue capturado por los Aliados. Durante su cautiverio en su Dinamarca natal, intentó sin éxito vender su idea a empresas farmacéuticas norteamericanas. Dándose cuenta que su futuro en Dinamarca era una condena segura, Vaernet escapó de Europa y llegó a la Argentina en 1947.

El día 28 de abril de 1947, Carrilo y Vaernet, firmaron un contrato de cinco años de trabajo, por el cual Vaernet pasó a desempeñarse en la entonces secretaría de Salud Pública como "médico fisiológico".

El 8 de marzo de 1948, Carrillo firmó una nueva resolución para Vaernet, adscribiéndolo "a las órdenes directas del suscrito" con el objetivo de "disponer en forma frecuente y directa a la información que, acerca de su especialización científica, posee el funcionario técnico contratado, Doctor Carlos P. Vaernet".

El contrato entre Carrillo y Vaernet aun subsiste hoy día en los archivos del ministerio de Salud Pública en su Legajo Personal número 11.692.

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Durante la investigación para mi libro encontré además el certificado de trabajo que le extendió Carrillo a Vaernet para solicitar su ciudadanía argentina, que le fue velozmente concedida en el año 1949.

He leído en algunas de las muchas notas que han salido sobre el tema que una de las propuestas iniciales era que la fundadora de Madres de Plaza de Mayo, Azucena Villaflor, estuviera en el billete. Conocí a Villaflor en el 1977, cuando yo era un joven periodista en el Buenos Aires Herald y las madres venía a relatarnos lo que en prácticamente ningún otro medio argentino querían escuchar. Que en la noche habían caído hombres, a veces de civil, a veces uniformados, a llevarse a sus hijos, a sus hijas, a veces también a sus nietos y nietas por nacer, de sus casas.

Azucena era una mujer resplandeciente que no temía a los nazis locales que supimos engendrar, sospecho que influenciados por la llegada a nuestras orillas de hombres tan viles como Vaernet solo tres décadas antes. Cuanto mejor sería tener en la mano un billete con la imágen de Azucena iluminando el presente.

*Escritor y periodista. Autor de La auténtica Odessa: la fuga nazi a la Argentina de Perón