Podríamos discutir si en la actualidad hay autoridad efectiva o no; y si existe, de qué manera; quién gobierna a quién, cómo, para qué, para quiénes.
Lo que no podemos discutir es que hace mucho tiempo que la autoridad claramente está en crisis, que a nadie parece preocuparle demasiado y que eso golpea muy mal a las generaciones que hoy deberían estar formándose en la confianza y en una serie de certezas y obediencias principales.
Hace ya siete décadas Hannah Arendt se propuso entender el tema; en su planteo de la crisis de la educación en el mundo moderno nos explicó que la sociedad está formada por “muchachos que son autónomos y se les debe dejar gobernarse en la medida de lo posible”.
Filosofía en 3 minutos: Hannah Arendt
Según su mirada, la autoridad está en el propio grupo de muchachos, y los adultos sólo estarían ´para ayudarlos a gobernarse a ellos mismos. En este marco es el grupo al que se tiene en cuenta, no al individuo por separado. Este sujeto aislado no se encuentra en posición de rebelarse o siquiera de hacer algo de manera autónoma. El tal individuo puede hacer algo si y solo si está enmarcado en el grupo, en el colectivo. Es lo que ella denomina con un giro que ya conocemos duramente en la historia moderna: “tiranía de la mayoría”.
Podemos ver con frecuencia esta tiranía cuando vemos colectivos protestando, haciendo ruido; esos individuos cuando dejan de estar apelmazados son seres totalmente diferentes, a veces hasta lánguidos y sin vena, como si su deber ser estuviera sólo en su grupo de pertenencia, no en su individualidad. Solo unos pocos tolerarían tener su propia identidad y arriesgarse al rechazo o en el mejor de los casos, obtener algo de solidaridad de su grupo; esta solidaridad sucedería en el caso de que se les perdonara correrse del lugar asignado en el grupo.
Esto es muy válido y verificable en cuanto a los jóvenes. Y ¿qué sucede en este contexto con los sistemas educativos? Según la autora, los responsables de la enseñanza han descuidado sus disciplinas, han dejado por el camino su devoción por el conocimiento.
El problema no se reduce únicamente a lo educativo, aunque allí haya empezado. Los lejanos tiempos del escrito de Arendt son bien distintos a los de esta desquiciada posmodernidad que nos contiene, donde la autoridad ha entrado en crisis tanto en la vida pública como en la vida privada: los padres, las instituciones, los gobernantes son cada vez menos influyentes. Ya no son identidades que tenemos como ideales dignos de ser alcanzadas, modelos a seguir infalibles, sino que tenemos bien alimentados todos los elementos para desconfiar, desacreditar e incluso desafiarlos. Existe hoy una sobreinformación permanente que derriba fronteras, y también vallas, que abate pedestales, que entrevera los podios. Todos somos pequeños o grandes emprendedores, el saber no es algo de unos pocos que transmiten a unos muchos, sino que es de muchos a muchos. Hay una fantasía de autosuficiencia que en algunos casos terriblemente se cumple, resumida en la pregunta supuestamente rebelde: ¿Quiénes son ellos para decirme lo que me conviene, lo que necesito, lo que me hace bien?
Con este cuadro qué motivación puede tener un joven de que debe ir al colegio si ve que el imperio de nuevas modalidades comunicativas y relación muchas veces desalientan en los actores el compromiso de enseñar y de aprender. O mejor dicho:¿Cuál es el mensaje que se está dando el ámbito de los que tienen la sagrada misión de emitir mensajes –la tribuna del conocimiento, las instituciones, las áreas específicas del Estado– a los que deberían estudiar, aprender, forjar esperanzas?
Es interesante la tesis de Arendt en la parte que también la hace extensiva la crisis de autoridad en la educación, que va acompañada, explica, de crisis del sentido y peso de la tradición. Antes, y me refiero a la época romana, los antepasados eran modelos de los descendientes, el ascendente muerto servía de guía para los vivos.
El totalitarismo para Hannah Arendt
Educar en el pasado tenía una función política en el sentido institucional, en palabras de Polibio, era, sencillamente, “hacerte ver que eres digno de tus antepasados”. Pero la educación ya no es esto, ni quiere serlo; ni siquiera pretende acercarse a serlo. En opinión de esta autora la educación, por su propia naturaleza, no puede mejorar y al mismo tiempo rechazar la autoridad ni la tradición; sin embargo hoy (escribía en 1954, en Estados Unidos)es incapaz de actuar como si tuviese cualquiera de estos dos elementos.
Entiéndase lo que nos quiere decir Arendt: una crisis en la educación nunca es una crisis aislada, en solitario. El mundo es afectado si la educación tiembla o se desvía. Tal es el sentido de la crisis que hace años estamos viviendo como sociedad, como civilización que alguna vez supo armonizar diferencias. En la medida en que nuestros padres no signifiquen nada para nosotros, en que nuestros institutos de enseñanza no estén asentados en la carrera del saber y en que nuestras instituciones -cualesquiera sean- vayan perdiendo firmeza en sus principios dejando todo a la buena del criterio de cada quien, nos seguiremos viendo en esa imagen de desconcierto y de momentánea autosatisfacción cuando seguimos la corriente del colectivo, pero aun con una imperdonable falta de referentes claves en nuestra existencia, en nuestra idea del destino, en nuestra moral y responsabilidad como ciudadanos y como personas. Fallando la educación, nos fallan muchos de los focos internos y también sociales que movilizan nuestra libertad de ser y de construir.
La palabra confusión es demasiado genérica y muy suave; no alcanza para describir suficientemente la tragedia que encierra este problema.