Hemos pasado de la paranoia, cuando cruzábamos de acera al ver a otro aproximarse en sentido contrario, a la esquizofrenia: nos amontonamos en la mesa de una terraza, los jugadores de fútbol hacen barbacoas y suben las fotos a Instagram y colapsamos las calles de tal modo que, si se quiere evitar el contacto, hay que bajar a la calzada optando por morir bajo el autobús. ¿Por qué esquizofrenia? Porque antes de llegar a casa la mayoría se pone la mascarilla, algunos incluso guantes descartables para quitarse el calzado que dejan en la puerta, en el rellano del piso, meten la ropa en la lavadora y se lavan, más allá de las manos con jabón sin saber que se preparan para el momento pánico del día: al poner las noticias en la radio o el televisor, se enteran del rebrote en Alemania con 657 contagios y un nuevo cierre de los colegios o el de China, donde hay 265 casos nuevos confirmados. Entonces, se vuelven a lavar las manos y pasan de la fase ruleta rusa a la del enfermo imaginario. O no.
En la tapa de el periódico El Mundo de hoy se ve una foto que cuenta el estado real de las cosas, las objetivas y las emocionales. Se ve a dos personas mayores confundidas en un abrazo. Ella es una mujer que reside en un geriátrico de Valencia; el hombre es un familiar que la visita y el abrazo es el primer acercamiento en meses. Lo estremecedor de la imagen es que los separa una cortina de plástico, es decir, las pieles no llegan a tener contacto, y el brazo del hombre, que para estrechar a la anciana tiene que salir por un costado de la cortina, está también enfundado en un largo guante de plástico.
El alcalde de un pueblo pequeño de Segovia decidió destinar el dinero asignado en el presupuesto para las fiestas patronales que se celebran en verano a un test de la covid-19 para todos los vecinos. El 12% de los habitantes tuvieron la enfermedad y generaron anticuerpos, y el resto no están contagiados. La ecuación es sencilla, cambiar las fiestas por la salud, un ejercicio más equilibrado que ir por la calle con la mascarilla en la mano mientras se conversa con otros en un roce permanente y luego, al llegar a casa higienizarse como si se regresara de Chernóbil.
Somos como niños piensa el psicólogo experimental Richard Wiseman que ha creado un video juego que está en la red, gratis, y que permite asumir, lúdicamente, la idea y la necesidad de la distancia física. Can you save the world? (¿Podés salvar el mundo?), así de naif es el nombre del juego y si entran comprobarán lo infantil que realmente es. Wiseman explica que lo ha desarrollado, justamente, para ayudar a los padres a concienciar a sus hijos. Pero también a los adultos. El protagonista nunca muere por ser un niño, solo pierde si se contagia y queda confinado.
Somos como niños y parece que solo ante la muerte nos damos cuenta, por eso los ancianos se abrazan envueltos en plástico. Tienen la suficiente madurez para asumir que la muerte está tan cerca que, incluso, puede ser el otro.
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