Las terrazas de los bares están repletas. Brilla el sol de primavera. Hay algarabía. Los camareros entran y salen con bandejas sin dar más de sí mismos. Los juegos en las plazas están colapsados. Si no fuera por los barbijos –no de todos: la ruleta rusa es sexy– nada indicaría que vivimos bajo el influjo de la pandemia.
Es una pantalla.
Todos los días, a través de un amigo o por una noticia, por donde sea, se cuela la noticia sobre alguien conocido que ha sido víctima del virus. Es un goteo que no cesa. El virus sigue ahí, mata, y según los expertos está más jubiloso que nunca ya que hemos salido todos a la calle. Se supone que siendo rigurosos en el cuidado lo mantendremos a distancia, pero esa es otra pantalla.
En la tapa de Liberation, esta mañana, han hecho un montaje entre el rostro del presidente Macron y Nicolas Sarkozy. "Trabajar más duro", dice el titular. En las páginas interiores se explica: "Salvar a las empresas, ayudar a los más precarios... ¿Cómo podremos pagar la factura de 500.000 millones de euros sin aumentar los impuestos?Produciendo más, explicó Macron". Hay algo que no cuadra.
En la cumbre del G20 de 2009, Sarkozy pidió cambios estructurales y una moralización del sistema. La ola del tsunami de Lehman Brothers solo estaba en su primera etapa. Macron, en abril, hizo un llamamiento similar recordando que la economía es una ciencia moral. No hemos cambiado aún de estación y su criterio se ha modificado. Con la misma rapidez que olvidó Sarkozy sus palabras.
A desconfinar | La "nueva normalidad" española tras la cuarentena
Anoche, en la radio, una ministra del Gobierno español, formado por una confluencia de izquierdas, comentaba que la crisis sanitaria había cambiado la perspectiva de los políticos porque están sometidos al campo científico y nunca antes había ocurrido una influencia de esa naturaleza. Me pregunté, mientras escuchaba el ruido de una cacerola indignada, a lo lejos, que llegaba hasta mi ventana, desde qué pantalla miraba el mundo esta mujer.
La gobernanza mundial, desde hace décadas, está en manos de la economía. Mitterrand, antes de dejar el Eliseo, lo dijo: "Soy el último presidente de la República que tuvo poder político, después de mi, nadie podrá decir lo mismo". Antes de morir, Thatcher escribió en sus memorias: "Mi mayor triunfo ha sido Anthony Blair". Pasemos de pantalla.
Hay mucha convulsión con la cuenta de Twitter de Miguel Bosé. El cantante lleva ya mucho tiempo confinado –por la vida, no por el virus– en México donde, desde un tiempo a esta parte, no hace otra cosa que advertir a quien quiera seguirlo que el coronavirus es un bluf, que la nueva tecnología 5G es un peligro mayor y que Bill Gates la utilizará para introducirnos un chip a todos, camuflado en la nueva vacuna. Tiene más de tres millones de seguidores. Con esa cantidad, convertida en votos, la ultraderecha tiene cincuenta diputados en el Congreso español.
Cambio de pantalla ya que en ese camino podemos perdernos y el GPS no nos va a servir de nada, y leo una nota sobre Kathleen Turner, la gran actriz de El honor de los Prizzi y Fuego en el cuerpo, en la que se cuenta que fingió ser alcohólica para no confesar que padecía una enfermedad autoinmune: "Los productores saben lo que son las adicciones y están acostumbrados a gestionarlas. Pero si yo decía 'tengo una enfermedad misteriosa incurable y no sé si seré capaz de caminar mañana' nadie iba a contratarme. Así que cuando intentaba agarrar una taza y no lo conseguía todo el mundo asumía que estaba ebria". No tengo más remedio que volver a la ministra a quien los científicos le atan las manos. Prefiere que pensemos que es boba antes que perversa ya que entre bobos anda el juego.
Una última pantalla. Miren Baron Noir en HBO. Cuenta el backstage de la política francesa. Nada nuevo bajo el sol pero, de tanto en tanto, viene bien suspender la credulidad.
MR/AB/FF