OPINIóN
Historia del gol

¿Cómo llegó el fútbol a Argentina?

Los desembarcos ingleses a principios del siglo XIX en el Río de la Plata trajeron al suelo americano las costumbres británicas.

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Como llegó el futbol a Argentina | Cedoc Perfil

El 25 de Junio de 1806, el general británico William Beresford desembarcó poco más de 1000 efectivos en Quilmes, sin advertir la presencia de lagunas costeras. Gran parte del día sus soldados se movieroncon el aguaa la cintura. Nada de esto fue aprovechado por las tropas defensoras. Los invasores se movieron con total tranquilidad.

Anoticiado, el Virrey Rafael de Sobremonte ordenó que los caudales reales, los de la Real Compañía de Filipinas, y 9.000 onzas de oro de su propiedad se trasladaran, en carretas, a Córdoba, previo paso por Luján. Gran perplejidad causó en los porteños ver una caravana de carretas saliendo, a altas horas de la noche, hacia el Norte.

Mariquita Sánchez decía: “las milicias de Buenos Aires: es preciso confesar que nuestra gente del campo no es linda, es fuerte, robusta, pero negra. Las cabezas como un redondel, sucios; unos con chaqueta, otros sin ella; unos sombreritos chiquitos encima de un pañuelo, atado a la cabeza. Cada uno de un color, unos amarillos, otros punzó; todos rotos, en caballos sucios, mal cuidados; todo lo más miserable y más feo. Las armas sucias, imposible dar ahora una idea de estas tropas. De verlos aquel tremendo día, dije a una persona de mi intimidad; si no se asustan los ingleses de ver esto, no hay esperanza”.

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Al día siguiente, Sobremonte fugaba tras los caudales remitidos la noche anterior y Beresford envió un emisario a pedir la entrega pacífica de la ciudad, “para evitar los excesos y las calamidades que probablemente ocurrirían si mis tropas entraran de un modo hostil”. A cambio, aseguraba “el ejercicio de la religión y la protección de su persona y de la propiedad privada”. Ulpiano Barreda, que era intérprete, lo describía así: “es hombre corpulento, de cara rojiza, tuerto del ojo derecho, que ha sido reemplazado por uno de vidrio, razón por la cual parece que siempre anda vizqueando”.

Sin esperar la capitulación, Beresford entró a la ciudad, con sus Highlanders escoceses del Regimiento Nº 71 marchando al son de sus gaitas, faldas al viento y tomó el fuerte. Quería echarle mano al tesoro que Sobremonte ya había despachado. No quería que se supiera que se había apoderado de una ciudad, con sólo un puñado de hombres.

Sus tropas marchaban en filas distantes entre sí, dando la impresión de ser más. Mariquita Sánchez los describe: “el regimiento 71 de los Escoceses, mandado por el general Pack, las más lindas tropas que se podrán ver, el uniforme más poético, botines de cinta punzó cruzadas, una parte de la pierna desnuda, una pollerita corta, una gorra de una tersia de alto, toda formada de plumas negras y una cinta escocesa que formaba el cintillo; un chal escocés, como banda sobre una casaquita corta punzó. Este lindo uniforme, sobre la más bella juventud, sobre caras de nieve, la limpieza de estas tropas admirables, ¡qué contraste tan grande!”.

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Dijo Manuel Belgrano: “Mayor fue mi incomodidad cuando ví entrar las tropas enemigas y su despreciable número para una población como la de Buenos Aires”. Mariano Moreno también exteriorizó su fastidio: “yo he visto en la plaza llorar muchos hombres por la infamia con que se les entregaba; y yo mismo he llorado más que otro alguno, cuando a las tres de la tarde del 27 de junio de 1806 ví entrar 1560 hombres ingleses, que apoderados de mi Patria, se alojaron en el Fuerte y demás cuarteles de esta ciudad”. Mariquita Sánchez recordaba: “Todo el mundo estaba aturdido mirando a los lindos enemigos y llorando por creer ver que eran judíos y que perdiera el Rey de España, esta joya de su corona”.

Al día siguiente, Beresford citó a los miembros del Cabildo, y les exigió la entrega de los caudales. Le respondieron que Sobremonte se los había llevado. Beresford, fuera de sí, dijo: “cuando yo intimé al gobernador la entrega de la plaza, ofrecí respetar la religión, las personas y las propiedades; y lo he cumplido, y también exigí el tesoro real”. Como amenazaba con liberar a sus soldados para dar rienda suelta a sus apetitos, los cabildantes le escribieron a Sobremonte, para que entregara el tesoro a los británicos.

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El virrey respondió que los caudales reales “no están comprendidos en los derechos que le dá la guerra… y los pertenecientes a la Real Compañía de Filipinas, que, aunque bajo la protección real, es una compañía particular de comerciantes”. Beresford, con la paciencia colmada, envió un ultimátum a Sobremonte, responsabilizándolo de las graves consecuencias. Amenazó con liquidar como presas, 180 barcos, barcazas y botes que había requisado en el puerto, para arruinar la ciudad.

Sobremonte aflojó. Desde Luján, reiteró que no correspondía la entrega de los caudales, que habían sido retirados antes de la entrada del invasor; pero que, en atención al buen trato dado a los habitantes, y bajo la condición de someter el caso a la consideración de las dos Cortes (la británica y la española); entregaba al tesoro, pero que, hasta que se resolviera en definitiva, el mismo debía permanecer en Buenos Aires. A tal fin, ordenó hacer “entrega de los caudales del Rey y de la Compañía de Filipinas a disposición de los Señores Generales Ingleses que han tomado posesión de Buenos Aires”. Acto seguido, partió aCórdobaa organizar la reconquista.

Enterado Beresford, destacó al jefe de los Dragones Ligeros, capitán Thomas Arbuthnot, con 6 dragones y 20 highlanders, para incautar los caudales.Los británicos llegaron a Luján “de improviso” pasada la medianoche y se posesionaron del Cabildo. “No tan solo se señoreaban de ella, sino también de todo el archivo, caja de propios y utensilios… rompieron las llaves que guardaban el archivo, sacaron y rompieron los papeles que quisieron”.

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Cuando localizaron los caudales, detectaron que uno de los cajones había sido violentado y vaciado; y que faltaba otro. Detuvieron al alcalde de Luján, don José Gamboahasta la una de la noche, con amenazas de matarlo sin no decía a dónde estaban los caudales que faltaban”. Pero el pobre alcalde no tenía nada que ver. Días después, se supo que, de la noche a la mañana, un vecino de Luján, Andrés Migorja, apareció con una fortuna, cuyo origen nunca supo explicar.

Asegurado el tesoro, los soldados descansaron hasta el día siguiente. Temprano, Arbuthnot volvió a Buenos Aires con los dragones; y dejando a los 20 highlanders para que regresaran custodiando las carretas, con el tesoro, a la Capital.

Capitán Thomas Arbuthnot

Allí, los escoceses, hicieron un “picado”, pateando entre ellos una pelota improvisada. Pateaban tan fuerte que “quebraron todas las tejas de la cárcel y calabozos, pues con motivo de bajar la pelota con que se divertían, andando sobre las tejas, como si caminaran sobre sólido terreno”. La cárcel de Luján quedaba en el Cabildo. Después, los highlanders abandonaron allíel balón.

Grande fue la curiosidad de los lugareños al observar a estos extraños escoceses vestidos con polleras, que pateaban una pelota entre ellos, de una punta a la otra de la calle. Cuenta la tradición que, al retirarse los soldados, unos chicos tomaron la pelota y se pusieron a jugar entre ellos, imitando a los invasores. Así fue como llegó el deporte “Pasión de Multitudes” a este rincón del mundo; siendo los escocesesquienes iniciaron a los argentinos en este deporte.Aunque el fútbol que nos dejaron no fue gratis… Nos costó la módica suma de más de un millón de pesos de entonces: caudales que, apropiados por Beresford, se pasearon triunfalmente por Londres; y se repartieron entre la Corona y los conquistadores de Buenos Aires.

* Juan Pablo Bustos Thames. Abogado, Ingeniero, Profesor Universitario, Director de la Cámara de Comercio Exterior de Tucumán, estudioso e investigador de la historia, escritor, realizador y conductor televisivo y de documentales. Miembro de la Fundación Federalismo y Libertad y la Fundación Universitaria del Río de la Plata (FURP). Facebook: https://www.facebook.com/juan.p.thames/ Instagram: jpbthames / Linkedin: Juan Pablo Bustos Thames.