OPINIóN
TIEMPO DE DEFINICIONES

El acuerdo con Argentina podría ser un punto de inflexión

Fondo Monetario Internacional
Fondo Monetario Internacional | AFP

Un nuevo borrador de acuerdo entre la Argentina y el Fondo Monetario Internacional ha evitado la austeridad. Una vez aprobado por el Congreso de la Argentina y el directorio del FMI, permitirá que la economía argentina crezca mientras el Gobierno continúa con sus esfuerzos por reducir la pobreza y bajar gradualmente la inflación. Con tantos países que enfrentan crisis de deuda como consecuencia de la pandemia, el FMI tendrá que adoptar cambios similares en sus políticas en otras partes.

Es bien sabido que el antiguo modelo de austeridad no funciona. No solo provoca que la economía se contraiga e inflige una penuria excesiva a la población; tampoco cumple ni siquiera con los objetivos limitados de reducir los déficits y aumentar la capacidad de un país de pagar a los acreedores.

Los defensores de la austeridad se han atribuido éxitos en unos pocos países. Pero estamos hablando de economías pequeñas lo suficientemente afortunadas de tener socios comerciales que atravesaban un período de apogeo en el momento en que se estaba aplicando la austeridad. Estos efectos colaterales positivos compensaron los recortes del gasto público, pero esas mismas economías podrían haber crecido aún más si no hubieran abrazado políticas de austeridad al estilo Herbert Hoover.

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La Argentina, por su parte, ha demostrado los méritos de una estrategia alternativa centrada en el crecimiento. Cuando a la economía se le permite expandirse, los ingresos tributarios pueden aumentar rápidamente.

El anuncio de un nuevo acuerdo del FMI con la Argentina ha generado algunos comentarios críticos que sugieren que hay algo en la sangre de los argentinos que hace que su país sea poco confiable –como si fueran una nación de deudores–. La presunción es que la única manera de lidiar con un deudor serial es ser despiadadamente duro. De lo contrario, los gobiernos peronistas de “izquierda” y fiscalmente derrochadores supuestamente dejarán un caos que va a tener que limpiar la próxima administración de centroderecha, en un ciclo que se repite indefinidamente.

Esta crítica repetitiva no podría estar más alejada de la verdad. Cuando el presidente de centroderecha más reciente, Mauricio Macri, asumió el cargo, a fines de 2015, la deuda pública externa de la Argentina era relativamente pequeña, un 35% del PBI, debido a las políticas de crecimiento y reestructuración de la deuda de los gobiernos precedentes. Macri luego entró en una juerga de endeudamiento, ganándose elogios de los prestadores de Wall Street, felices de capitalizar las altas tasas de interés que ofrecía. En un par de años, sin embargo, todo empezó a desmadrarse. En 2019, la deuda pública externa de la Argentina había aumentado al 69% del PBI.

El FMI le otorgó el préstamo más grande de su historia al gobierno de Macri en 2018, sin siquiera imponer condiciones que prohibieran que el dinero fuera utilizado para financiar salidas de capital o para pagar deudas insostenibles con acreedores privados. Lo que sucedió después no fue ninguna sorpresa: fuga de capital, contracción económica e inflación en alza, que llegó al 53,8% en 2019.

El mismo patrón se había desarrollado en los años 90, durante la presidencia de Carlos Menem, un predilecto del FMI, a quien habían llevado a Washington para exhibirlo como un ejemplo de buena gobernanza y políticas económicas sólidas. Pero luego de un período de enorme endeudamiento del gobierno en el exterior, la Argentina cayó en una depresión devastadora que duró de 1998 a 2002. En 2003, la administración peronista de Néstor Kirchner pudo alcanzar una rápida recuperación. Lo hizo implementando una estrategia generalizada de crecimiento.

Los mercados financieros suelen tener una obsesión con la inflación, y la inflación puede ser un problema para el funcionamiento de una economía de mercado. Obviamente, el presidente argentino, Alberto Fernández, habría preferido no haber heredado una economía de alta inflación cuando asumió la presidencia, en 2019. Pero todos los gobiernos deben jugar la mano que les toca, y siempre habrá concesiones difíciles en la confección de las políticas económicas. Los programas tradicionales del FMI muchas veces han dejado de lado las preocupaciones por el costo para la gente y la economía, la pérdida de crecimiento y el aumento de la pobreza, e implementaron una estrategia despiadada de austeridad con recorte del presupuesto.

Con la inflación en 50,9% en 2021, hay gente que insiste en que la Argentina necesita un programa recesivo que ponga los precios bajo control. Pero aun si una austeridad renovada cumpliera con este objetivo, la cura sería peor que la enfermedad. En un país donde el 40% de la población ya vive por debajo de la línea de pobreza, ningún programa que aumente el desempleo lo suficiente como para bajar rápidamente la inflación sería sostenible o justificable.

El nuevo acuerdo de la Argentina con el FMI es solo el comienzo. Pero siempre habrá quienes añoren el viejo FMI, con sus condicionalidades contractivas, muchas veces duras o procíclicas. Estas políticas serían un desastre para la Argentina y el mundo. Profundizarían la división entre las economías avanzadas y los países en desarrollo y de mercados emergentes, minando aún más la credibilidad del FMI, que tiene la misión de garantizar la estabilidad financiera global, en un momento en que se necesitan de manera crítica medidas que mejoren esta estabilidad.

Durante la implementación del nuevo programa, la Argentina inevitablemente experimentará sacudidas –positivas y negativas–. En un contexto donde el covid-19 sigue prevaleciendo, y en vista de los conflictos geopolíticos en curso, el riesgo de sacudidas negativas es real. Una gran sacudida adversa implicaría un menor crecimiento y déficits más grandes de lo previsto, lo que exigiría una recalibración. En ese caso, la antigua frase del FMI –“el país ha descarrilado”– tendría que desecharse. He aquí un sustituto: “El gobierno y el FMI siguen trabajando en conjunto para garantizar que el país responda de manera efectiva al shock para que se restablezca el crecimiento compartido, porque es solo a través de un crecimiento compartido que se pueden alcanzar los objetivos acordados”.

Las viejas ideas tardan en desaparecer (no importa cuántas veces hayan demostrado ser erróneas), y reconstruir las instituciones es un proceso lento. Afortunadamente, el nuevo acuerdo del FMI le permitirá a la Argentina abordar los desafíos que enfrenta, en lugar de atarle las manos.

*Nobel en Economía, profesor en la Universidad de Columbia y ex director del Banco Mundial.

**Co-Director del Centro de Investigación Económica y Política.

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