OPINIóN
¿en el aula o en casa?

El cólera en tiempos de pandemia

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Debate. Los argumentos podrían girar, por ejemplo, en torno a ¿en qué nivel educativo realizar el cierre?, ¿cuántos días?, ¿en qué lugares? | cedoc

Las condiciones políticas en que nos encontramos los argentinos no deja tema excluido de la virulenta confrontación. A modo semejante, aunque al reverso de la novela El amor en los tiempos del cólera, los principales protagonistas se juramentan odio eternamente. Es tan intenso el sentimiento que todo es tomado para nutrirlo. La presencialidad en los colegios se desarrolla en este marco, en el que el tema es una mera excusa para doblegar al otro.  Qué lejos estamos de una cultura política que lógicamente se tensiona, pero de la que se excluyen ciertos valores y se acepta el núcleo elemental de reglas. Hemos puesto todo como objeto de confrontación. La pandemia, esa fuerza silenciosa que nos atraviesa, lejos de unirnos para vencerla la utilizamos para nuestra guerra santa.

¿A quién le interesa informarse y debatir acerca de la presencialidad como condición de enseñanza y aprendizaje? Informarnos, tomar medidas pertinentes en el marco de consenso en este tema debería ser normal. 

Citar estudios que demuestran que la escuela es foco de contagio es tan común como encontrar citas de otros trabajos que demuestran que no lo es. Y ello ya no llama la atención a nadie, dado que pareciera lógico que la ciencia tiene que tomar partido en esta disputa también.

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Estas condiciones, sumadas a la debilidad del Estado y sus autoridades, no deja espacio para medidas racionales, dado que la gestión sucumbe bajo la guerra política. El todo o nada, lo permitido o lo prohibido, cerrado o abierto, son polaridades que se replican en cada tema: clases sí o clases no, frontera cerrada o abierta, cuarentena sí o no, sanciones sí o no, vacunas sí o no. barbijo sí o no, son solo algunas de las expresiones polares a las que se reducen las posibilidades,  

Quienes vivimos en provincias con sistemas excluidos de fortaleza institucional no podemos dejar de sorprendernos de que esta vez la reducción a categorías bipolares se da en el marco de la Capital Federal. Que un caudillo oscile entre prohibir todo o permitir todo –pasando de la fase 1 a la 5, con la misma rapidez que Luis Sandrini pasaba de la risa al llanto–, más allá de reflejar la incapacidad de gestionar con racionalidad pone en evidencia la ausencia de una cultura política que contenga las decisiones que nos involucran a todos. 

La educación, la cultura, la convivencia, son dimensiones vitales de la sociedad. El debate y la decisión sobre la presencialidad debieras, así, estar presididos por la información acerca de su importancia y alcance. Recordar a un clásico de la educación como Emile Durkheim (1858-1917) puede ayudarnos en estos momentos. Él entendía que la educación era un proceso que se daba de una generación adulta a otra más joven y que tenía una doble finalidad: primero contribuir a la integración social y luego capacitar a los ciudadanos para incorporarse al mundo laboral.  La primera función es tarea de los primeros años escolares, mientras que la segunda de los últimos. Por ello cuando un niño no asiste a la escuela estamos debilitando la integración social, lo que se aprende no con la enseñanza de contendidos sino a partir de las relaciones que se dan entre pares y entre adultos y niños, a partir de los modos de convivencia, de comunicación, de respeto a las reglas, de las actitudes frente a la tarea, la predisposición al esfuerzo, etc. Resulta paradójico que en el plano político se dé una verdadera guerra fría cuyo contenido tenga que ver esencialmente con la presencialidad, tan imprescindible para que se pueda dar la enseñanza que contribuye a la integración social. 

La educación a distancia progresó inmensamente en los últimos años y en especial ahora, mas nunca podrá sustituir ese aprendizaje que se da en la interacción con los otros, cara a cara. Cuando aprendemos a multiplicar, por ejemplo, no solo aprendemos las tablas sino un modo, una forma de trabajo, de estar con los compañeros y con el docente. Lo que conformará en una matriz que reproduciremos en la adultez con los conciudadanos.

En una discusión, en un contexto de respeto de las reglas del disenso, los argumentos podrían girar en torno a, por ejemplo, ¿en qué nivel educativo realizar el cierre?, ¿cuántos días?, ¿en qué lugares?  Como también, de modo semejante, otras decisiones deberían tomarse en estos términos, es decir de modos puntuales, basadas en información, con parámetros de referencia, y en el marco de consensos mínimos entre los dirigentes y con los protagonistas.

Una cultura política de guerra no solo destruye la convivencia entre los políticos, destruye la capacidad de gestionar racionalmente, la toma de decisiones mesuradas y específicas. Su ausencia genera incertidumbre económica, desalienta iniciativas e innovaciones y, peor aún, se constituye en modelo para el resto de la sociedad. 

En casi cualquier lugar las condiciones de guerra suelen unir a su población, nosotros a esta guerra sanitaria la aprovechamos para nuestra guerra política. El amor en tiempos del cólera se ve doblegado por el odio en tiempos de pandemia.

*Docente de Sociología, Universidad Nacional de San Luis - Universidad Nacional de Villa Mercedes.