Es posible creer que todo comenzó con la conferencia de Sergio Moro en la Facultad de Derecho de la UBA. Su convocatoria, su suspensión y las acusaciones cruzadas. Mucho se ha escrito al respecto. El Diputado Valdés hizo afirmaciones, seguramente de buena fe, sobre la suspensión del encuentro que no son ciertas. Sin embargo, no quiero detenerme en estas breves líneas en la figura de Moro ni en las ironías del diputado sobre el Diario de Balbín.
Sí dije públicamente que Moro es una figura fuertemente cuestionable por su actividad judicial y, en particular, por su incorporación al Gobierno de Bolsonaro. No se trató de un premio o reconocimiento a él. Y creo también que Lula tuvo el mérito de desarrollar políticas inclusivas en el Brasil.
Es más, en los primeros meses de este año me contacté con uno de los abogados de Evo Morales en la Argentina para entrevistarme con él e invitarlo a dar una conferencia. De hecho, continuamos con el ciclo de conferencias e invitamos al Fiscal ante la Corte de Casación Italiana que habló sobre el proceso de Mani Pulite y en los próximos días disertará uno de los mejores especialistas del Banco Interamericano de Desarrollo sobre transparencia e integridad. Evidentemente intentamos construir un ciclo plural y abierto.
Luego el debate público se trasladó a la libertad de expresión y en este sentido creo que uno debe tolerar y escuchar a quien piensa de modo contrario e incluso cuando nos cause un profundo rechazo. Nuestra obligación desde la Universidad pública es crear y respetar esos espacios de debate e incorporar a quienes no comparten nuestros valores ya que el sentido de la Universidad es justamente el desarrollo del espíritu crítico y esto solo es posible si escuchamos todas las voces. Sin embargo, en estas circunstancias tampoco me interesa detenerme en este punto, más allá obviamente de su trascendencia.
Cuando le propuse a las autoridades de la Facultad de Derecho de la UBA crear un Centro de Transparencia, luego de dejar el cargo de Procurador del Tesoro, lo hice porque creo que en nuestro país no es posible discutir seriamente sobre la corrupción y que, a su vez, es muy difícil combatirla. Sí, obviamente que entre nosotros debatimos sobre casos concretos, pero no sobre políticas públicas sobre transparencia ni tampoco sobre las raíces de la corrupción.
Más puntualmente, me pregunto por qué en Argentina no se esclarecen los supuestos hechos de corrupción y cuáles son las consecuencias institucionales y sociales por no hacerlo. Y, en igual sentido, si existe persecución política a través de las causas judiciales nos preguntamos por qué no se investigan y condenan tales hechos repudiables. Si no, nunca sabremos cuál es la verdad.
Es imposible construir una sociedad más justa e igualitaria sin redistribución de la riqueza y sin justicia. Creo que el debate pendiente en nuestro país es el de la igualdad y solo es posible construir igualdad si redistribuimos recursos (por ejemplo, a través del impuesto a las riquezas u otras herramientas) y, asimismo, evitamos y eventualmente castigamos el caso más paradigmático de desigualdad, es decir, los hechos de corrupción.
El problema de la corrupción en la Argentina es que existe una élite de poder político y empresarial que goza de sus beneficios y permanece en el tiempo, más allá de los gobiernos.
A su vez, los casos de corrupción se complejizaron en los últimos tiempos a través de los conflictos de intereses. Por un lado, la figura del empresario/funcionario que se corrompe mutó en ciertos casos por la del funcionario que directamente trabaja como representante del empresario. Por el otro, los hechos de corrupción se consuman a lo largo del tiempo, es decir, el hecho ya no es simplemente el caso puntal y grave del pago de sobreprecios, sino que quizás es percibido meses o años después por contraprestaciones más sofisticadas (por ejemplo, contratos de asesoramiento después del cese en el cargo público). Evidentemente la corrupción es un fenómeno mutante y escurridizo.
Quisiera detenerme en un caso puntual e intentar reflexionar a partir de él, evitando caer en la grieta. Repasemos los hechos. El Estado argentino le vendió a la Sociedad Rural el predio ubicado en el barrio de Palermo de la Ciudad de Buenos Aires por un monto aproximado de 30 millones de dólares en el año 1991. Sin embargo, de las pericias agregadas en el expediente, surge que su valor en verdad oscilaba entre los 60 y 130 millones. Es decir, entre 30 y 100 millones de dólares que el Estado supuestamente dejó de percibir y perdió.
En el año 2012 la expresidenta Cristina Fernández dictó un decreto revocando la compraventa y, por lo tanto, el predio volvió al Estado. En ese contexto, la Sociedad Rural obtuvo una medida cautelar judicial y el predio le fue restituido temporalmente.
Como Procurador, durante el gobierno del expresidente Macri, defendí el decreto del año 2012 y los intereses del Estado, es decir, la devolución del predio.
Más adelante, fui citado como testigo en el juicio penal y los jueces condenaron a los responsables. Finalmente, el tribunal de revisión revocó las condenas por prescripción del delito (pasaron casi treinta años).
¿Qué ocurrió? ¿Por qué luego de treinta años seguimos reclamando que se haga justicia? ¿En qué fallamos? Creo que este es el debate central y que, por lo tanto, deberíamos discutir sobre las políticas públicas de transparencia y evitar construir simples laberintos mediáticos y de redes repletos de palabras, espejos y banalidades. Es curioso, pero el ciclo de conferencias creó más revuelo que el caso de La Rural.
Considero que es necesario construir políticas de modo integral y no a través de medidas aisladas y espasmódicas impulsadas solo por hechos puntuales y comúnmente pasajeros.
En tal sentido, creo importante señalar que el gobierno anterior presentó un Plan Anticorrupción verdaderamente defectuoso y lo hizo recién en su último año de gestión y que, por su parte, el actual Gobierno debiera consensuar con la oposición y presentar así un Plan integral e imprescindible sobre Transparencia.
No me interesa detenerme en el diario de Balbín (ciertamente menor), sino en el diario de los argentinos y me temo que leer el diario de los argentinos no es simplemente leer, sino llorar.
*Profesor titular (Universidad Nacional de Buenos Aires).