OPINIóN
Día de las Infancias II

El mejor regalo, un proyecto de vida

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Rol. Hay un enorme peso de los hechos que producimos en los años de crianza. | cedoc

El tercer domingo de agosto celebramos en Argentina el Día del Niño, que pasó a ser el Día de las Infancias a partir de 2020. Su nueva denominación responde a la necesidad de expresar la diversidad de vivencias que atraviesan esta etapa del ciclo vital de cada persona en su singularidad. Se busca también despegar esta fiesta de lo comercial, promoviendo un auténtico sentido de celebración de la niñez que ponga el foco en su centralidad en el proceso de desarrollo de las sociedades contemporáneas.

Sabemos que la práctica indica que niñas y niños esperan ser agasajados en esta fecha con regalos o actividades especiales. En un país desigual, algunos tendrán mayor éxito que otros en el cumplimiento de esta expectativa. En este contexto proponemos el ensayo de pensar, más allá del presupuesto disponible, cuál podría ser hoy la mejor ofrenda a las infancias y traducirlo en acciones concretas.

En primer lugar, surge con fuerza la idea de una educación que ayude a las infancias a perfeccionar las capacidades necesarias para el despliegue de su proyecto vital. Y aquí nos cuestionamos cómo lograr este objetivo que se revela tan significativo como abstracto en un escenario de marcados contrastes. La clave estaría dada por un enfoque de formación integral desde la función educativa parental, que nos demanda expandir nuestra conciencia respecto del deber de destinar tiempo de calidad a los hijos. Abarcar las distintas dimensiones que componen su ser personal, abrazando una perspectiva holística, se instala como una intervención obligada. Y hacerlo a través de dos vías combinadas: la responsividad y la exigencia. Esto es: presencia afectiva y normativa, amor y límites. Desde muy pequeños, la generación de un vínculo de confianza con los adultos referentes abre oportunidades a los niños, concediéndoles elegir y adoptar decisiones para alcanzar las metas propuestas. La evidencia muestra que la calidez de las figuras parentales colabora en la adquisición de habilidades prosociales y que un entorno protegido contribuye a ampliar su capacidad de opción responsable.

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Julián Marías se refiere a la vida humana como un “mecanismo de elección, de preferencia y postergación”. Y advierte que “toda elección es a la vez exclusión”. Tales acciones esbozan nuestro proyecto vital, un plan de vida que se delinea y se plasma. Ya consolidado, nos adherimos a él dejando de lado otros caminos posibles. Aun en el supuesto de su reconducción, mientras contemos con cierta flexibilidad estructural que nos permita realizar ajustes. Esto nos recuerda que la resiliencia se educa, como parte del abanico de capacidades que entrenamos en el ámbito familiar.

Lo anterior nos habla del enorme peso de los hechos que como madres y padres producimos en los años de crianza y, adicionalmente, de la urgencia de diseñar políticas públicas que se efectivicen en apoyos para el ejercicio de una parentalidad positiva, que no es más que una parentalidad respetuosa de los derechos de la niñez. Se menciona poco la incidencia en el crecimiento armónico de niñas y niños que supone tener un hogar estable, un espacio donde se perciban seguros, donde se afiance su sentido de pertenencia y se integren en rutinas que configuren un ambiente previsible.

Qué mejor, en el Día de las Infancias, que celebrar nuestra decisión de enseñarles a aspirar a lo que verdaderamente importa, alejando lo irrelevante y perseverando con vistas a un propósito. Las lecciones aprendidas durante la pandemia nos demuestran que podemos prescindir de lo accesorio y fijar la mirada en lo primordial. Y esto nos convoca a examinar nuestros propios itinerarios vitales proyectados, con la certeza de que siempre, a cada paso, ellas y ellos nos estarán observando.

*/**Docentes e investigadoras, profesoras de la Escuela de Educación y el Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral.

Producción: Silvina Márquez.