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Alberto Fernández compite por el "ñoqui de oro"

El presidente es el ejemplo más acabado de esta figura del político eterno empleado público. Tras toda su vida activa de más de 30 años como empleado o funcionario público, llegó a ejercer la presidencia de la Nación.

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Es harto conocida la famosa mitología popular que dice que el término “ñoqui” para referirse despectivamente al empleado estatal viene del hecho de que en el Estado se solía pagar los 29 de cada mes y, cuando se cobraba por ventanilla, era el único momento del mes en que los veían a muchos de estos empleados en el lugar de trabajo. 

En Argentina tenemos muchas anécdotas, chistes y gags de televisión con el empleo estatal como protagonista, desde el mítico “Trámite del arbolito” de La tuerca, hasta la inmortal “empleada pública” de Gasalla. Lo cierto es que esos chistes son moneda corriente sobre todo entre los mismos estatales. Ellos son los primeros en advertir que la ineptitud, la ineficiencia y la permanencia pese a todo en el empleo público es un mal que atraviesa desde el primer ordenanza hasta muchos encumbrados dirigentes políticos pasando por todas las gamas del acomodo.  

Además de los puestos políticos y los empleados acomodados, existen aquellos que son propiamente denominados “ñoquis” que son quienes cobran un sueldo por un cargo que no ejercen y muchas veces tienen este puesto a cambio de un retorno que financia la política. Esto existe desde hace mucho tiempo, pero lo que es una novedad de las últimas dos décadas, es el hecho de que creció entre los estatales el número de personas sin demasiados contactos que son trabajadores que cumplen un horario aunque no hagan demasiado. 

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Aunque sean opacados por muchos que son incapaces o vagos, existe un grupito de empleados estatales que trabajan, están formados para el puesto que desempeñan,  se preocupa por ser eficientes y hasta brindan un servicio a la población. Es por esto que la frustración que sufre el ciudadano ante la ineptitud o la falta de interés de muchos empleados estatales y la bronca ante la evidencia de un Estado bobo, lento y estratificado, es mayor en este grupito de estatales que se esfuerzan por hacer un trabajo. El rechazo es mayor entre estos empleados honestos porque conocen bien de cerca el asunto y además de tener que hacer el trabajo de sus compañeros, tienen que batallar con jefes incompetentes, autoritarios e intocables.

En el Estado, sucede muy a menudo que, cuando no es por simple acomodo, se sube de escalafón por antigüedad y en que el jefe entonces es el que es el más viejo. En la empresa privada hay más incertidumbres que certezas. A veces se cansan tanto que piensan en abandonar su puesto en el Estado para buscar nuevos rumbos, y sin embargo se quedan ¿Por qué?

Lo cierto es que en un país acechado permanentemente por las crisis, con empresas que siempre están prontas a partir, un empleo en el sector privado, además de muchas veces una quimera, parece ser más un riesgo que una seguridad.

Empleo público y empleo privado

Por esto no nos tienen que llamar tanto la atención los resultados de un trabajo del CECAP (Centro de Estudios en Comunicación Aplicada) de la Universidad Austral titulado: “Discurso social sobre empleo público y privado en Argentina”. En este trabajo, recientemente publicado, vemos que los encuestados ante la pregunta de si prefieren un trabajo en el sector privado o en el Estado vemos eligen cada día con más frecuencia, recalar en el Estado. Si analizamos los cruces por edad comprendemos que las preferencias sobre el Estado aumentan a medida que disminuye la edad de los encuestados, llegando a representar una preferencia del 76% (contra el 21%) en los sectores más jóvenes.

El empleo público, ante todo, ofrece una seguridad que el privado en la Argentina no logra, porque no hay seguridad ni jurídica, gremial, ni institucional  para la inversión extranjera y las empresas locales están siempre más pendientes de ver cómo irse a otro país que de buscar formas de quedarse.  Pero esta seguridad en el trabajo tiene como contrapartida que muchos empleados sepan que pueden hacer lo que quieran porque como mucho, les dan el pase a otra dependencia o en un caso muy escandaloso le sacan algún ascenso, pero difícilmente lo echen. 

Si hiciéramos una competencia de los empleados estatales que se eternizan en el puesto sin necesidad de preparación y sin consecuencias por los errores cometidos,  veríamos que en los primeros puestos quedarían los políticos.  Históricamente el empleo público ha sido el modo de subsidiar la militancia partidaria, premiar a los diferentes referentes políticos y armar de forma más rápida y sencilla caja para financiar la política con plata del estado. 

Con solamente echar una mirada a algunos políticos veremos que estos tienen toda su carrera laboral asociada a la función pública, y que en definitiva se comportan como un empleado público que como sabe que no lo van a echar, hace lo que quiere y solamente se preocupa por acomodarse en un mejor puesto.

Juan Luis Manzur

Juan Manzur, Felipe Solá y Sergio Massa

Por ejemplo, Juan Manzur, con 52 años trabaja desde el  2001 en distintos puestos de la política. Comenzó como secretario de Salud de La Matanza, luego pasó a ser ministro de salud de San Luis para luego pasar a ocupar la misma cartera en Tucumán. Este último cargo lo catapultó primero a ser vicegobernador de su provincia natal, después ministro de salud de la nación, de ahí pasó a ser gobernador de Tucumán, para llegar hoy en día a ser jefe de gabinete.  

Felipe Solá, luego de un paso por la actividad privada, en 1987 fue nombrado Ministro de Asuntos Agrarios de la provincia de Buenos Aires, bajo el gobierno de Antonio Cafiero  y desde entonces ocupó el mismo puesto a nivel provincial y nacional en diferentes períodos y finalmente pasó a puestos electorales siendo gobernador, diputado y un largo etcétera.

Sergio Massa a comienzos de los 90' comenzó en la política dentro de la juventud de la UCeDé (Unión del Centro Democrático), un partido de ideología liberal conservadora en el que rápidamente escaló y apenas  rondando los veinte años, obtuvo el primero de una larga lista de cargos públicos llegando a ser asesor del concejal de San Martín Alejandro Keck, vinculado al dirigente sindical Luis Barrionuevo. Desde entonces ocupó los más diversos cargos públicos embanderado bajo los más diversos partidos. 

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Ñoqui de Oro

Sin embargo, el premio al “ñoqui de oro” también podría ser para Alberto Fernández porque es el ejemplo más acabado de esta figura del político eterno empleado público. Mientras cursaba su carrera de derecho, con apenas 21 años, ingresó como empleado judicial y, desde ahí fue ascendiendo paulatinamente, hasta que hacia 1985, tras haber ejercido como conjuez, en el gobierno de Alfonsín, fue nombrado director de sumarios y subdirector general de asuntos jurídicos del Ministerio de Economía. Luego siguió entre 1989 y 1995 como superintendente  de seguros de la nación en el gobierno de Menem. Así llegó tras toda su vida activa de más de 30 años como empleado o funcionario público, a ejercer la presidencia de la nación.

Hoy la sociedad ve un país sin proyectos ni condiciones para emprender mientras los políticos se enquistan en sus puestos y aumentan su capital groseramente. Los políticos son por lo tanto gente que no experimentó nada de la actividad privada desde adentro: nunca pagó un sueldo, ni un impuesto, nunca tuvo miedo de fundirse ni pidió un préstamo para salvar años de esfuerzos y, sobre todo, nunca tuvo que hacerse cargo de devolverlo.

 Así como en los rangos medios y bajos el empleado puede robar material de oficina o usar la fotocopiadora para uso personal, en los estratos más altos se utilizan los autos del estado para uso personal y se pasan como de representación salidas con amigos y familiares a lujosos restaurantes.

Alberto Fernández

¿Pero qué pasó con el deseo de los argentinos de ingresar a una empresa privada de renombre donde se buscaba confiabilidad y a la cual deseaban brindarle fidelidad, la cual luego la empresa recompensaría con un reloj o una medalla de oro que conmemoraba los 10, 15, 20 o 25 años de servicio en la empresa? 

Es cierto que en todo el mundo el mercado del trabajo cambió radicalmente y aún están en un vertiginoso momento de transformación permanente.  El trabajo es más volátil y tanto las empresas como los empleados tienden a comprometerse menos en una relación laboral a largo plazo. Esto hace que la exigencia y la capacitación de las empresas sea mayor y. El empleado también evalúa no solamente el pago sino también las posibilidades de crecimiento personal y profesional, la posibilidad de viajar, hacer home office, tener posibilidades de esparcimiento, tener un buen ambiente laboral. En el primer mundo es muy común que los jóvenes cambien permanente de empleo buscando alguna de estas posibilidades y no guiándose exclusivamente por lo económico. 

Sin embargo estas posibilidades que se dan en otros países, acá son escasas y entonces no aparecen dentro del horizonte de expectativas de los jóvenes que se insertan en el mercado laboral. El trabajo en el Estado como la máxima aspiración de una generación es parte de un paradigma que está fomentado por la idea, bastante acertada, de que el trabajo dentro del Estado exige sólo lo que se esté dispuesto a dar, mientras que el trabajo por fuera del Estado es precario y escaso. 

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El Estado como salida laboral

Para cambiar este paradigma hay que empezar a generar puestos de trabajo en las PYMES y en las grandes empresas, y para esto hay que fomentar la inversión. En paralelo debemos generar gente que sirva para puestos en empresas privadas y que estén abiertos a los desafíos del futuro. Debemos generar los puestos de trabajo y las herramientas en los trabajadores para ocuparlos. No necesitamos más estado, necesitamos más empresas

Se habla de crear puestos de trabajo pero no se tiene en cuenta la competencia y formación necesarias. Hay empresas que buscan personas con secundario  completo y no encuentran. Buscan personal de tecnología y no hay. Las deficiencias en la formación en matemáticas ahuyentan a los jóvenes para emprender las carreras que se pueden volcar al I+D (investigación y desarrollo en tecnología). Pero no todo está perdido, si hay un valor que todavía conservamos es que la gente de este país es muy inteligente y formada en algunos ámbitos.

La educación queda última en las prioridades de los políticos. Esto se ve a diario en las condiciones de las escuelas y los docentes y se vio más recientemente con la pandemia. Hoy hay fútbol (ya se anunció la posibilidad hasta de la asistencia de público), shows presenciales, bares, etc. pero las universidades siguen por zoom. No se entiende mucho este planteo, y menos en un gobierno que sigue presentándose como un “gobierno de científicos”.

En definitiva, la idea del Estado como salida laboral en parte naturaliza la falta de perspectivas en el sector privado y esto muestra que lo que cambió en la generación laboralmente activa, a diferencia de lo que sucede con la anterior, fue la capacidad del país de ofrecer un progreso social. 

Se puede hablar de empresas que no son atractivas o de empresarios que no logran imponer los valores del aporte y el riesgo. Quizá estos números ayuden a entender por qué la política, pilla, se aprovecha de esta realidad y bate el parche estatista mientras lo que logra es que los empleados que están comprometidos con su tarea en el Estado se frustren y se cansen de intentar desempeñar su trabajo eficazmente mientras sus compañeros se ocupan de tomar mate. 

Entonces empieza a primar, tanto adentro como afuera del empleo estatal el “sálvese quien pueda” y, quien no consigue un contrato en el Estado o se cansa de ser el único que trabaja en su oficina, empieza a ver como un futuro posible, emigrar, igual que los unicornios argentinos, a buscar el destino que acá, cada día, parece más imposible.


“He llegado a la conclusión de que la política es demasiado seria para dejarla en manos de los políticos”. Charles de Gaulle,