El mundo fue creado por medio de la palabra, asevera el Génesis bíblico. Debe ser cierto pues antes de la palabra, ¿qué habría? El vienés Ludwig Wittgenstein lo acota con que los límites de nuestro lenguaje son “los límites de mi mente”. Un coterráneo insiste en que en el decir espontáneo e ingenuo, se revela la intención oculta. Sí, la verdad se deja llevar de la mano freudiana.
Y allí vamos con el magistral “furcio” de Vasily Nebenzya ante las Naciones Unidas: ”Si miran cuidadosamente lo ocurrido en Bucha (Ucrania), acerca de los cuerpos que yacen en las calles, estos nunca existieron antes de que las tropas rusas llegaran…”, cosa que todos ya sabíamos. Pero gracias a esa posibilidad de escucharse a uno mismo como si fuera otro, se aviva y rectifica: “Perdón, antes que las tropas rusas se fueran”. Adorable, pero tarde piaste.
Un funcionario inaugura prístinos servicios cloacales. Tomando envión al elevar la estadista voz, junto con el índice engallado, afirma que, “…si eso fuera negocio, si se pudiera cobrar y si diera ganancia, ya lo hubiera hecho la mano invisible del Estado”. Insiste con que: “…donde no hay negocio, el Estado no llega”. Le advierten desesperadamente hasta que más que descabalgar, se cae del caballo. La ciudadanía se alimenta de carne cuando puede, pero también de “carne de diván”. Es lo que hay. Estas dos escenas son inocuas por lo ingenuas. Alguien suda tinta y otros se matan de risa.
Pasemos a la luctuosa afirmación con que nuestro Presidente inundó de temor a una parte de la ciudadanía y de ideas conspirativas a la otra. Pareciendo un traspié, lo que en el imperio llaman “a foot in the mouth”, nos dice que el lado bueno de la grieta prefiriría al fiscal Nisman callado y suicidado. Pese a que para las investigaciones forenses y los jueces fue un contundente homicidio. El problema es quién fue y, como casi siempre en nuestro bien amado país, eso no se llega a aclarar hasta que la causa prescribe o descansa en paz, como bien saben en La Rioja.
Pero hay que decirlo, la persona que enuncia contradicciones permanentes, sin explicación alguna y sin solución de continuidad, revela un funcionamiento sin filtro del inconsciente freudiano. Eso presume una labilidad de las funciones cognitivas. Eso no tiene buen destino ni para sí, ni para los ciudadanos de la República.
Un presidente puede insistir con sus convicciones íntimas, allá él, pero en ésta ocasión hizo una increíble hipérbole y su asesinado de otrora pasó de una a matarse a sí mismo. Para un suicidio no había motivos visibles, salvo la magnitud de la “persa” denuncia que Nisman iba a llevar al Congreso. Es que en la larga contienda de Aquiles por salvar a su Helena, los ciudadanos ya desconfiamos cuando nos ofrendan, cual gato por liebre, otra tropilla de caballos de Troya. ¡Ahijuna la lobuna! El suicidio es siempre una suerte anunciada por definidos indicadores que registran los psiquiatras y psicólogos bien formados, que los hay. Hasta el encargado del edificio no falla.
Pero aun así, de haber sido suicidio el de Nisman, ¿porqué Luciani habría de hacer lo mismo? ¿Se copian, se contagian estos fiscales, es moda como el lenguaje “exclusive”? ¿O será que les quedan grandes la imponencia de los delitos y sus autores? Serían buenos motivos para “limpiarlos”, si vamos al plano de las conjeturas, propias de los policiales de serie negra. ¡Vamos Chandler!
Confieso que por segunda vez en 50 años coincido con una afirmación llana de la madre de Plaza de Mayo, pero la elevaría, gracias al padre de Mafalda: “No es necesario decir todo lo que se piensa, pero sí es necesario pensar todo lo que se dice”.
Entonces viene el psicoanalista y dice que la enunciación no era un furcio como el de los brasileros que se caían de los plátanos, si no una ironía y se permite invertirla: “Si Nisman fue asesinado, no encuentro motivo para que no ocurra lo mismo con el fiscal (Luciani)”. En ambos casos, se imagina proteger del asedio del judiciario a su dama. Pero para qué apurarse o desesperar pues donde un fiscal acusa e intenta presentar pruebas contundentes, el inocente acusado puede defenderse. Y ya los jueces sabrán emitir sentencia, igual quedan dos instancias de apelación. Una eternidad, pero todo a la vista, si no cajoneado.
Entonces, debe ser que ya saben ellos, los Fernández, que la sentencia en efecto está firmada por la contundencia de los presuntos delitos que no pueden desconocer, sobre todo si los hubieran o hubiesen cometido. Entonces será que la firma ya la habrían puesto ellos mismos. La única manera de evitar su propia sentencia sería romper la Justicia argentina de alguna manera. De cualquiera.
Por tanto “¡Maten al fiscal!” se puede tornar en una orden “posthipnótica” que algún alma militante quiera ejecutar o hacer ejecutar- lo que en general es más prolijo y no menos magnicida. Pero el implacable pensamiento paranoico expande las alternativas. Algunas almas militantes o inteligentes, quizás confabulen con que se puede apagar la causa encendiendo la mecha, pero desde el otro lado. Imaginen volar por los aires al Tribunal Federal que supo ser sede, increíble, de Vialidad Nacional. O ir directamente al más simbólico premio mayor e imaginen elevar el Palacio de Tribunales hacia las alturas. Que las Tablas de la Ley de Moisés que lo coronan, vuelen hacia la sinagoga de la calle Libertad, aunque ya las tienen en el frontispicio, pasando por arriba del Teatro Colón - ¡Ay, que no lo dañen! Es que se podría haber puesto en Tribunales el código de Hammurabi, también en piedra, que era anterior y dictado por el dios babilonio Marduk. Más cercano a los patrones de los tripulantes de cierto avión cautivo, que de la conspiración sionista en la Patagonia. Dios - el que fuera o fuese - no lo quiera, pero es una idea ‘deconstructiva’ como casi todo hoy en día.
Terminemos de una vez. “Todos recibimos amenazas, yo también, pero no me preocupo” nos alienta Alberto, desde las entrañas de un pensamiento visceral.
Yo sí. Temo por mi Patria.