Hoy 12 de junio es el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, en el que se busca concientizar a la sociedad y fortalecer las políticas de los Estados para que todos los niños, niñas y adolescentes puedan ejercer libremente su derecho a la educación, a la salud y a jugar, disfrutando su niñez, divirtiéndose, siendo amados, respetados y cuidados.
Los niños, niñas y adolescentes son menores de edad. Decir esto parece una obviedad. Pero esa información, que todos tenemos internalizada y sabida por demás, en no pocas ocasiones resulta necesaria enunciarla y explicitarla. Es como si nos hubiésemos acostumbrado a algo hasta tal punto que dejamos de tenerlo presente y nos olvidamos de ello. Tenemos que recordar que hasta hace relativamente poco, a principios del siglo pasado, en Argentina el trabajo infantil era habitual y, además, considerado como algo natural, es decir, como el destino obligado de cualquier infante. Según censos de esa época, los menores de edad trabajaban en todos los sectores de la economía sin ningún tipo de discriminación: en comercio e industria por igual.
La pandemia duplicó la cifra de los menores que trabajan
Ciertamente, sí había una diferencia en función de su género: mientras que los niños se abocaban más que nada a la construcción, las niñas debían realizar labores domésticas en hogares de terceros. Recién en 1907, la Ley N° 5.291 prohibió el trabajo infantil, pero disponiendo como edad mínima los 10 años para trabajar y sólo limitándose a los trabajos en relación de dependencia, con lo cual se excluían las tareas desempeñadas, por ejemplo, en la vía pública. En décadas posteriores, distintas leyes nacionales fueron sancionadas y promulgadas con miras a elevar la edad mínima de trabajo, como así también a contemplar una cantidad más amplia de situaciones. A pesar de estas incipientes regulaciones, lo que distintas investigaciones arrojan como conclusión es que, en los hechos, la cantidad de menores de edad en situación de trabajo ha variado sensiblemente de acuerdo a la coyuntura económica: disminuyendo cuando el país crecía en riqueza y aumentando cuando una crisis asolaba a la Argentina. Esa es una tendencia que nos acompaña, lamentablemente, hasta nuestros días.
Menciono todo esto porque no por ningún motivo el Día Mundial contra el Trabajo Infantil sigue teniendo lugar cada 12 de junio. Si ese día sigue existiendo es porque, evidentemente, la situación sobre la que esa fecha se basa continúa vigente en muchos países de diversos continentes. ¿Qué entendemos por trabajo infantil? Algo tan simple como el hecho de que personas menores de 16 se involucren en formas de trabajo tanto remuneradas como no remuneradas. No importa si una persona de esa edad gana mucho o si lo hace en condiciones de salud y seguridad. El mero hecho de que se vea obligada a trabajar es algo repudiable y que debe ser abordado por los distintos Estados de forma profunda y polifacética.
Trabajo infantil y embarazo adolescente: realidades dolorosas
Tanto la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Organización Internacional del Trabajo (OIT) como el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) dan cuenta de lo extendida que este tipo de práctica sigue siendo en pleno siglo XXI. Según estas organizaciones, 1 de cada 10 niños del mundo se encuentran en situación de trabajo infantil. Quizás esa proporción no sea tan desesperanzadora como podríamos haber pensado en un inicio, pero, si traducimos esa cifra en números, podemos decir que el 10% de la población mundial de niños equivale a 150 millones de personas menores de edad que desarrollan actividades laborales. De este número, la mitad son niños que tienen entre 5 y 11 años. Aún más, las organizaciones nombradas aclaran también que esta cifra empezó a disminuir marcadamente sólo desde el inicio de este nuevo milenio.
Esto sucede en todo el mundo, en mayor medida en África, en Asia y en el Pacífico. Europa, Asia Central y las Américas parecerían encontrarse en una mejor posición en relación a esta materia.
En Argentina el 5,37 % de los niños y adolescentes, o lo que es lo mismo, casi medio millón de personas menores de 16 años, realizan actividades laborales. Es verdad que distintos informes han determinado que el trabajo infantil en Argentina se ha reducido del 6,4 % en 2004 al 2,2 % en 2012. Pero, como dijimos al principio, el trabajo infantil es sumamente volátil a las condiciones económicas y, por eso, no debemos sorprendernos que, con la crisis que implicó el COVID-19 en todos los sectores, el trabajo infantil haya trepado, a fines de 2021, a un alarmante número del 23% de los menores de edad, de acuerdo a un informe realizado de manera conjunta entre la OIT, UNICEF y el Ministerio de Trabajo de la Nación. Es, además, preocupante lo vertiginoso de ese crecimiento: según ese mismo informe, la mitad de esos niños, niñas y adolescentes empezó a trabajar a partir del período de Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO) que comenzó el 20 de marzo de 2020. Esto se explica a partir del hecho de que la mayoría de ellos provienen de familias cuyos ingresos cayeron desde 2019 en adelante.
De acuerdo a informes de la OIT, el trabajo infantil predomina en nuestro país en una vasta serie de áreas y sectores. La mayor parte, un 60 %, se concentra en zonas rurales, donde los niños, niñas y adolescentes realizan tareas abocadas a la preparación de la tierra, la siembra y la cosecha, como así también al cuidado de animales y de cultivos y de llevar a cabo fumigaciones, acarreo de agua y acopio de leña. Luego, en el ámbito doméstico, se menciona que menores de edad realizan tareas intensivas en el cuidado de la casa, de hermanos o de atención de algún otro familiar incapaz de valerse por sí mismo. Por último, en las zonas urbanas, se destaca algo que los ciudadanos observan tristemente de forma cotidiana: niños y adolescentes que venden de manera ambulante en la vía pública, que piden limosnas o propinas o que buscan materiales reciclables en la calle.
Trabajo infantil récord en Brasil
El trabajo es una actividad, y aún más, un valor, que hace al crecimiento personal y al progreso no sólo de las personas sino también del país. Pero debemos resguardarnos y entender que eso sólo es aplicable a los mayores de edad. Hay que cuidar que no se vulneren los derechos del niño, ni tengan lugar situaciones de explotación y esclavitud, que los deja en una total desprotección.
Por eso, hoy más que nunca, para honrar este día, tanto el gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, como así también los provinciales y el nacional, deben redoblar sus esfuerzos para llevar a cabo su poder de policía, es decir, para hacerse valer como Estados capaces de implementar y respaldar las leyes que procuran erradicar el trabajo infantil. La inspección de los lugares de trabajo es quizás la principal herramienta para evitar esa situación, el instrumento necesario. Necesario, pero no suficiente. Porque como toda problemática compleja, su solución también requiere un abordaje igual de complejo: que subsane las desigualdades y la vulnerabilidad social, que regularice las situaciones de trabajo no registrado y que incremente las tasas de presentismo escolar en sus niveles inicial, primario y secundario.
Cerrar la brecha: fin del trabajo infantil, educación sexual y políticas de cuidado
Un niño que hoy no recibe formación en la escuela por estar trabajando, mañana será un adulto con dificultades para conseguir un empleo de calidad. La infancia es una etapa para aprender, jugar y crecer. El trabajo infantil pone en peligro la salud, la seguridad y la educación de los más chicos, y con ello su futuro.
* Ezequiel Jarvis, vicepresidente de la Copreti, Comisión Para la Prevención y Erradicación del Trabajo Infantil; subsecretario de Trabajo, Industria y Comercio de la Ciudad.