Hagamos un poco de historia. Como consecuencia de la conflagración conocida como Yom Kipur, librada desde el 6 al 25 de octubre de 1973 por parte de una coalición de países árabes liderados por Egipto y Siria contra Israel, se produce la denominada “crisis mundial del petróleo”.
El día 21 de octubre de 1973, el rey Feisal de Arabia Saudita prohibió el embarque de petróleo hacia puertos de los Estados Unidos o sus rutas comerciales, reduciendo drásticamente la producción de crudo al 25%.
El petróleo se transformó entonces en un “arma económica”. A raíz de ello, la mayoría de los países desarrollados establecieron un control de la eficiencia energética edilicia, en particular, Suecia, Alemania, Inglaterra y Francia. Además, dichos países implementaron políticas activas para el ahorro de energía en sus construcciones. En Latinoamérica, Argentina creó las primeras normas para el acondicionamiento térmico de edificios a principios de 1970, y con bastante posterioridad, la siguieron Chile, México y Brasil.
La arquitectura y el bien común
Este necesario revisionismo nos lleva a la actualidad cuando, como consecuencia de la invasión por parte de Rusia a Ucrania, se establecieron restricciones a la importación de energía. La Unión Europea (UE) depende en un 40% del gas de Rusia, y de acuerdo con los datos de la Federación Europea de Transporte y Medio Ambiente, dicha dependencia implica unos US$ 118.000 millones diarios. Cifras destinadas, en un 40%, a la climatización de obras de arquitectura: viviendas y diferentes usos en los grandes núcleos urbanos.
Si bien la UE aplica rigurosas normativas en las formas de construir con conciencia sustentable, aislando convenientemente sus obras para economizar energía, el tema no deja de ser delicado a nivel ambiental. La falta de combustibles amenaza con reemplazarse, en algunas zonas de Europa como Italia o Alemania, con la quema de carbón en las centrales eléctricas destinado a calefaccionar el interior de las viviendas. Respecto al delicado nivel ambiental del planeta, sería equivalente a un enfermo pulmonar que decide volver a fumar. La consecuencia de la aplicación de esta fuente energética sería mucho más desesperante a nivel climático y ambiental.
Cómo será el futuro de la arquitectura
Quizás, la esperanza dentro del conflicto esté dada en profundizar el llamado plan “REPowerEU”, una medida consensuada en toda Europa a efectos de obtener más energía de forma segura, económica y sustentable, evitando la dependencia de los combustibles fósiles rusos para el año 2030. El plan se concentrará, en su etapa inicial, en la minimización del consumo de gas, acotando la dependencia sobre esa fuente energética en dos terceras partes en el lapso de un año. Una medida similar ha tomado la actual administración norteamericana, al prohibir las importaciones de gas natural licuado, petróleo y carbón ruso. Nuevamente, la energía se transforma en un “arma económica”, si consideramos que Rusia es el tercer mayor productor de petróleo del mundo, detrás de los Estados Unidos y Arabia Saudita.
Estas medidas pueden, en medio de la desgracia y el horror de una guerra, contribuir a reducir la quema de combustibles fósiles, a aumentar la producción de energía renovable, y a interpelar a quienes producimos arquitectura para diseñar condiciones de habitabilidad que reduzcan la demanda energética, con la necesidad de estudiar científicamente el acondicionamiento térmico de nuestras obras.
Eficiencia energética, un bien ambiental y económico
Desde luego, este conflicto llegará a nuestro país. Los precios de la energía, de por sí actualmente elevados, podrían incrementarse aún más, en un contexto donde el parque edilicio argentino muestra severas fallas en sus condiciones de aislación térmica, ya que durante años se sobrestimó ese tema dados los subsidios al gas y la electricidad que dificultaban todo recupero de la inversión aportada a la correcta aislación de un proyecto4. Entendemos el concepto de “acondicionamiento térmico” como “las funciones destinadas a proporcionar, durante todo el año, un ambiente interior saludable y confortable, con el más bajo consumo energético posible”.
Más allá de los flagelos ocasionados por la guerra, el mundo del siglo XXI busca una relación entre el ser humano y la Tierra en equilibrio. En este sentido, correr las fronteras energéticas hacia sistemas sostenibles, creando en paralelo, una arquitectura mejor preparada para el ahorro del consumo, resulta sin dudas clave para el futuro de la humanidad.
* Gustavo Di Costa. Arquitecto. Docente de Arquitectura en UADE.