Una tarde, tomando mate, Hermes Binner me contó que, en los días del rosariazo, en mayo de 1969, él cursaba el último año de medicina y junto con los estudiantes de otras facultades participaban de una asamblea en el comedor universitario, que entonces estaba en la calle Corrientes donde hoy hay uno de los accesos a la Facultad de Humanidades y Artes de Rosario. La asamblea deliberaba de manera acalorada, pidiendo la lucha y la unidad de los obreros y los estudiantes contra el onganiato.
Después, salieron todos a la calle, cortaron el tránsito y la policía los rodeó, armas en mano, repartiendo garrotazos. Los tiros al aire empezaron a sonar y el grupo corrió unos cincuenta metros, hacia la calle Córdoba, esquivando como podían a los agentes. Hermes y algunos compañeros se refugiaron en la galería Melipal, sobre la Peatonal y enseguida se dieron cuenta de que ahí no había ningún refugio ni tampoco una salida alternativa, con lo cual, subieron por las escaleras los pisos de oficinas quedando atrapados en el último. Desde allí, bien alto, por el hueco de esas escaleras, escucharon el eco del disparo con el que un oficial de la policía le quitó la vida al estudiante Adolfo Ramón Bello.
A los 77 años, murió el ex gobernador socialista Hermes Binner
Hermes volvió más de una vez a mencionar esta historia. Si dijera que era con cierta culpa, sería una exageración, pero, estoy seguro, las veces que la repitió, dolido siempre, demuestran que la resignación nunca formó parte de su carácter. Es por eso que su horma política, alimentada por una conciencia social que adquiere ya de chico en su formación con los curas Maristas de Rafaela, se puede observar a pie de calle, siendo intendente, más de treinta años después, en las asambleas populares de 2001 que reunían a los ciudadanos de Rosario, en las que él participó activamente cuando casi ningún político podía salir a la calle. Hermes, con su activismo permanente, de algún modo fue uno de los argentinos que también contribuyeron a que se pudiera juzgar a las Juntas Militares y a que se bajaran los cuadros de los dictadores.
Si la acción política es un ejercicio que intenta con la dialéctica superar las contradicciones y ofrecer, cada día, una vida un poco mejor, Hermes lo hizo desde la defensa de unas ideas cuya praxis se puede ver en Rosario al mirar un río que antes estaba oculto por un muro que tiró abajo al igual que quitó el cerco de la Casa Gris de Santa Fe que separaba al pueblo de la gobernación, al asumir como el primer gobernador socialista del país. Es posible que algunos de estos gestos puedan parecer poéticos, pero también hay poesía en una criatura, sin otro recurso que la propia vida, atendida en los hospitales que forman parte de un plan de salud público único no ya en Argentina, sino en la región.
Es una paradoja que se vaya cuando su ciudad y su provincia eluden a la covid-19 gracias, en parte, a esa estructura sanitaria que creó e implantó, propia del Estado de bienestar europeo. Lo hizo aquí, donde él pretendía algo que parece poca cosa: un país normal.
Chau, Hermes.