El contexto
Juan Domingo Perón había asumido su tercera presidencia hacía poco más de tres meses, el 12 de octubre de 1973, luego de un arrasador triunfo electoral en que fue votado por el 62% del padrón, una de las mayores victorias electorales de la historia democrática argentina.
Las tensiones entre Perón y los sectores de izquierda del peronismo -hegemonizados por la organización Montoneros- iban en crescendo: la masacre de Ezeiza, la renuncia del entonces presidente Héctor J. Cámpora, el asesinato de José Ignacio Rucci, mano “derecha” de Perón y líder de la Confederación General del Trabajo, el surgimiento de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), son claros ejemplos de los tiempos turbulentos que vivía el país. A esto debe sumarse una situación económica compleja -agudizada por la crisis mundial del petróleo- y un “Pacto Social” entre empresarios y obreros para controlar precios y salarios, que empezaba a crujir.
El copamiento
En la noche del 19 de enero de 1974, más de un centenar de guerrilleros y guerrilleras de la agrupación guevarista Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) intentaron tomar la unidad militar que contaba con el mayor arsenal del país: el Grupo de Artillería Blindado 1 y el Regimiento de Caballería de Tiradores Blindado 10 "Húsares de Pueyrredón", ubicado en la localidad de Azul, a 300 kilómetros de la Capital Federal.
El ataque tenía como objetivo aprovisionarse de armamentos para establecer un foco guerrillero en la provincia de Tucumán, obsesión de larga data de Mario Roberto Santucho, líder del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores) y el ERP. Esta obsesión lo llevó a entrevistarse con Fidel Castro en Cuba, a fin de solicitarle apoyo económico y logístico. Sin embargo, Santucho, como, a posteriori, Luis Mattini, miembro del Buró Político del PRT, recibieron la misma respuesta del líder revolucionario cubano: en Argentina había un gobierno democrático, el de Juan Domingo Perón, con el cual Cuba estableció relaciones económicas que permitían “zafar” un poco del ahogo al que los sometía el bloque norteamericano. Por ambas razones, política y económica, Fidel les negó el apoyo. Sin embargo, Santucho siguió adelante con su plan.
El ataque al Regimiento de Azul fue planificado y llevado a cabo por Enrique Haroldo Gorriarán Merlo, conocido como “El Pelado”, que años más tarde participó en la ejecución del dictador nicaragüense Anastasio Somoza y en 1989, dirigió el fracasado copamiento del Regimiento de La Tablada.
El centenar de atacantes agrupados en la columna “Héroes de Trelew”, contaba con información de un “colimba” que estaba realizando allí la conscripción e ingresaron al cuartel vistiendo uniformes militares. Tomaron la guardia central y en el “puesto Nº 3 -relataba Estrella Roja, una revista editada por el ERP- se generó una resistencia en dos centros secundarios de la guardia (tanque y herrería), que hizo posible la intervención del resto del personal del cuartel e imposibilitó su total copamiento”. Entablado el combate, los atacantes mantuvieron la ofensiva “durante una hora hasta que se comprobó la imposibilidad de doblegar la resistencia atrincherada de fuerzas superiores”. Durante el enfrentamiento fueron asesinados dos guerrilleros (y otros dos desaparecieron),el conscripto Daniel González, el Jefe de la Unidad, coronel Camilo Gay y su esposa Nilda Cazaux y fue secuestrado el coronel Jorge Ibarzábal, que fue ajusticiado casi un año después (hoy en día, algunos sectores proponen declarar este crimen como de lesa humanidad y por tanto imprescriptible).
El copamiento fracasó estrepitosamente por la impericia del “Pelado” Gorriarán Merlo. De hecho, afirma Luis Mattini, aquel fue “despromovido” en la estructura del ERP. No obstante, el parte de guerra publicado en Estrella Roja concluía, de manera entusiasta, que “…el ERP reafirma una vez más su decisión de continuar sin desmayos la verdadera lucha por la liberación nacional y social de nuestra Patria de nuestro pueblo, por destruir el injusto sistema de explotación y opresión que sufren los trabajadores argentinos y una de cuyas principales fuerzas son sus Fuerzas Armadas contrarrevolucionarias. ¡Ninguna tregua al ejército opresor! ¡Ninguna tregua a las empresas explotadoras!”
Es importante señalar que para los líderes del PRT-ERP, el triunfo del peronismo y el retorno de la democracia plena, tras 18 años de proscripción, no alteraba un ápice sus planes. Ya, ante el triunfo de Cámpora, habían planteado que no “dejarían de combatir” a las Fuerzas Armadas y a las empresas monopólicas extranjeras; poco antes del arrasador triunfo electoral de la fórmula Perón-Perón intentaron copar -sin éxito- el Comando de Sanidad y continuaron realizando operativos de “expropiación” y secuestro de directivos de empresas.En suma, Santucho creía y luchaba por la revolución socialista y consideraba a Perón como la “última tabla de salvación del capitalismo argentino”. En este marco, los efectos políticos del fracaso de Azul, permitirían agudizar las contradicciones al interior del peronismo entre el proyecto “burgués-capitalista” de Perón (y el ala política y sindical) y el socialismo nacional enarbolado por los Montoneros.
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Las repercusiones del hecho
Al día siguiente, informaba Clarín, el presidente Perón condenó la “acción extremista”. En cadena nacional, afirmó que “…hechos de esta naturaleza evidencian elocuentemente el grado de peligrosidad y audacia de los grupos terroristas” que operaban “ante la evidente desaprensión” del gobierno de Buenos Aires. Perón se refería al mandatario Oscar Bidegain, sindicado como “gobernador montonero”, al igual que Antenor Gauna (Formosa), Ricardo Obregón Cano (Córdoba), Alberto Martínez Baca (Mendoza), Jorge Cepernic (Santa Cruz) y Miguel Ragone (Salta).
Vestido de militar y severamente ofuscado, Perón afirmó que el hecho de Azul “donde se ataca una institución nacional con los más aleves procedimientos, está demostrando palmariamente que estamos en presencia de verdaderos enemigos de la patria, organizados para luchar en fuerza contra el Estado, al que a la vez infiltran con aviesos fines insurreccionales”. Por eso, argumentó que era preciso “aniquilar cuanto antes este terrorismo criminal ”lo que consideraba una “tarea que compete a todos los que anhelamos una patria justa, libre y soberana, lo que nos obliga perentoriamente a movilizarnos en su defensa y empeñarnos decididamente en la lucha a que dé lugar”. Por último, afirmó que si el conjunto del pueblo argentino no lo acompañaba en esta lucha, no permanecería ni un día más en el cargo. “Ha parado la hora de gritar Perón; ha llegado la hora de defenderlo”, bramó.
Por otro lado, Perón, también envió una misiva a los militares que defendieron “leal y heroicamente”, el regimiento ante el “traicionero” ataque de los extremistas erpianos. Así, les dijo que “sepan ustedes que en esta lucha no están solos, sino que es todo el pueblo el que está empeñado en exterminar este mal”, que la mayoría de la gente deseaba “protagonizar una revolución de paz” y que “el repudio unánime de la ciudadanía hará que el reducido número de psicópatas que van quedando, sea exterminado uno a uno para bien de la República”.
El intento de copamiento del Regimiento de Azul fue repudiado por todos los sectores políticos y sindicales. Bidegain presentó la renuncia y asumió el vice Victorio Calabró, hombre de la derecha del peronismo. A los pocos días, un grupo de diputados de la Juventud Peronista solicitó una audiencia con Perón para plantear sus diferencias con el proyecto de reformas al código penal que se venía elaborando hacía varios meses (y que el copamiento de Azul no hizo más que acelerar su aprobación). El proyecto endurecía las penas para la portación de armas, las acciones armadas y creaba nuevas figuras delictivas, denunciadas como ambiguas por los diputados afines a Montoneros, quienes afirmaban que el proyecto era más represivo que el establecido durante la dictadura de Lanusse.
Como narran María Lucía Abbattista y Fernanda Tocho en “El verano caliente del ´74. La Tendencia Revolucionaria del peronismo entre la asunción de Perón y el aniversario del 'triunfo popular”, Perón, ante el pedido de audiencia privada de los diputados de la Juventud Peronista, los recibió ante las cámaras de televisión y acompañado del “Brujo” José López Rega, ministro de Bienestar Social y promotor de la Triple A. En esa reunión televisada en vivo y en directo, Perón “paseó” a los diputados, afirmando que debían aceptar lo que había votado el bloque peronista en su conjunto y que si no les gustaba, se “sacaran” la camiseta peronista y se fueran, puesto que ellos no se “iban a poner tristes por perder un voto”. Por supuesto, el hecho de Azul apareció en la conversación y Perón, de manera premonitoria, deslizó que necesitaban esa modificación del Código Penal para combatir al ERP dentro de la ley. “Porque nosotros, desgraciadamente -afirmó- tenemos que actuar dentro de la ley, porque si en este momento no tuviéramos que actuar dentro de la ley ya lo habríamos terminado en una semana”.
Lo sucedido a posteriori es historia conocida: los diputados de la Juventud Peronista renunciaron a sus bancas y fueron expulsados del Partido Justicialista. Perón iba a morir pocos meses después y durante la presidencia de Isabel, Argentina ingresó en un espiral de violencia estatal, paraestatal y guerrillera sin precedentes. La situación política y la aguda crisis económica fue el pretexto de las Fuerzas Armadas para dar un nuevo golpe de estado el 24 de marzo de 1976, llevar adelante el mayor genocidio de la historia de nuestro país y la más profunda transformación económica en clave neoliberal, cuyo “legado” de pobreza y exclusión social seguimos padeciendo hoy en día.