La arquitectura se caracteriza por una inherente “vivencialidad” por la cual, se quiera o no, siempre está allí, y le confiere una dimensión pública y social que la diferencia del resto de las artes y la torna en uno de los medios y campos predilectos de la política.
Tal es el caso de dos recientes disputas sobre antiguas mezquitas e iglesias manipuladas por políticos nacional-confesionales, de los que ni nuestra región se libra, que entre otros propósitos ven allí la oportunidad de adquirir visibilidad planetaria merced al hecho de que más de la mitad de los habitantes del globo profesan el cristianismo o el islam.
Menos es más. El siglo XX fue signado por el totalitario ideal de “pureza” de la modernidad eurocéntrica y el racismo colonial representado por el postulado “menos es más”, que popularizó Mies Van der Rohe, uno de los padres de la “arquitectura moderna” con probadas vinculaciones con el nazismo. Su lema sería el de aquella modernidad mal entendida que propone la falsa opción de la exclusión como solución. Desde los años 60, los propios arquitectos generaron anticuerpos conceptuales contra ello (Venturi, Scott Brown, Moore, Rossi, Caveri, Iglesia, son algunos ejemplos), ideas que luego tomaría la reflexión cultural bajo la etiqueta de “condición posmoderna”.
Hoy otros fanáticos, desde la política, vuelven a poner en vigor esta idea de “menos es más”. Un reciente ejemplo es la decisión del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, que reconvirtió la basílica de Santa Sofía en mezquita, derogando el decreto con el que Mustafá Kemal Ataturk, en 1934, la había transformado en un “museo laico” y basándose en un dictamen judicial que no se pronuncia sobre la violación de prescripciones coránicas y tradiciones islámicas que significó su conversión en mezquita en 1453.
La maniobra administrativa replica la de los gobernantes españoles que, en 2006, aceptaron por 30 euros que las autoridades eclesiásticas cordobesas escrituraran a nombre propio la Mezquita-Catedral de Córdoba, para darle exclusivo carácter de catedral y luego prohibir en su recinto cualquier movimiento corporal que se parezca a los de la oración islámica.
Como dijo Goytisolo: "Toda cultura es la suma total de las influencias que ha recibido"
Supremacismo. Celebradas por líderes políticos extremistas como Santiago Abascal, de Vox, estas acciones, basadas en una visión de la historia en clave de supremacismo religioso, truncaron el inclusivo proyecto para que el edificio fuera destinado a fines culturales y a prácticas religiosas tanto cristianas como islámicas, cuyas historias se entrecruzan en el bosque de columnas de esta auténtica Mezquita-Catedral, en la que Abderrahman II, primer gobernante de la Península Ibérica que usó el título de rex hispaniae, presidió el sínodo cristiano de 852.
En este contexto de revanchismos y exclusiones causados por la racialización confesional de la pertenencia nacional de personas o edificios, no resulta sorprendente que el presidente turco, que una década atrás liderara con su par español la Alianza de Civilizaciones, no solo tomara semejante decisión rupturista, sino que eligiera el día del 25º aniversario de la masacre de bosnios musulmanes en Srebrenica, el mayor genocidio perpetrado en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, para anunciar que el rezo comunitario inaugural se celebraría el 24 de julio, fecha en la que se cumplía el aniversario del tratado de Lausana, con el que las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial le impusieron a Turquía sus actuales fronteras, y que Erdogan ha pedido a menudo revisar.
Menos es menos. A la ceguera cognitiva causada por este racismo nacional-religioso cabe atribuir el coro de voces que hoy se lamenta y añora que Santa Sofía haya dejado de ser museo, para el que “duele” más que una antigua iglesia se convierta en mezquita que lo contrario y que ve en ello un mayor peligro para el Patrimonio de la Humanidad que con lo contrario. La naturalización de esta sensibilidad asimétrica debe preocuparnos más que cualquiera de los casos individuales cuya diversidad estilístico-arquitectónica defiende por sí misma sus identidades múltiples.
Pero no solo porque el mismo coro que no se hizo oír con la misma fuerza ante el caso andaluz de 2006, sino porque el doble estándar que implica nos dificulta ver que la autocrática decisión de Ataturk en 1934 también demostró que “menos es menos”, pues cuantitativamente privó del edificio a mayor cantidad de creyentes que las dos situaciones anteriores y cualitativamente, al embalsamarlo como “museo laico” cambió su función original como ámbito espiritual y de oración por la de un inerte cascarón vaciado de la vitalidad que le daba el uso de los creyentes para el que fue concebido.
Casi un siglo de política turca marcada por un laicismo malentendido como hostilidad hacia todo credo y hacia el Islam en particular, creó el resentimiento colectivo que encarna la deplorable conducta antiislámica del ministro turco de Asuntos Religiosos, Alí Erbas, quien pronunció con una espada en su mano el sermón de la oración de ese 24 de julio en Santa Sofía, arguyendo luego ante la prensa que se trataba de una “tradición islámica en las mezquitas de conquista”. No hay registro de algo semejante en el Corán, en los dichos y hechos del Profeta del islam o en la historia del resto de sociedades en las que lo profesan, y sí de todo lo contrario, como puede leerse en la Constitución de Medina redactada por el Profeta.
Conductas como aquellas son aborrecidas por el derecho islámico como “innovación reprobable”, porque difaman lo que pretenden representar, pues al brindar su sermón “armado”, Erbas ha despreciado el ejemplo coránico de convivencia que representa la mezquita de las dos quiblas de Medina, en la que Dios cambió para siempre la orientación “tradicional” del rezo de los musulmanes hacia Jerusalén por la de la Meca. Alteración de la parte más sagrada del edificio y de las tradiciones de la oración, para mayor concordia con judíos y cristianos.
Más es más. En un sentido opuesto, la custodia de la llave del Santo Sepulcro confiada por todas las ramas del cristianismo a una familia musulmana desde hace más de mil años, o la sala de oración de la mezquita mayor de Damasco que acoge sin conflicto el mausoleo de San Juan Bautista con sus cristianos orantes, prueban la falsedad de la idea de una intrínseca o natural incompatibilidad y hasta oposición entre ambas religiones que proclaman estos fanáticos tergiversadores seriales del pasado, cuyas puestas en escena y exabruptos indican su propia debilidad conceptual.
También la inclusión interreligiosa del Domo de la Roca de Jerusalén, que conmemora el rezo conjunto de Muhamad, Abraham, Moisés y Jesús en la explanada del Templo, nos habla de una misma familia monoteísta destinada a converger antes que a confrontar, recordándonos que las auténticas y duraderas soluciones son necesariamente inclusivas.
En este sentido, y leídas hoy como totalidad, así nos lo hace saber el encuadre que los cuatro alminares islámicos le brindan a la monumental cascada de cúpulas de Santa Sofía, así como el feliz contrapunto entre la caligrafía coránica y los mosaicos de la Virgen, Jesús y los ángeles de su interior, lo mismo que los arabismos arquitectónicos de la capilla de Villaviciosa de la Mezquita Catedral de Córdoba, y el vestido barroco de su antiguo alminar. Combinaciones todas que hacen tan catedral-mezquita a una como mezquita-catedral a la otra. Bilingüismo arquitectónico para el cual el uso de una sola de sus dimensiones resulta gesto de “analfabeto de retorno”, que según Umberto es “quien sabe leer pero no lo hace”.
Argel. Si bien no supera a las anteriores estética ni monumentalmente, la mezquita Ketchaoua de Argel sí lo hace como testimonio de magnanimidad de los creyentes que la habitan y habitaron. Erigida en 1612 como mezquita, fue convertida en catedral por la fuerza colonial francesa en 1830 y en 1962, por voluntad del arzobispo católico, reconvertida en mezquita. Giro ejemplar anticipado por los arquitectos franceses que eligieron arabismos edilicios para su nueva fachada respetando las inscripciones coránicas de sus muros interiores, gesto correspondido por los orantes musulmanes que nunca objetaron la presencia de las tumbas cristianas que siguen allí desde sus días de catedral.
Similar actitud anticipaba nuestra iglesia católica de Santo Domingo, en la provincia de San Luis, de 1935, donde “conviven” la representación figurativa de la Virgen y el Niño con las inscripciones en árabe de inspiración coránica de los azulejos que tapizan todo el interior del templo: “Y solo Dios es vencedor” (“Wa la galiba illa Lah”).
Brotes o ya ramas de un “árbol” de la arquitectura cuyo diálogo interreligioso e intercultural nos permite habitar toda nuestra historia, al responder a los “menos es más” y “menos es menos” con su “más es más”, pues tal y como dijo hace ya veinticinco años Juan Goytisolo en nuestra cátedra de Arte Islámico y Mudéjar de la Facultad de Arquitectura de la UBA: “No existen culturas intrínsecamente puras. Toda cultura es la suma total de las influencias que ha recibido”.
*Profesores del Doctorado en Diversidad Cultural (Untref) y de Arte Islámico y Mudéjar (FADU-UBA).