Desde los tiempos más remotos, el conocimiento científico se pensó a sí mismo en tanto conocimiento y en relación con el entorno cultural en el cual surgía y se desarrollaba. Esa dinámica implicaba una búsqueda y, con ella, surgieron conceptos nodales con los que se procuraba entender y ordenar el todo social y el vínculo de los hombres con la sociedad y con la divinidad.
Una búsqueda de este tipo no podía sino alumbrar conceptos omniabarcadores que englobaban, procuraban hacerlo, la totalidad de la realidad propia de una época tratando de captarla y ofrecerla a la consideración general de modo sencillo y como fundamento de una welttanshauung o cosmovisión.
Probar que, en nuestra época, es decir, en el umbral de la tercera década del siglo XXI, se halla en construcción un nuevo paradigma cultural y, con él, una nueva subjetividad que expresaría ese cambio, es el propósito de esta nota.
Historia. Hagamos un poco de historia para entender el planteo. Para ello, partamos del paradigma que organizó muchos siglos de la Edad Media. El constructo es “Dios”. No hablamos desde lo religioso, sino desde una mirada sociológica. El intenso deísmo de la Edad Media explica claramente cómo se ordena una sociedad y de qué modo todos los ejes de la vida responden a un criterio de unidad social. El cáliz o la cruz y la espada constituían el símbolo de la unión de dos entidades, la corona y la iglesia, que sostenían la sociedad, legitimaban los cargos de poder, el ejercicio de la autoridad, la vida sexual, el trabajo, el lugar del varón por sobre la mujer y, por sobre todo, justificaban el lugar en el estrato social en que se había nacido. Esto último es clave: hay un designio divino que explica todo, incluso la explotación del hombre que trabaja y la pobreza, con el fin de que en el futuro y en otro lugar que no es esta Tierra, todo sufrimiento será recompensado. Tal es entonces -Dios- el paradigma de la Edad Media, que explica, justifica y sostiene todo. Pero es un Dios (no teológico, sino sociológico) que está en función del sostener el status quo.
El segundo, más complejo, porque es cercano a nosotros, es el paradigma médico. La medicina cristaliza una ruptura con la fe en la medida en que se trata de un ejercicio racional, donde se valora la salud por sobre todo y se descarta el poder omnímodo del constructo Dios como causante de la felicidad o de la infelicidad, del bien o del mal. El saber médico puede manipular la salud o la enfermedad y estas pasan a tener un vínculo directo con la mano de un profesional. Se descarta todo poder extraterrenal que pueda decidir sobre el ser humano. Es éste el que tiene el poder de generar los cambios sociales y no depende de otra cosa que de su propia voluntad, de su propio conocimiento.
Por ello, este paradigma racionalista necesitó excluir cualquier resabio de la existencia de un poder superior, pues de otro modo sería puesta en cuestión su misma esencia al tiempo que ello implicaría también un escollo para el avance del conocimiento.
Epopeya. Es interesante percibir que en cada período, en el interior de cada construcción social paradigmática, se va construyendo el germen que termina destronando el anterior. Por ejemplo, en plena Edad Media nacen las universidades, donde la cima del saber era la teología. Una teología que buscaba explicar el conocimiento de Dios de una manera clara y racional, que por ello ocasiona en los claustros la lucha por el ejercicio de un poder que debía surgir del conocimiento y no de la imposición del señor feudal, o el rey, o del obispo. Junto a ello, nace en los gobiernos de las órdenes religiosas la elección mediante el voto secreto para elegirse en sus cargos. Nacen dos líneas futuras, débiles en ese entonces, la búsqueda racional y la elección democrática.
Estamos, así, ante una epopeya humana: el hombre trata de verse y de ser visto como sujeto de la historia. Y en ese trashumar y en los siglos siguientes, el conocimiento científico, en particular el conocimiento médico, se perfeccionará a sí mismo para acceder a una escala técnica en el laboratorio, a partir del cual lo empírico se unirá a lo teórico para dar lugar a nuevos descubrimientos y, con ellos, al avance de la ciencia y a nuevas expectativas en cuanto a la calidad e incluso a la duración de la vida humana. El ser humano ha devenido, para bien o para mal, dueño de su propio destino: you can do it.
Actualidad. Y estamos ya, ahora, en nuestra época. No quiero dejar de lado, una observación. Todo cambio social es “a los tumbos”, no es lineal y menos homogéneo. Es decir que, dentro de la sociedad, dentro de un mismo país o distrito, conviven distintos paradigmas que, evocando algo similar, se enfocan en diversos constructos teóricos.
Por ejemplo, los judíos ultraortodoxos no están a favor de la construcción y de la existencia del Estado de Israel, porque el único que puede restaurarlo es el Mesías. No así, otros judíos, laicos o no, pero por eso no me animo a decir que no sean religiosos. Que optaron por defender una identidad cultural, su propia identidad y para ello, era imprescindible la construcción de un Estado. Y muchos de ellos, pensaron que Dios se manifestaba a través de sus búsquedas, luchas y logros.
Algo similar sucede en el cristianismo de América Latina, donde parte de las iglesias piensan que solo Dios podrá hacer que la felicidad llegue a todos, y que la pobreza es una prueba para que el creyente sea más fuerte y sea luego recompensado. Otro grupo de cristianos creyeron que Dios se manifiesta en la comunidad, que Dios habla a través de su pueblo. Que las injusticias, la falta de trabajo, la falta de acceso a la salud, a la educación de calidad, y la pobreza como la síntesis de todo ello, no son queridas por Dios. Entonces es la comunidad sostenida en una fe profunda en Dios que convoca y provoca un cambio social, una mejor calidad de vida, y en esas mejoras se manifiesta de la profunda búsqueda de Dios.
La razón. Volviendo al paradigma médico racional, este choca de frente con la realidad del siglo XX, con sus guerras y con su clara manifestación de que el progreso en la ciencia no siempre redunda en la mejor calidad de vida para el ser humano. Que el avance de la ciencia muchas veces causó daño, ya sea que ello haya ocurrido por el designio de ganar guerras o debido a cualquier otro propósito que, en definitiva, posponía el bien común al imperativo inmediato y al interés subalterno, con lo cual el resultado previsible no podía ser otro que el detrimento y el daño tanto a las poblaciones como al medio ambiente. Según nuestro análisis, estas realidades del discurrir humano produjeron un sujeto que descree, es decir, el arquetípico sujeto posmoderno, cuyo deseo tiende a no exceder nunca lo inmediato y cuyo anhelo es, siempre, la satisfacción del apetito concupiscente, descreída de antemano, así, toda promesa o valoración de una vida en el más allá. Vuelven a repetirse los planteos hedonistas que marcaron otras épocas de la historia de la humanidad. Pero vuelven a plantearse desde el descrédito de un “progreso sin fin”. Pensar en un futuro que no sabemos cuándo llegará, implica una construcción psíquica que tolere la frustración y posponga la descarga del placer. Esto era el hombre medieval o el hombre moderno que, de una manera u otra, pensaban que “el cielo” o “la ciencia” serían el lugar de la felicidad.
Ya. Hoy en día hay una búsqueda más efímera, más concreta. Cubrir mi necesidad “ya”, y ese cubrir mi necesidad ya, se plasma en un “derecho a decidir”. Desde este constructo creo que se podrían pensar muchas normatizaciones como, por caso, las referidas al aborto o la eutanasia, así como elegir una región, o estar dentro o fuera de un Estado. El paradigma médico-racional, que tuvo el apoyo en una teología moral renovada, tenía como punto de tope la vida humana.
Al presente nos planteamos que la vida es algo más que lo biológico y por eso se piensa en el derecho a una muerte digna, y que la decisión, en este punto, depende del sujeto mismo del padecer y no de nada externo a él. La ciencia logró prolongar la vida, pero no logró que sea siempre con calidad. Y esta decisión de vivir con calidad por sobre todo, nos plantea que hay paradigmas que se están cayendo, y hay que pensar que al caerse pueden arrastrar consigo otros que fueron el sostén de muchos logros.
Escuchar a una Señora de más de 100 años, que cuenta que ya perdió el sentido, que ya vivió lo que quiso y que para seguir tiene que padecer ciertas prácticas médicas que la obligan a padecer malos momentos que ya no tiene por qué padecerlos, lleva a una reflexión muy profunda aun cuando, en mi caso, me cuesta ponerme en su lugar por razones etarias. Sin embargo, la reflexión aparece, obstinada, y nos plantea si tiene sentido sufrir, o si valorar el sufrir es un concepto netamente cultural de una interpretación religiosa muy teñida por un superyó perverso, muy diferente al verdadero Dios bíblico.
Mirada mágica. El sujeto se ha vuelto el centro de la vida misma, debido a la invasión de la incredulidad en todo ámbito, pero es un sujeto para quien el placer de la satisfacción narcisista es la clave de todo, debido a que nada se puede esperar. En lo que no repara ese sujeto es en que sigue habiendo otras subjetividades cuyas necesidades básicas no son satisfechas, que puede plantearse otras búsquedas de satisfacción porque la búsqueda de supervivencia es imperiosa. Pero, aunque sean grupos dispares que nos están marcando como sociedad, lo que los aúna es la mirada “mágica”, esa mirada que busca el placer o satisfacción “ya”. Y se corre el riesgo de ir en pos de pequeños dioses que, a través de un discurso fantástico por lo fantasioso, nos terminen ubicando en un lugar de riesgo como sociedad.
Creo, en fin, que los paradigmas o constructos sociales también son construidos y promovidos por un ejercicio de la política verdadera. Que toda búsqueda de entender de otro modo y plantear leyes que nos mejoren el nivel de vida tiene otras aristas que pueden ser complejas o ser puertas de nuevos retos a pensar. Por ello, el ejercicio de la política debe ser la busca imperiosa del bien común, debe pensar en hacer cambios profundos, ya que planta bases sólidas para que el sujeto pueda salir de la incertidumbre. Debe salir del pensamiento mágico que con solo legislar una ley modifica la realidad, porque esa misma ley, abre puertas a otras dificultades o planteos que hay que hacerse.
*Licenciado en Psicología. Profesor de Teología. Gerontólogo.