OPINIóN
Análisis

La crueldad cerrará la grieta como una tumba: sobre los procesos de deshumanización sin freno

La sociedad consume el ciclo de distracción que la invita a hacer(se) daño y ver sufrir. No hay espectáculo de destrucción social que no incluya a sus audiencias.

La masacre de los inocentes
La masacre de los inocentes - 1611 - Pierre Paul Rubens. | Cedoc

La crueldad tiene un corazón humano,
y la envidia un rostro humano;
el terror, la forma humana divina,
y el secreto, la vestimenta humana.

William Blake, Canciones de la inocencia y de la experiencia, 1794.

1. La crueldad cierra la grieta política.

Con la crisis económica como motor, la deshumanización se está expandiendo como una práctica social transversal, indiferente a todo color político, clase, género, espacio profesional y/o institucional. Violencia, hostilidad, producción de dolor y temor son parte de una adicción que alimenta el triste show que tiene a la sociedad como observadora participante. Ese malestar es un lenguaje que todos hablan y se profundiza con más desesperanza día a día. La sociedad consume con placer el ciclo de distracción por el cual es invitada a violencias virtuosas, linchamientos mediáticos y una vida de pánicos constantes mientras se empobrece y embrutece circularmente. No hay espectáculo de destrucción social que no incluya a sus audiencias.

Se distrae a la sociedad mientras se la empobrece. Se la empobrece económicamente pero sobre todo se la aturde con desazón y se la vuelve más primitiva. La pobreza nos deshumaniza ante una clase política insensible sin imaginación ni respuestas. La inflación de las ansiedades, más allá de los salarios, la canasta básica de las familias y el todopoderoso dólar, empeora la salud mental, educa con terror a todos.

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Se dinamitan con miedo económico las instituciones y prácticas necesarias para vivir en comunidad: el respeto mutuo, la confianza, los lazos sociales, la duda razonable, la paciencia, la tolerancia a la diferencia, el lenguaje, la escucha, prestar atención y la mera posibilidad de la convivencia pacífica se vuelve lejana, un sueño imposible. Todo es status, en especial cuando todos estamos peor. Todo es una guerra de narcisismos patológicos e inseguridades. Eso incentiva que nazca otra comunidad basada en la manipulación autoritaria de la fragilidad constitutiva de la vida en la sociedad actual.

La destrucción de la convivencia viene de la mano de políticas de la identidad que alienan y fragmentan con egolatría, pánico y cinismo extremo. La sobredosis de ansiedades sociales y una realidad cada vez más precaria y compleja induce a las lógicas de la guerra, el abandono de las responsabilidades y a la mera supervivencia.

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Lo primero que hay que hacer para frenar el resentimiento social es identificarlo, aceptarlo y escucharlo como comentamos en esta nota. Existen posibles políticas de reconstrucción no sectaria que pueden llevarse adelante ante el resentimiento gritando y autolesionando. En caso contrario, ese resentimiento cancelará el futuro de todos. Se puede frenar construyendo lazos, comunidad, ejemplo y responsabilidad política con convicción. Aceptando errores, con paciencia para reparar lo roto. Requiere sacrificios personales que nadie quiere hacer porque implica escuchar a personas cuyas angustias y necesidades ya están actuando con formas intensas y extremas de alienación y enojo.

Se quiere moderar el resentimiento con políticas publicitarias, slogans y redes sociales, elementos que enajenan más a una sociedad que necesita escucha atenta y paciencia profunda. Las campañas políticas infantilizan a la clase política, alienan a la sociedad, ocultan la verdad de los desafíos que debe enfrentar y desprecian sus necesidades y problemas estructurales. La herramienta publicitaria que sirve para negar la realidad pasará pronto a instrumentalizar el resentimiento como arma contra la propia sociedad.

En lugar de contener la crueldad, se la potencia, en vez de canalizar su expresión para intentar transformarla, se le da micrófono con superficialidad, con cámaras que la construyen como centro de la escena y motor del futuro. Ser cruel se vuelve una personalidad y una acción política en alza. Se propone una necropolítica. Se propone la negación de derechos como política pública. Políticas de la muerte, de la negatividad, de la supresión de grupos sociales y sus derechos constitucionales. Esto se ve en grupos identitarios de liberalismo autoritario y de progresismo reaccionario por igual. Se crean chivos expiatorios y procesos inquisitivos bienintencionados. Se condena con la acusación sin pruebas ni dudas. Expedientes que se transforman en un espectáculo televisivo, en plataformas para candidaturas políticas y nuevas celebridades; jueces, fiscales y defensores que delegan su trabajo a programas de -literalmente- espectáculos que transforman todo en una nueva forma de vida sensacionalista y panicosa. No se frena la crueldad, se acelera como propulsora de un ciclo de perpetua ansiedad y shock. Una conmoción que es prólogo del próximo shock económico de empobrecimiento generacional. Así se hace lo contrario, multiplicar sus efectos que transmutan multifacéticamente como más confusión, gritos y explosiones emocionales, en definitiva, como un letal bumerán que nos devolverá más violencia y pobreza.

Los silencios de los sectores privilegiados que tienen protecciones institucionales, seguridad económica y redes de contención para frenar la crueldad nos permite identificar que el sobreestímulo con atrocidad, ansiedad, fragilidad e inseguridad económica es un resultado deseado. Un objetivo buscado, que facilita la subordinación de una sociedad vulnerable y por ende fácil de manipular hacia formas de democracia zombie, delegativa, reactiva y castrada.

Ante un mundo multipolar en guerra abierta por recursos naturales, la miopía generacional de una clase política impotente e insensible que vive servil a los dueños de la tierra vuelve a ser tan notable como en otras décadas de infamia e irresponsabilidad política abismal.

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2. Instituciones crueles en tiempos de empatía con el verdugo.

La crueldad es el viagra de la impotencia social. La necesidad de hacer daño, como la de castigar, es un reflejo mórbido de la incapacidad, refleja la imposibilidad de construir y la soledad que cruza las comunidades de una manera desnuda, frontal. La idea de Ley democrática se construyó como límite a la mera violencia, a la guerra y a las pasiones oscuras. Las instituciones políticas pueden ser creadas con mecanismos de frenos y contrapesos, imperfectos pero bajo una intuición de evitar naufragios y construir un ecosistema de actores para contener emociones y enfriarlas, hacer control de daños. Muchos de ellas tendrán sesgos y serán parciales pero pueden ser reflexivas y reformables, pueden buscarse nuevos diseños y equilibrios flexibles. El fracaso de las instituciones políticas, su parálisis, nos debería hacer reconocer la necesidad de reconstruir sus bases, alimentarlas con otras energías sociales, hoy entumecidas y escleróticas.

Las instituciones están en un estado de pánico ante reacciones sociales. Los procesos judiciales mediáticos a partir de los casos de Fernando Báez Sosa, Lucio Dupuy y Lucía Pérez fueron tres episodios con alta presencia social de grupos diferenciados. A través de una presión constante postulaban un único resultado posible, una única sentencia aceptable antes de llevar a adelante la investigación judicial, la evaluación de pruebas y el desarrollo de las defensas técnicas.

Los tres casos produjeron -con sus matices- resultados apoyados por diferentes sectores de la sociedad pero severamente punitivistas, con pedagogías de la venganza social explícita que instrumentalizan seres humanos por “justas causas”, contrarios a las garantías constitucionales, con extrañas excepciones procesales y legales, lecturas extrañas de los hechos, las pruebas y el derecho. Diferentes casos permitían expresar diferentes malestares con alta presión política, institucional y social ante jueces y operadores judiciales. Respetar la Constitución se vuelve algo excepcional y los funcionarios judiciales lo ven como peligroso para su carrera ante temidas reacciones sociales, hostigamientos y pedidos de juicio político posterior.

Además, en estos casos, la crueldad está en los dos extremos de los hechos; extremos que fingen ser opuestos, en grupos con diferentes discursos pero con prácticas de crueldad gemelas. Es decir, las muertes de esas personas, especialmente los casos de Fernando Baez y Lucio Dupuy, fueron expresión de la crueldad humana más atroz. No obstante, el tratamiento que las instituciones judiciales, mediáticas y políticas le han dado a los conflictos derivados de esas muertes, también estuvo alimentado por sadismo, crueldad y brutalismo institucional, han generado violencia en espejo, un espectáculo igual de cruel e inhumano.

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Las instituciones judiciales en pánico abandonan la ley, el pudor, los límites y la razón, entran en el Estado de naturaleza, aplican la justicia tribal. No son racionales, no tienen coraje y ceden a las hogueras virtuales o reales como antes cedían bajo cada golpe militar, como a veces ceden a los narcos, la policía, el servicio penitenciario y otros factores de poder. Tienen racionalidad instrumental, entregan la presa para la cacería mediática y la satisfacción social del rito sacrificial de tal o cual sector. El ascenso judicial es lo central, hoy es este discurso en boga, lo adopto, mañana adoptaré otro. Políticos y operadores judiciales llaman y presionan a juezas y jueces para que no apliquen las garantías constitucionales en procesos judiciales o de ejecución penal.

Las instituciones políticas, judiciales, educativas, sociales, profundizan las pedagogías de la crueldad salvaje cuando el miedo las habita. Los movimientos sociales que creían expandir derechos humanos y generar más seguridad no pueden revertir que sus actos de iniciación fueron ritos pánicos para generar un miedo y violencia que transformó las reglas sociales más allá de la letra de la ley y generó una sombra que no se irá por medio siglo. La mentalidad de enjambre hizo hablar y actuar a personas en la misma jerga de las injusticias que decían combatir.

La misma sociedad habla con una crueldad como poseída por sus opresores. Habita una crueldad guionada por quienes la oprimen. Habla con ferocidad contra los enemigos construidos de manera artificial para ella, al efecto de redireccionar sus emociones negativas: pueblos originarios, trabajadores, empleados públicos, minorías sexuales, el mismo Estado que sus antepasados construyeron con sudor, los políticos democráticos que -con sus límites y responsabilidades- intentan contener la catástrofe y otros actores que emergerán en la escena del teatro de la crueldad. Se redirecciona su atención sin descubrir lo que esa operación de distracción oculta, resguarda, tutela. Así la sociedad se devora a sí misma. Todo ese odio se alimentará de una sociedad atomizada y en un proceso de soledad que se profundizará si es imposible reconstruir los lazos comunitarios, si la desconfianza es el elemento más fuerte de las guerras culturales.

Vivimos hace tiempo en una sociedad del maltrato recíproco con placeres cada vez más escasos. El principal goce es hacer daño a otros, intentar destruirlos anímica, virtual o físicamente, hostigarlos hasta el cansancio. La humillación social es una forma participativa de violación de derechos humanos que se vive como una fiesta desde los dispositivos. El castigo y la deshumanización como festividad. Primero aparece el lenguaje de la impiedad y la brutalidad, después llegan sus acciones demenciales. Seducidos por la muerte, el eros de tánatos parece atrapar cada vez más espectadores, transformarlos en verdugos. En contra de esa pulsión cabe repetir como mantra: no se puede construir justicia con crueldad, verdad con mentiras, causas justas con denuncias falsas, igualdad con nuevas segregaciones, libertades con autoritarismos, no se pueden construir derechos humanos ni una democracia real creando Estados de pánico expansivos que permiten concentrar más poder a los ya grotescamente poderosos y que deshumanizan y empobrecen al noventa y cinco por ciento de la población. Ese malestar radical cerrará la grieta política como una tumba.

 

Lucas Arrimada da clases de Derecho Constitucional y Estudios Críticos de Derecho.