OPINIóN
Análisis

La indignación reactiva no es una forma de defender la democracia

La retórica de la indignación ante la violencia oculta la parálisis de una clase política que renuncia a la democracia y abandona sus responsabilidades.

La cabeza de Medusa
La cabeza de Medusa (1595/1598), Caravaggio. | Cedoc

“La indignación moral es una de las fuerzas más dañinas en el mundo moderno, mucho más cuando puede ser redireccionada para usos siniestros por aquellos que controlan los medios de propaganda”. Bertrand Russell, en “El recrudecimiento del puritanismo”, Ensayos escépticos, 1928.

1. Reaccionar a la violencia política desde las redes sociales potencia a la violencia política en expansión.

Llenar las plataformas de publicidad que llamamos redes sociales de declaraciones reactivas al ataque de Brasilia —un episodio ya lejano en nuestro presente amnésico—es sintomático de las impotencias y miopías de nuestro tiempo. La responsabilidad política requiere una acción colectiva y no una lluvia de declaraciones con una foto alusiva para obtener likes y atención. Vemos y leemos declaraciones de preocupación ante el abismo evidente, ante hechos cada vez más distópicos e irracionales, en momentos en los que se requieren acciones de responsabilidad para reducir la cercanía con el salto al vacío, para responder inteligentemente a la violencia política que ya se hizo presente ante nosotros.

La indignación reactiva es una forma de debilitar la democracia. La clase política se suma a una sociedad que está en estado pavloviano frente a los dispositivos. Todas las declaraciones después del 6 de Enero en Estados Unidos o después del ataque a la Vicepresidenta demuestran que son expresiones efímeras e impostadas. El cambio pasa por una acción comprometida en el largo plazo. Estamos lejos de eso.

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Manifestantes bolsonaristas en Brasilia
Manifestantes bolsonaristas en Brasilia

La violencia política necesita contención sistemática, políticas públicas y un plan para defender la democracia en tiempos de innegable debilidad estructural, no “oportunas” declaraciones y tweets sentidos. Pensar desde las redes, como ya hemos advertido, es una de las razones por la que la democracia se debilita y retrocede. Lo que crece es el malestar y la impotencia expresada en formas de crueldad social.

La violencia política es resultado de una situación con responsabilidades transversales a todo el sistema político, social y de medios. Las instituciones constitucionales no están dando espacio de expresión ni contención a ese malestar gritando de forma intensa. No se escucha a la sociedad, no se analizan las causas del malestar. Se elige combatir de forma cortoplacista solamente sus consecuencias. Se atacan los síntomas, no la enfermedad. El tono y la potenciación la están dando las plataformas y los entornos digitales y no digitales que habitamos como “esfera pública”.

Juegos autodestructivos

Si se quieren reducir las explosiones de violencia política se necesita hacer un plan para responder a los problemas de empobrecimiento social, los desafíos estructurales de salud mental, la crisis de soledad cruzando la sociedad, la ansiedad económica y la angustia colectiva por un futuro oscuro para todos. Se necesita un diagnóstico y un plan de acción que requiere la inclusión de todos los sectores en un sistema político con incentivos a la confrontación extrema, por ende, a la frustración constante.

Si hubiese un intento sistemático de responder a esa situación en expansión, subsistirán otros peligros. La atomización actual permite que los grupos se organicen para sus acciones dementes y autolesivas. Vemos acciones con nihilismo en los centros y periferias, en burbujas sociales vinculadas a la derecha y a la izquierda, en los ámbitos institucionales, universitarios y en ámbitos de la militancia variopinta donde las racionalidades de las teorías conspirativas crecen ante tanta tierra fértil.

En este contexto debería resultar clara la mezquindad e irresponsabilidad, la renuncia a la democracia, a construir acuerdos con los que se tiene desacuerdos. Ningún gobierno ni sector aislado solucionará los problemas que tenemos porque todo gobierno tendrá bloqueos del juego institucional de suma cero. Toda acción parcial será insuficiente. Se requiere una acción no sectaria para defender la democracia atascada en la inercia que está derivando en parálisis y atrofia mientras la sociedad necesita respuesta. Se requiere ver por dónde se acortan las distancias del abismo e intentar cruzarlo con los costos y riesgos que existan.

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Mientras la clase política construye el camino para que la antipolítica crezca, para que los malestares exploten descontroladamente, no reconocen que el descontento de la calle enfurecida no se soluciona con retórica digital. Las plataformas les devuelven día a día el bullying social desde abajo que en las calles también se siente y aumentará en un año electoral.

Lo que sucede es en sí mismo una reacción a lo que colectivamente, por acción u omisión, permitimos hacer de la arena política, la falta de crítica a un sistema político insensible y de una enajenación que en las sociedades de Estados Unidos, Alemania, Brasil, Perú y Argentina ya está desbordando. Algunos indicadores económicos positivos (sic) no resuelven tan directamente la depresión colectiva y descomposición de la salud mental de la sociedad.

Crisis política en Perú
Crisis política en Perú. Foto: AFP

2. Los incentivos hacia la crueldad política y la violencia social.

La conexión entre violencia política y redes sociales es directa. Patrullas de choques, cancelación, difamación y humillación se organizan desde hace varios años a través de Whatsapp o Telegram. La crueldad es organizada y planificada. Gente humillando a políticos, periodistas o personas públicas por deporte, amenazan, difaman y difunden noticias falsas en todo el espectro político, dejando todos los rastros con su huella digital.

No hay responsabilidad, hay nihilismo, pulsión de destrucción, autodestrucción y plataformas sin regular que lo permiten e incentivan. Mientras todos nos empobrecemos colectivamente a nivel económico, la cultura digital vive en el espectáculo de la crueldad y agresión circular. Transformar esas catarsis —quizás con causas atendibles y entendibles pero con formas perjudiciales—en una fuerza no autolesiva debería ser un objetivo político transversal.

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Los incentivos de las plataformas son ideales para polarizar, mentir y fracturar sociedades. Se premian diferentes formas de control social horizontal. La sociedad se transforma en su propia policía denunciando y hostigando a sus integrantes todo el tiempo por cuestiones muchas veces falsas, exageradas, ridículas, inexistentes, etc. Hay trolls industriales pero también hay usuarios incendiados por algoritmos con efectos directos en su salud mental. La destrucción de la democracia y la salud mental de la sociedad son externalidades de los negocios de la plataforma que socializan costos y consecuencias mientras retienen ganancias extraordinarias.

Así se destruye la realidad compartida en la sociedad y cada una de las tribus identitarias se recluye en su burbuja donde identifican infantilmente a “los malos” y ellos siempre del lado de “los buenos”. Pensar así la acción política es nocivo e irresponsable. El debate público hace años está construido sin matices ni complejidad: buenos y malos, ellos y nosotros. En definitiva, la lógica de la guerra y el resentimiento que devorará toda relación social pública y privada, profesional o íntima.

La clase política no ve el impacto de las plataformas en sus formas de vida aunque vive adicta, comunica sus directivas y toma las decisiones fundamentales a través de plataformas de seguridad precaria y privacidad inexistente como Whatsapp o Telegram.

Mucho menos puede pensar en hacerle pequeñas reformas simples y factibles, a plataformas cuya estructura incentiva la crueldad y la deshumanización (Twitter) y a espacios que están censurando directa o indirectamente ciertos discursos mientras deja crecer y potencia las falsas noticias y las campañas de desinformación en temas vitales como la salud pública en pandemia (Facebook / Youtube).

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El abandono del pueblo con futuros planes de ajuste aumentará la crueldad y la violencia ya presente en la sociedad. La democracia paulatinamente se debilita y la sociedad no obtiene respuestas ni resultados a través del sistema democráticos. ¿Qué consecuencias tendrán esa pedagogía de la crueldad, la lógica de la supervivencia y el cinismo reforzado en las futuras generaciones de líderes políticos de todos los partidos? El deterioro de la acción pública tendrá efectos sobre el mundo de los negocios privados cuando las reglas comerciales y de la competencia se vuelven más inestables, más fáciles de manipular y más violentas como la propia sociedad.

En lo electoral, los candidatos más crueles y menos responsables, funcionales a ciertos sectores, con los incentivos hacia cultivar lo peor, cosechar tempestades, aparecerán con declaraciones que hablen con la misma intensidad demente a ese malestar producto del abandono de lo público.

La debilidad de la democracia es responsabilidad de un ecosistema político, económico y judicial que no reconoce la amenaza creciendo en su propio corazón. Vivir en la indignación constante, en la reacción al entorno de plataformas, entre falsas noticias y operaciones efímeras, entre burbujas y cámaras de eco, no impide que todo siga empeorando. De hecho, lo que hace es acelerar la descomposición, suma ruido y pura distracción. Esa reacción es una ilusión. La solución podría venir por recuperar la atención.

 

Lucas Arrimada es Docente de Derecho Constitucional y Estudios Críticos del Derecho en la UBA.