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El fútbol como lenguaje universal en un mundo dividido

La copa mundial genera una emoción planetaria, una fantasía catártica, un espejismo espectacular, cuya vitalidad tiene sus razones pero más y mejores sinrazones.

Club Atlético Nueva Chicago - Antonio Berni 1937
Club Atlético Nueva Chicago - Antonio Berni (1937) | Cedoc

“Un día” [de 1946/1947] “en el que Wittgenstein estaba pasando por una cancha donde se estaba jugando un partido de fútbol le vino por primera vez el pensamiento que con el lenguaje jugamos ciertos juegos con palabras. Una idea central de su filosofía, la noción de juegos del lenguaje, aparentemente tuvo su génesis en ese hecho”. Norman Malcolm en “Ludwig Wittgenstein. Una memoria”, 1958.

1. Ni Jesús ni Shakespeare ni Beethoven

El crítico literario y profesor emérito de la Universidad de Cambridge George Steiner (1929-2020) dijo “la Copa Mundial es un lenguaje del mundo” en 2018 y quizás puso en palabras algo que estuvo formulando -al menos que sepamos- desde el año 2000. Por ese entonces, al comienzo del milenio, ya había dicho: “Cuando Jesús fue crucificado en Gólgota, probablemente sólo 10 personas lo vieron, no lo sabemos. A la primera representación de Hamlet de Shakespeare acudieron, podemos estimar, unas 1.100 personas. Y al estreno de la Misa Solemne de Beethoven, probablemente, unas 1.400. Sin embargo, la final del Mundial de fútbol la vieron 2.500 millones de personas”.

“En esto soy marxista”, sigue Steiner. “Marx decía que llega un punto en el que cantidad es calidad. Cuando Maradona corre con la pelota hacia el gol, 2500 millones de corazones palpitan a la par. Ningún evento similar ni siquiera fue imaginado. Ni Shakespeare ni Beethoven tuvieron ese poder de suspender las emociones humanas. No sé qué concepto sociológico sirve para esta emoción planetaria”. Lo decía -en una transcripción reconstruida a partir de las 2 horas, 25 minutos y 50 segundos- en la televisión holandesa en el año 2000 frente a Martha Nussbaum, Germaine Greer, Jane Goodall, Richard Rorty, Roger Scruton y John Coetzee, entre otros, artistas y escritores.

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Más allá de las exageraciones e incomprobables cálculos estadísticos, hoy deberíamos actualizar esa cifra y decir que cuando Messi, Neymar o Mbappé comienzan una jugada puede ser que haya entre 3500 y 4000 millones personas que están palpitando su jugada, expectantes de verlo eludir sagazmente a sus contrarios y meter un gol de leyenda. Volvemos a Steiner: “El fútbol es la única religión planetaria que existe en este momento. Nunca en la Historia de la humanidad ha habido un espectáculo de la magnitud del fútbol”.

Hace 22 años Wim Kayzer, periodista y director nacido en los Países Bajos, produjo y dirigió una serie documental de entrevistas sobre la belleza y la consolación con científicos, escritores, filósofos, artistas e intelectuales públicos que se emitió en lo que en ese entonces era la televisión holandesa. El final de esa serie fue un encuentro entre la mayoría de las y los entrevistados, en el que resaltan en la lista Wole Soyinka, Dubravka Ugrešic, Leon Lederman, Tatjana Tolstaja, Freeman Dyson, Elizabeth Loftus, Gary Lynch, Catherine Bott, Rutger Kopland, Simon Schama, Rudi Fuchs, György Konrád y Karel Appel que compartían la mesa entre enfrentamientos, diferencias, silencios notables e ideas sobre cultura popular y clásica, justicia, historia, depresión, razones para vivir y morir, entre muchos otros temas que se discuten en casi tres horas.

Con el tiempo, George Steiner fue ampliando sus declaraciones al decir: “Maradona fue un gran genio filosófico” al haberse inspirado con “la brillante idea” de “la mano de Dios”. Lo dijo en 2000 en dicho documental pero lo repitió y amplió varias veces, en especial en la televisión mexicana y en 2018 en una entrevista producto del Premio Príncipe de Asturias que le fue concedido ese año. En Febrero de 2020 falleció en su casa de Cambridge, Inglaterra.

2. Sintonía de emociones en tiempos de fragmentación y polarización

La Copa Mundial genera una emoción global, una fantasía catártica, una ilusión espectacular, cuya vitalidad tiene algunas razones pero más y mejores sinrazones. Todo lo hace en tiempos de atomización absoluta y polarización extrema. ¿Qué explicación podemos dar? Las razones son menos interesantes que las sinrazones, dado que vivimos tiempos en los que dominan, habitan y se respiran emociones negativas y pasiones oscuras. Las razones comerciales están en la organización de un negocio nacional, internacional y en su atractiva teatralidad de rivalidades personales, históricas y nacionales.

En tiempos en los que las políticas de la identidad han ido fragmentado todo y a todos por razones comerciales y de micromarketing, las banderas nacionales se vuelven a vender, el Mundial genera un sentimiento patriótico, efímero y superficial pero sentimiento al fin, que es claramente contracultural a las sociedades atomizadas e individualistas que vivimos. Las identidades nacionales están licuadas en sociedades segmentadas por lo que los sentimientos patrios -manipulados y evocados por campañas de marketing para vender cosas- apelan a un sentir que no genera la vida social espontánea antes o después del Mundial.

La sintonía emocional es tan notable como intensa, tan efímera como excepcional. La alegría es hermosa aunque sea pasajera y hasta el sufrimiento tiene un sentido en tiempos de fragilidad e incapacidad de lidiar con los obstáculos. El fútbol es, quizás como la política, emoción y razón. Una forma de religiosidad. Ejemplarmente un juego que requiere trabajo individual, colectivo e institucional. Todo lo que como sociedad organizada está en degradación y decadencia, jugar juegos colectivos con placer, esfuerzo, compromiso, disfrute y construir algo alimentado por esas energías es todo lo contrario a la vida política y social actual. La acción colectiva en su mejor momento, a su mejor luz puede ser eso. Hoy simplemente no lo es.

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El juego tiene reglas, quizás problemáticas, injustamente aplicadas pero ciertas reglas que se formulan y se pueden interpretar, reformar, cambiar. Podemos seguir jugando a pesar de que nos perjudiquen, el juego da otra oportunidad. En contraste, la guerra no tiene reglas, traerá más pobreza, más dolor, más atrocidades, más de lo peor y es un lenguaje que se abre pero no hay fórmulas para cerrarlo con facilidad. Todo pasa, se suele decir. La guerra pasa pero deja claras consecuencias, cicatrices a veces irreparables. La política está en un estado bélico y autodestructivo, palpitando el malestar de la cultura, de los odios cruzados y de la regresión económica. La política parásita y depende de, piensa su acción estratégicamente alrededor de una emoción generada por el fútbol.

Las mejores sinrazones están en la fiesta, en la pasión, en el amor que se tiene a un equipo, sus jugadores, lo que representan en el imaginario social cuando todo lo colectivo está disfuncionando y nuestro horizontes se vuelven difusos. Razones por las que desde Esparta y Roma hasta en Berlín 1936 y Argentina 1978, en las Olimpiadas, Coliseos y otras formas de festividad deportiva, religiosa o social hasta hoy se siga instrumentalizando y manipulando de diferentes formas esas mismas sinrazones.

En tiempos en los que el odio y las guerras culturales dominan la acción colectiva en los sistemas políticos e impactan en una sociedad de lazos frágiles, de soledades hiperconectadas a una angustia inestable, a un stress económico y una ansiedad total, el populismo de extrema derecha escucha, interpreta y manipula muy bien esos sentires, esas frustraciones flotantes prontas a explotar. Ante esas carencias y aislamientos, el fútbol da una comunidad casi automática al esperar el gol, al gritarle a una pantalla, al escuchar una transmisión radial. Lo sabemos dado que crecemos pateando pelotas con los pies, mirando jugar y jugando al fútbol, en la tv, en la calle, en los recreos de las escuelas, en todos lados. Todo objeto que se puede usar como pelota será usado como tal desde una vejiga de cerdo -como lo refleja la pintura de Thomas Webster de 1839 que supuestamente pinta los carnavales del Siglo XII/XIII en la medieval Inglaterra- hasta una pelota de trapo de medias impares, hecha de pares incompletos.

The Football Game
The football game (El partido de fútbol) - Thomas Webster (1839).

A más incertidumbre tenemos en el mundo, a más complejo intuimos nuestros desafíos colectivos, más desarrollaremos comunidades religiosas en formas convencionales y en formas secularizadas, comunidades laicas con prácticas claramente religiosas. Varias formas de ateísmos tienen prácticas evangelizadoras, varios sectores que se pretenden contrarios a religiones establecidas entran en prácticas inquisitivas, dogmáticas y con aspectos de cultos, sectas y teorías conspirativas. Tiempos oscuros traerán novedosas formas de religiosidad y ciertas creencias fenecidas renacerán con nuevo ímpetu como semillas sembradas por la crisis.

Si durante estas semanas nos abrazamos y miramos con familiares, amigos y hasta extraños en bares, plazas, transporte público, casas ajenas puede ser porque mientras las comunidades se degradan, el Mundial invitó a romper los aislamientos virtuales y reales de estos últimos años de distancias y lazos en crisis. Esa es la fuerza de la emoción universal y pasajera que estamos viviendo, que otros eventos, ritos y fiestas recrean de forma segmentada.

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3. Todo se paraliza por el Mundial

Quizás la euforia del fútbol traiga una depresión posterior. Su nivel de emoción y espectacularidad es inclusiva pero momentánea como fueron las primeras respuestas a hechos dramáticos a nivel Mundial, como lo fueron hace casi tres años, las primeras reacciones a la pandemia. Los primeros días de incertidumbre, las primeras semanas donde nadie decía que la pandemia llegó para quedarse y que nada sería igual.

De hecho, no sólo el Mundial paralizó todo. Hace tiempo que el presente lo congeló todo. Se respira un presente continuo, con amnesia total hacia el pasado, con una parálisis en tiempos que requieren acciones de salvatajes y un urgente diagnóstico para un curso de acción hacia el futuro que no queremos tomar porque nos obliga a asumir responsabilidades en tiempos de negación cínica, de querer apagar mentalmente los incendios por venir. No hay esfuerzo ni coraje para pensar cómo haremos para vivir en democracia sin demócratas ni instituciones, en la guerra de facciones y corporaciones, cómo haremos para proteger derechos sin cultivar responsabilidades y obligaciones, sin pensar en producir recursos para generar trabajo salvaguardando un ecosistema en crisis climática y colapsado por su depredación. Cómo haremos para respetar la Constitución frente a super monopolios tecnológicos que no los respetan y a Estados de excepción climática que fuerzan a limitar consumo de energía y recursos naturales. Salir de los círculos de autodestrucción y frustración significa pensar otra forma de estar en el presente y caminar con lo diverso hacia lo que viene. El presente parece obturar todo, nos impide conocer nuestro pasado y no nos animamos a aceptar nuestra inescapable responsabilidad con el futuro.

El Mundial es en sí mismo una distracción potente y apasionante, con sus azares y con sus acciones, con sus alegrías y con sus tristezas. Cuando pase, tendremos otras distracciones menos intensas pero igual de eficaces para ocultar lo que nos incomoda. El presente lo devora todo de una forma que nos distrae de lo que está pasando en nuestro horizonte. La obturación del futuro y la parálisis colectiva en un eterno y amnésico presente puede ser otra emoción planetaria de estos tiempos extraordinarios que vivimos.

 

Lucas Arrimada es Profesor de Derecho Constitucional y Estudios Críticos del Derecho.