“No podrías haber nacido en un mejor periodo que el presente, en el que lo hemos perdido todo”. Simone Weil, La gravedad y la gracia, 1947.
1. Adiós a la hipocresía del derecho, bienvenido el cinismo de la violencia: ante una sociedad que vive diferentes realidades al mismo tiempo, que está socavando sus lazos sociales y licuando las identidades nacionales comunitarias, que vive reactiva entre el ruido, la confusión y las noticias falsas, que ya no habla el mismo lenguaje ni convive en la misma esfera pública sino en varias cámaras de ecos segmentadas, que no identifica a sus amenazas y trabaja de forma gratuita para sus nuevos amos, que está sobreestimulada con el placer de corto plazo, narcisismo superficial y miedos más básicos, podemos pensar que esta generación ya desacoplada de sus antepasadas puede ser la última generación con derechos.
La última generación que tiene nominalmente derechos verá su derogación de facto. El derecho al trabajo, derecho a la privacidad y datos personales, derecho a la libertad de expresión, derecho a una vivienda digna, derecho al honor, derecho a la verdad y derecho a la información, entre otros derechos humanos básicos, están desapareciendo ante nuestros ojos. Esto es: tenemos nominalmente derecho al trabajo en un mundo en dirección a la automatización y al uso del algoritmo para las cuestiones más básicas como la atención al público.
Tendremos derecho reconocido a la privacidad a pesar de que hace más de una década que sabemos que nada es privado, que con el culto a las cámaras voluntariamente entregamos la intimidad y datos personales a las corporaciones que nos conocen mejor que nosotros mismos, a cambio de que nos vendan cosas que no necesitamos manipulando ansiedades. Por supuesto, queda ejercer la libertad de expresión según cada plataforma delimite y podremos ser censurados por un algoritmo sin proceso alguno, podremos perder todo el trabajo en esa misma plataforma por una decisión arbitraria en un proceso paralegal sin garantía ni defensa.
Tenemos derecho a la verdad, pero lamentablemente las herramientas de su construcción están siendo usadas para fragmentarla con filtros de distorsión y confusión. Tenemos derecho a la vivienda digna en un sistema social y económico que excluye a enorme mayoría de un salario digno para pensar en la adquisición y construcción de su hogar pero que los incluye, los domina, como trabajadores sin salarios en la economía de la plataformas para que trabajen gratis con su participación y dominándolo con estímulos.
Tenemos derecho al honor pero en los enjambres de crueldad se permite básicamente organizar linchamientos mediáticos en base a información falsa, pánicos morales y solidaridad envenenada en la que se forman las pedagogías de la crueldad del autoritarismo en expansión. Los liberales autoritarios y progresistas reaccionarios fomentan las guerras culturales en la que la sociedad se derrota a sí misma mientras se empobrece. Tenemos derecho a la verdad y a la información, pero con las campañas de fake news y el exceso de información ya no sabemos qué es verdad y entonces la sospecha y la desconfianza son la regla a aplicar ante todo lo que nos rodea. Al destruir la posibilidad de confianza, se destruye la posibilidad de comunidad y de construir verdad.
Esta será la última generación a la que se les prometió derechos universales y recibirán promesas incumplidas, frustración de expectativas y derechos nominales. La reacción sorprenderá a muchos, aunque el resultado siga las leyes de la física más elemental. Causa y efecto. Promesas hechas a una sociedad fragilizada, frustración por la traición a personas que no están acostumbradas a recibir negativas ni son responsables de la edificación de sus entornos. Adultos infantilizados que no fueron educados para superar la adversidad, para hacerse responsables, sino para recibir derechos, no para construirlos ni para defenderlos de forma inteligente y no contraproducente. Las pasiones tristes dominarán una envidia generacional producto del abandono y deslealtad de los adultos hacia las nuevas generaciones.
Vivimos en la sociedad del schadenfreude, activa participante en el hacer sufrir a sus pares y sentir placer por ello, que no se da cuenta que está atrapada en un juego sádico del resentimiento social sin consciencia de clase, que la cultura de la cancelación es producto de una adicción a la humillación del otro como autovalidación, pero que termina siendo autohumillación y deshumanización generalizada; que su adicción a lo “cringe” es producto de su ausencia de placer sublime, la de vivir una vida con esfuerzos que generen un legado sustancial. Hay narcisismo y ansiedad. Esa será la fuente inagotable de crisis políticas, constitucionales y de los problemas de acción colectiva básicos de una sociedad y Estado que están en degradación desde hace décadas.
La próxima generación tendrá términos de usuarios corporativos con sus modificaciones regulares cada vez más restrictivas por tener una audiencia adicta y captiva sin imaginación para pensarse fuera de las cárceles llamadas plataformas en las que están encerradas sus proyecciones virtuales.
No hace falta educar a una generación que se puede manipular y controlar a través de estrategias psicológicas y herramientas de inducción publicitarias que la tecnología construyó con poder microscópico. Con los algoritmos, plataformas y dispositivos se puede condicionar y dominar a través de la distracción y estimulación personalizada.
En el cortoplacismo espasmódico y reactivo, bien de una generación política que aprendió todo lo que sabe de política en las plataformas, con el nivel de discusión de una pared de baño público y el rigor de una letrina virtual, con esas pedagogías autoritarias que destruyen la empatía y las conexiones cognitivas complejas, no podemos ni podremos construir los puentes del diálogo, reducir la impotencia que genera la inercia, hablar de justicia intergeneracional, de solidaridad entre miembros de la comunidad.
Así como en los noventa debíamos defender el patrimonio público de generaciones, hoy no estamos protegiendo nuestros últimos bienes comunes y sociales, las pocas libertades que nos quedan. No hay responsabilidad intergeneracional, hay silencio y distracción, las consecuencias serán terribles, las causas en curso son evidentes.
La aceptación generacional de una nueva realidad desacoplada puede generar la aceptación de la dominación por entretenimiento, por sobreestimulación de los sentidos para la distracción. La economía de la atención reconvertida en sistemas de servidumbre producida por una distracción estimulante, por sistemas de realidad virtual que estimula mientras domina, oprime, subordina. Un consenso manufacturado que requiere el pensamiento fragmentado, adicción a la validación externa, fomento del hedonismo depresivo y otras prácticas que parecen recreativas o inofensivas pero son subordinantes.
Sin duda será una generación con menos derechos, menos herramientas y menos atención para entender lo que le sucede. Una generación que tuvo todo contrario a padres fundadores -siempre criticables-, que tuvo padres destructores. Una generación abandonada por sus padres a los influencers del retraso madurativo. Adultos que no pueden traducir su inacción en palabras: no pudimos actuar responsablemente y ahora no podemos decirte abiertamente que nuestro abandono y fracaso en ser responsables será fuente de tus adversidades.
Todo lo contrario, se fomenta el pensamiento mágico, el optimismo tóxico que niega las responsabilidades y un voluntarismo político que se reconvertirá en alimento para los neoreaccionarios y posfascismos para cosechar todo ese placer que, ante la pobreza estructural, genera hacer daño a otras personas en los procesos caóticos de una sociedad en autodestrucción colectiva. Los apocalipsis serán participativos y los colapsos serán descentralizados. Otra victoria pírrica de la democracia y el federalismo.
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El proyecto del derecho ya es un conjunto de teorías bélicas del derecho, facciones de abogados defendiendo privilegios de ciertos sectores en una sociedad en descomposición con sus señores feudales reorganizando el territorio en el que van a poner sus muros. Dado que el derecho se ha convertido en guerras de operadores judiciales, la práctica de hablar el lenguaje del derecho se transforma en un conjunto de teorías de la guerra a través del derecho, teorías de la estrategia argumentativa, meras tácticas para cobrar honorarios de las personas que disputan respuestas a privilegios de clase.
El derecho como razón pública habló siempre el lenguaje hipócrita de un sistema burgués hace cinco décadas en crisis. Lo que cambió es que, con la descomposición de ese proyecto, el manto que vestía a la violencia de legitimidad pública, cayó desnudando la hipocresía legal y permitiendo ver el horizonte de violencia cínica y feudal. Cuando el derecho es guerra, la violencia vuelve a ser su lengua franca, universal.
De los discursos de paz y justicia que perfumaron durante dos siglos al Estado de Derecho, los textos de la hipocresía civilizatoria del derecho, de la pax perpetua a través del conflicto institucional, se pasa a una discurso abiertamente bélico y de guerra. El discurso se transformará en carne, en acción en el corto plazo. El Estado de Derecho siempre fue y vino, tenía sus baches y espacios excepcionales donde el derecho se suspendía, donde el poder actuaba como si no existiese límite o derecho alguno, y donde se construía poder para después devolver las libertades y soberanías con un esquema de juego condicionado, donde quien había pateado el tablero podía volver a gobernar con ventajas notables, donde cada juego comenzaba con unos goles de gracia y un árbitro parcial a los golpistas.
No hablemos del amo y del esclavo, no hablemos del modelo de acumulación, matriz productiva y del sistema político. Luego de un siglo XX que quiso poner un límite legal imposible al mal absoluto, a los totalitarismos, al horror de la guerra, hoy las fuerzas de muerte están en expansión con los desastres medioambientales por venir y con el poder de las plataformas.
De la hipocresía legal se está pasando al cinismo del poder desnudo, un poder ejercido por las guerras de recursos y los monopolios tecnológicos más allá del derecho, en contra de un ya frágil derecho y debilitado Estado. Todo está sucediendo ante los ojos de los propios líderes políticos e institucionales que son peones en un juego más grande que ellos no ven ni quieren alterar dado que creen estar controlando otro juego bobo donde ellos suponen que son la mano que mueve las piezas y están fuera del tablero.
2. Participar en la fundación de un nuevo Estado de naturaleza. Cuando los adultos temen ser responsables públicamente, hacer lo que tiene que hacer y decir lo que tiene que decir es ahí donde se impone la pedagogías de la complicidad con la inercia que nos está llevando al Estado de Naturaleza. Se enseña a callar cuando hay que decir lo evidente, lo que todos los sentidos humanos de responsabilidad nos dicen que tenemos que decir. Esto está mal, esto es producir dolor por placer, esto es ilegal, esto tendrá una consecuencia negativa en la persona que lo hace, su comunidad, y podemos evitarlo hoy y ahora si actuamos asumiendo el costo de generar un disgusto a una persona, a una sociedad, grupo de personas que está actuando irresponsablemente, haciendo daño y haciéndose daño. Pasa en la escuela primaria, en la secundaria y en las Universidades del mundo. Nadie dice “esto está mal” por temor, y el pánico gana. Los espirales de silencio se consolidan. En las comunidades del miedo no hay coraje ni compromiso, y en el mediano plazo, tampoco habrá comunidad.
La naturaleza, sus desafíos superpuestos, será un actor protagónico de la gestación del nuevo Estado de naturaleza. La crisis del ecosistema, las migraciones por catástrofes ambientales, entre inundaciones y sequías, guerra de recursos, aumentarán los problemas de una sociedad con estructuras económicas y políticas hackeadas. Ante incendios descontrolados, ríos secos, escasez de recursos y falta de respuesta coordinada, los tiempos excepcionales forzarán la reconfiguración del Estado de Derecho y generarán nuevas ideas que lo fundamenten.
Usualmente las revoluciones y las guerras reconfiguran los órdenes legales, sus pilares y principios fundamentales, borran las leyes del viejo régimen y crean uno nuevo. Por es, un famoso multimillonario viene diciendo -y deseando- “La guerra es la última Corte Suprema”. A falta de políticas públicas responsables, de un cambio social democrático, la guerra junto con las pandemias, plataformas y desastres ecológicos forzarán la gestación de un nuevo sistema de derechos y deberes, garantías y libertades que borrará el que tenemos.
La crisis de la autoridad, la anarquía en la que la sociedad confundida participa, traerá el viejo autoritarismo rancio con las nuevas herramientas del control social digital hoy existentes que serán usadas como armas legales y letales en respuesta al caos autogestionado y privadamente sobreestimulado.
A diferencia de los colapsos pasados, de sus metafóricos o reales apocalipsis del ayer, recolectados en sabidurías populares, paganas y religiosas, mitos y leyendas, entre diluvios y pestes varias, en tótems y tabú tribales que siempre fueron ejemplares herramientas civilizatorias; el proceso de decadencia colectiva que estamos viviendo, aunque acelerado por las fuerzas económicas de las plataformas, por la absoluta irresponsabilidad de las elites políticas, por los influencers del deterioro cognitivo y de la infantilización social, tiene a la sociedad participando activamente en la destrucción de su lenguaje, de su realidad, de su salud mental con prácticas de irracionalidad de grupo, emocionalidad explosiva y hedonismo depresivo.
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La última generación con libertades tiene miedo a la libertad. Primero, no advierte las amenazas a la autonomía individual que implica la derogación de ciertos derechos, como la privacidad e intimidad, por parte de los monopolios tecnológicos. Segundo, tanto liberales con prácticas autoritarias como progresistas con militancias reaccionarias, llevan adelante procesos de cancelación, censura, patrullaje y policía del pensamiento que permiten ver que hay un uso dogmático, “correcto” de la libertad, un pavor a sus riesgos, al ensayo y error propio del ejercicio, de las ideas de libertad llevadas a la acción. Ciertas facciones desarrollan políticas de miedo y violencia que se volverán en contra de la sociedad beneficiando a un grupo selectivo que lucra con las guerras culturales, con la división y fragmentación de las comunidades.
La sociedad es un elemento activo en la profundización de los procesos de degradación mientras las plataformas lo que hacen es potenciar y monetizar su autodestrucción para construir la nueva sociedad medieval que deje la sociedad tribalizada, empobrecida e inviable fuera de los muros físicos o de las redes virtuales de las nuevas sociedades cerradas por venir, de los barrios privados con burbujas de un pasado que ellos destruyeron, de un futuro que ellos -los dueños de las plataformas- activamente están construyendo.
Burbujas de Estado de Derecho medievales dentro de un Estado de Naturaleza más amplio, inclusivo, democrático, en donde siguen las guerras culturales que estamos viendo en este momento crecer. Un nuevo Estado de naturaleza en el que nuestras vidas vuelven a ser “solitarias, pobres, horribles, embrutecidas y cortas”. Sin embargo, la vida será solitaria e hiperconectada, pobre y sobreestimulada, horrible, pero con filtros de negación para que nos vean las audiencias que participan de nuestro patético espectáculo narcisista, embrutecidas por la tecnología y cortas en los grados de libertad a desarrollar.
Las semillas de los autoritarismos ya sembradas se están nutriendo de las audiencias consumiendo en silencio y del narcisismo de los protagonistas políticos jugando un juego de autoboicot constante, una danza suicida en el precipicio, que termina de construir el carácter inclusivo del proceso de decadencia. “Todo colapso es un proceso” suele repetir Jared Diamond. Agregaría que el colapso es un proceso participativo, las audiencias participan con su atención dispersa, con su ansiedad expectante y otros con necesidad de nutrir su ego bajo la luz de la cámara. Los procesos totalitarios que vienen serán fundamentados en el desarrollo de una falsa libertad individual e inducidos a través de mecanismos de sugestión publicitaria de masas.
Una clase política anémica cuya energía más fuerte es la crueldad y una oligarquía económica desleal con un legado de saqueo sin escrúpulos están profundizando horizontes oscuros. Mientras tanto, la sociedad está contribuyendo activamente a su propia demencia social, a su disonancia con la realidad, a desmembrar su cuerpo en facciones triviales y tribales. Todo esto hará que, ante una incapacidad estructural de diálogo, coordinación y acción política constructiva, únicamente la guerra y el nuevo Estado de naturaleza sean los frutos de este apocalipsis participativo.
*Profesor de Derecho Constitucional y Estudios Críticos del Derecho (UBA).