Es difícil describir un camino a un miope. Porque no se le puede decir: “Mira la torre de esa iglesia a diez leguas de nosotros y sigue esa dirección”. Ludwig Wittgenstein, 1929.
1.
Una década en un año. La pandemia aceleró procesos que entenderemos completamente con la perspectiva que da el tiempo. En el 2020 vivimos una década en un año, quizás varias décadas en algunos meses. Procesos se potenciaron de forma extraordinaria, tendencias se profundizaron de manera exponencial y todo ello traerá desajustes estructurales que están siendo escasamente pensados pero se evidencian en todo ámbito y deberán obtener respuestas de parte del Estado, el sector privado y la sociedad.
La pandemia fue también viral en procesos de irracionalidad social: teorías conspirativas, información falsa, políticas de la distracción y discursos de odio cruzado. Siempre recordemos que el ser humano es un animal que “puede ser racional”. La animalidad es permanente, la racionalidad es facultativa: se adquiere, educa y no es constante. “Siento, luego existo” es propio de nuestros días y cuando percibimos incertidumbre, ansiedad, ira, inseguridad, nunca respondemos de la mejor forma a nuestros intereses individuales y colectivos.
¿El discurso de la reconstrucción?
Reconocer toda la frustración, dolor, enojo y bronca que tienen muchos en este contexto es un primer paso. Ese ensañamiento está en todos los espectros del escenario político, en lo más profundo de nuestra estructura comunitaria y en la superficie del humor social. Hay pedagogías de la crueldad tanto en la izquierda como en la derecha. Luego de casi dos años de pandemia no es extraño que, además de problemas estructurales a nivel social y económico, aparezca potenciado el malestar de la cultura política que se expresa en formas de intensas políticas del resentimiento.
Impotencia, trauma, odio y todo un tratado de pasiones oscuras habitarán a nuestras familias, toda nuestra comunidad, por un buen tiempo. Sufrir, procesar y resignificar el dolor son procesos que pueden llevar años, décadas, ciclos generacionales, intentos fallidos, abrazos parciales, avances y retrocesos, y poner sal en las heridas es un goce enfermo cercano a la adicción. En la historia Argentina pueden identificarse varias guerras fratricidas basadas en esa pulsión de autodestrucción.
'El resentimiento no es una virtud política'
En ese contexto intenso es que resulta notable la ausencia de liderazgo político de largo plazo, que con ejemplo y responsabilidad, ofrezca un horizonte alternativo. Sólo hay guerra y suma cero. Impostura y cinismo. Liberales autoritarios y progresistas reaccionarios. Enfrentamientos culturales entre las tribus que juegan con sus identidades políticas, propias de las religiones seculares, de los cultos y sectas, al juego de la destrucción y autodestrucción que ofrece venganzas y violencias cruzadas. Las dirigencias parecen ofrecer políticas de abandono social e invitan a toda la población a la mera supervivencia, a la ley de la selva, al consumo del espectáculo de las guerras políticas, la angustia y la desesperación.
2.
El zig zag de la venganza institucionalizada: la posibilidad del sol negro. Todo lo que está mal de la Argentina se soluciona con todo lo que está bien en la Argentina. Las políticas del resentimiento, presentes indistintamente en la derecha y en la izquierda como hermanas siamesas que comparten la misma columna vertebral, visceral y reactiva, son letalmente atractivas y efectivas, miopes y cortoplacistas, apelando a la naturaleza humana más baja. El odio, el rencor, la venganza, la victimización en discursos pronto se transformarán en políticas públicas, en acción institucional, en armas partidarias. En alguna medida ya son prácticas sociales sectoriales, entre las operaciones mediáticas y la manipulación política de la angustia social. Cada cambio de ciclo presidencial nos abrirá, gobierno a gobierno, un nuevo espectáculo de venganza social institucionalizada.
La historia Argentina es un catálogo de impotencia y venganza social procesadas en diversas formas. Golpes de Estado, terrorismo de Estado, empobrecimiento, endeudamiento y fuga circular, saqueo del patrimonio colectivo acumulado por generaciones, bloqueos recíprocos de las fuerzas políticas y gobiernos de turno. Si tenemos una sociedad unida por la frustración, el odio político y el resentimiento social, de ese rencor visceral y oscuro nacerá el sol negro que eclipsará el futuro de todas y todos. Esas serán las fuerzas que dirán adiós a los derechos. La única certeza colectiva en un país imprevisible es que el juego de autodestrucción y suma cero nos garantiza construir un Estado fallido, “una carta de navegación” hacia un abismo, un previsible y lento colapso.
La sociedad cerrada y sus amigos. ¿A quién beneficia la vuelta del Estado de Naturaleza con las políticas del resentimiento? Toda guerra tiene sus dueños, quienes venden las balas, las gazas, cultivan su espectáculo e invitan a la épica de la batalla en la que ellos nunca ponen el cuerpo ni dejan de obtener ganancia. Todas las corporaciones con plataformas de publicidad y acumulación de datos personales que llamamos “redes sociales” son las principales interesadas en las políticas de resentimiento a nivel global. Ellas monetizan ese enfrentamiento social, hacen dinero con políticas de la frustración, ansiedad y depresión colectiva. Todo intento de reconstruir la comunidad política, de cooperar con las personas que piensan diferentes, de participar sanamente en un diálogo en la sociedad digital cerrada por el sesgo de confirmación es una lógica que va absolutamente en contra de su estrategia cultural y -sobre todo- comercial. Su lema es “enrage to engage”, hacer enojar para controlar tu atención. Esos nuevos actores globales incentivan la construcción de segregaciones comunitarias que entran en constantes guerras culturales. Sumando idiosincrasias y problemas locales explosivos (inflación, deuda, pobreza, narcotráfico, entre otros), la pregunta sobre los incentivos y cómo rediseñarlos se vuelve el primer obstáculo a encarar. Es el Mapa de mapas a obtener. En caso contrario viviremos, elección a elección, en otro zig-zag electoral. Para coordinar una solución de largo plazo tenemos que dar una solución de largo plazo a la pregunta sobre cómo coordinamos. Mientras los incentivos fomenten lo peor de nuestra cultura política bicentenaria, será imposible romper el espiral descendente y autofrustrante. Mientras nuestra cultura política, el modelo de negocios y el diseño del algoritmo sea la guerra, el conflicto impostado, el pánico moral, el obstruccionismo y festejar las derrotas colectivas de los diferentes gobiernos; la destrucción y la irracionalidad serán parte de nuestro horizonte político diario.
La paciencia, templanza, el coraje y el compromiso colectivo con esta comunidad que llamamos País, serán obligatorias para guiar el proceso de atender, escuchar, contener y hacer control de daños de las políticas del resentimiento. Esa responsabilidad política debe nacer de un deseo vital en tiempos de un eros colectivamente castrado, de una imaginación colectiva recíprocamente bloqueada. Nacerá del deseo y la necesidad de una reparación que supere nuestra autodestrucción. Requiere una decisión colectiva de salir del juego de suma cero, de la impotencia política actual. Ante los múltiples colapsos y la rápida cancelación del futuro del país que generaciones supieron imaginar y hacer progresar, tarde o temprano, la única opción siempre será una serena -no reactiva, no sectaria- política de la reconstrucción.
* Lucas Arrimada. Profesor de Derecho Constitucional y Estudios Críticos del Derecho (UBA).