Un universo de idas y venidas, de dudas e inseguridades, de hacer y deshacer circulan en el mundo entero, en el país y particularmente en la educación.
Si imagináramos qué pensaría un observador externo, un extraterrestre, alguien “no contaminado”, acerca de lo que acontece en estos tiempos, quizás diría que “incertidumbre” es la palabra que mejor describe lo que está pasando en todos los ámbitos. La educación no está exenta.
¿Qué hacer frente a esto? ¿Cómo educar con este panorama? ¿Qué esperamos de nuestros alumnos, de los docentes, y de las familias en estos tiempos? Y teniendo en cuenta los últimos debates en materia de educación, ¿cómo los evaluamos? ¿Qué hacemos con las notas y los boletines? ¿Y con la repitencia?
Emociones y aprendizaje son un binomio indisoluble
La educación siempre se apoya en un camino trazado por otros, en un proceso que otros han experimentado y dejado como legado para las próximas generaciones.
Hannah Arendt llamó a este proceso “darle la bienvenida a los recién llegados”. Este recibimiento debe basarse en la certeza de que hay cosas para transmitir y comunicar, que hay propuestas y caminos dignos de ser transitados, que hay ideas, sueños, concreciones, iniciativas que merecen ser entregados a las nóveles generaciones. Es el testimonio que pasa de mano en mano como en una carrera de postas. Es un legado. Un legado es aquello que nos trasciende. Debemos salir de las definiciones de éxito a corto plazo para pensar en un legado. Que un alumno posea la capacidad de autodirigirse sin depender de una persona es un legado importantísimo. Despertar en él las ganas de seguir aprendiendo mucho después de haber pasado por nuestra aula, también lo es. El éxito es lograr algo efímero, pero el legado es dejar un impacto duradero. ¿Estaremos enseñando para dejarles un legado a nuestros estudiantes?
Poner el foco en el aprendizaje y no solo en la enseñanza demanda transformar la matriz didáctica de la escuela. Implica trabajar con estrategias pedagógicas que pongan el foco en el alumno y en el aprendizaje. Es decir, que el alumno tenga que salir a buscar sus propios caminos, encontrar sus formas de apropiarse del saber y ser activo en ese recorrido. Enseñar, claramente, no es llenar un recipiente vacío, ni repetir contenidos descontextualizados, sino que es un proceso donde se adquieren conocimientos, habilidades, actitudes y/o valores a través del estudio, la experiencia y/o la enseñanza. El aprendizaje no es un deporte para espectadores.
Educación: "El esfuerzo y la perseverancia ¿no son importantes?"
¿Evaluar sí o no?
La evaluación es justamente la corroboración de que esa enseñanza se convierte en los aprendizajes esperados.
Tres preguntas importantes:
1) ¿Se puede seguir aprendiendo sin evaluación? Claramente no.
La evaluación no es un proceso que se da al final de una unidad, capítulo o trimestre. Se debe dar durante todo el proceso de enseñanza y de aprendizaje para de esta manera ayudar a los alumnos a consolidar lo aprendido y al docente a afinar su práctica docente.
2) ¿El único modo de evaluar es poner una nota? Tampoco.
La evaluación sumativa está relacionada con la evaluación del alumno. Es la que evalúa el resultado, y se centra en la acreditación de una materia o de un objetivo específico. Si el foco está en emitir un juicio sobre el nivel de logro o competencia, es decir, si ponemos la nota, es sumativa. La evaluación formativa, a su vez, está relacionada con evaluar para aprender. Apunta a mejorar los aprendizajes. Es para los alumnos, pero también para el docente. Se enfoca en lograr los objetivos en lugar de determinar si se lograron o no. En estas instancias, la nota no cuenta.
3) ¿La repitencia es la mejor forma de hacer que los alumnos aprendan lo que ni siquiera lograron ver en situaciones tan anómalas?
Está demostrado que la repitencia no soluciona los problemas de aprendizaje. La repitencia siempre es una mala solución, con más desventajas que ventajas, pero además no se repite lo que no se hizo.
¿Por qué entonces seguimos tan enfocados en la nota?
Tristemente, nuestro sistema educativo enfatiza las calificaciones por sobre el aprender. Es más, muchos alumnos hacen trampa en los exámenes porque justamente el sistema educativo valora más las notas que el aprendizaje. ¿Es justo pensar que una nota alcanza para medir el aprendizaje de los alumnos y el nivel de enseñanza de un docente?
Debemos comenzar por separar qué es evaluar y qué es tomar un examen.
Todo proceso educativo necesita ser evaluado, esto es sopesar en qué punto se encuentra cada estudiante, ver cuánto falta saber, conocer cómo hacer para seguir aprendiendo y a través de qué caminos. La evaluación, además, es para el docente, y le sirve para revisar su práctica didáctico-pedagógica. Enseño, pero ¿aprenden?
El examen, es la foto, es la evidencia, es la sentencia.
Pero además, cuando les enseñamos a nuestros alumnos a ver sus errores de manera racional y no emocional, les estamos enseñando una lección mucho más importante que el tema en cuestión. Les enseñamos a manejar la frustración y el aprender de los errores, que son sin duda, habilidades esenciales para la vida. Cuando logramos que nuestros alumnos cambien su mirada frente a la evaluación y puedan capitalizar sus errores, los estamos ayudando a tener una mejor vida adulta. Pero para eso, debemos comenzar nosotros, los adultos, por entender cuál es el verdadero sentido de la evaluación.
Diferentes herramientas educativas para el aprendizaje
La dicotomía de hacer lo que se nos pide o de hacer lo correcto
Fueron años difíciles, clases virtuales en el mejor de los casos, alternancia de presencialidad y asincronía, propuestas de enseñanza que debieron adaptarse a un cambio extremo, cuando lograron hacerlo. No pasó hace tanto, es más, todavía no deja de pasar. Hoy hay países en Latinoamérica que todavía no tienen clases presenciales.
Tan trágica es esta realidad que demanda una mirada consciente, firme, adecuada y pertinente. Se trata, tal vez, de poder equilibrar lo que pide un sistema con lo que creemos que hay que hacer, y esto, muchas veces nos pone en una disonancia cognitiva, que nos desafía, nos interpela y que merece ser tenido en cuenta. Obedece a ciegas quien ha dejado de pensar.
¡Cuántos héroes han peleado por situaciones injustas y han logrado cambiar la historia!
La escuela es un microcosmos de la sociedad, que no está exenta de reglas y normas, muchas veces arbitrarias y fuera de tiempo, y muchas veces, en detrimento de nuestros alumnos.
El debate sobre la evaluación numérica no debe extraerse de todas estas consideraciones. Tampoco se puede simplificar como si fuera el único medio posible de evaluación y la salvación a un sistema que debía ser reseteado ya antes de la pandemia.
Necesitamos evaluar, saber dónde estamos como sistema educativo, pero sobre todo, saber dónde está cada niña, niño y adolescente. Saber qué necesita aprender y principalmente diseñar caminos para que esto ocurra. Esa es nuestra tarea como educadores.
Tal vez una pregunta válida para hacernos es si es justo, ahora que existe cierta normalidad, trazar una raya, y volver a donde estábamos antes, poniendo notas, y castigando a los que peor la pasaron, a aquellos que no lograron tener una continuidad en su enseñanza, por la razón que sea, y que obviamente no están a la par de otros.
Vuelven las notas y el dilema de siempre: ¿aprender o aprobar?
Todos podemos acordar que se debe procurar un camino de méritos; es importante apostar a la posibilidad de los alumnos. ¿Qué sería de ellos si no esperáramos su mejor despliegue?
Si ellos ven en nosotros la viabilidad de lograr desplegar su mejor versión, seguramente lo harán. Si nosotros les damos el mensaje de que no pueden, claramente lo creerán. Ya lo decía Henry Ford, “si creés que podés, o creés que no podés, tenés razón.”
¿Qué hacer entonces?
Dadas las circunstancias, debemos acelerar los procesos, ayudar a los que se han caído, por infinidad de razones y subirlos nuevamente a su propio proceso. Eso es evaluar: saber dónde está cada uno, ir a buscarlo y traerlo para darle la bienvenida nuevamente. Con nota o sin ella, se requiere evaluar para que logre subirse nuevamente al tren de su propio aprendizaje.
En algunas circunstancias “lo que entra en clase es una cebolla: unas capas de pesadumbre, de miedo, de inquietud, de rencor, de cólera, de deseos insatisfechos, de furiosas renuncias acumuladas sobre un fondo de vergonzoso pasado, de presente amenazador, de futuro condenado. Miradlos, aquí llegan, con el cuerpo a medio hacer y su familia a cuestas en la mochila. En realidad, la clase solo puede empezar cuando dejan el fardo en el suelo y la cebolla ha sido pelada. Es difícil de explicar, pero a menudo solo basta una mirada, una palabra amable, una frase de adulto confiado, claro y estable, para disolver esos pesares, aliviar esos espíritus, instalarlos en un presente rigurosamente indicativo.” Daniel Pennac. Mal de escuela, Ed. Debolsillo, 2008, Barcelona, cap. II.10.
Pennac sabe bien de lo que habla, porque a pesar de haber sido un mal alumno, es ahora un escritor reconocido, gracias a la labor de un docente, que vio en él algo más que una nota para poner.
No es facilismo, no es falta de mérito, no es “que pasen y listo”, es educar.
Debemos salir de la trampa de un sistema que reproduce desigualdades. Debemos dejar de enseñar en serie y comenzar a enseñar en serio. En la escuela de hoy, todos aprenden lo mismo y al mismo tiempo, y si no lo hacen, hay dos caminos: la repitencia, que como ya hemos dicho, no soluciona los problemas de aprendizaje, o que pasen igual, es decir, avanzar sin haber aprendido, lo que implica mentirles acerca de su verdadera formación.
Educación: El rol de las familias en relación al éxito académico de los chicos
El docente tiene que hacer la tarea del alquimista: ir a buscar al estudiante en el punto donde se encuentra y hacer sus combinaciones, o lo que tenga que hacer, hasta llegar a la meta esperada.
Entonces sí podemos decir que hay una certeza. Se necesita que educadores, familias, autoridades y comunicadores en general, como representantes del mundo adulto, hagamos nuestra parte, realicemos los ajustes que sean necesarios y procuremos garantizar calidad de enseñanza a cada uno. La justicia pedagógica significa comprender que no podemos mantener la misma enseñanza homogénea para alumnos tan heterogéneos. Cada docente debe ser fuente de justicia educativa.
Desde el lugar que nos toca pongamos estos temas sobre la mesa para darles la centralidad que se merecen, para evitar que el hilo se corte por lo más delgado, esto es, los menores en general y los más vulnerables en particular, y salir de la situación de incertidumbre generalizada, que tanto daño está causando a esta nueva generación que recién amanece a la vida.
* Laura Lewin y Fredy Vota son autores y formadores docentes. Son coautores de La Educación Transformada (Ed. Santillana, 2018).