Kylian Mbappe corría desenfrenado hacia uno de las esquinas del estadio Lusail. La sangre nos hervía por dentro pero quedaba aplacada por el frío que nos corría por la espalda a más de 13.000 kilómetros de donde los hechos se suscitaban. "No puede ser, no puede ser" pensé por dentro. "¿Donde está la justicia para con este pibe?" me interpelé hacia mi interior, buscando culpas, mientras hacía afuera les decía a mis seres más queridos: "Hay que seguir, hay que seguir", una expresión de deseo que coqueteaba más con ese componente irracional que tiene el fútbol que con lo que estaba viendo por televisión. "No puede ser tan hijo de puta este deporte" le repetí varias veces a mi viejo, mientras el orgullo me impedía que las lágrimas salgan.
Media hora después, Gonzalo Montiel -ese jugador que tantas alegrías me regaló con mi querido River Plate- tomó la pelota más caliente de todas. Miró para un lado y definió para el otro. El resto es historia. Las piernas se me desvanecieron y caí al piso. Mi viejo me levantó y me abrazó, ahogados en un mar de lágrimas, esas que no te permiten respirar, ese llanto que ahoga. "Somos campeones del mundo, somos campeones del mundo, somos campeones del mundo", repetimos ambos.
Con él volvíamos en un tren hace más de 6 años, en un caluroso junio neoyorquino. Con él quedamos anonadados cuando un periodista nos contaba que Messi renunciaba a la selección. No lo podía creer, sentí que me estaban vendiendo humo. "No es para mí, lamentablemente lo busqué, era lo que más deseaba, no se me dio pero creo que ya está" dijo ante los micrófonos. Nosotros, futboleros de sangre, no podíamos creer ese "no es para mí". Sino era para él ¿para quién sino? Sino era para él, el mejor jugador de la historia de este deporte ¿para quién sino? Cómo no iba a ser para él, que transformó en sencillo lo imposible, que nos deslumbró día a día. Hasta que escribo estas palabras lamento no haber podido ir al Camp Nou a verlo jugar en vivo y en directo. Gracias a Dios, siguió viniendo a jugar con la Selección y lo pude ver en carne propia en el Monumental.
Messi: elogio de su vulgaridad
Dicen que "el destino es sabio" y vaya si lo fue. Y eso que muchas veces le pusieron piedras como a ningún otro, desde el desorden institucional y su pésima elección en algunos entrenadores hasta esa opinión pública despiadada, voraz y desenfrenada. La imbecilidad suele florecer en momentos de calentura, donde la verborragia y los sentimientos están a flor de piel. Pero ¿como nos ibas a privar de verte haciendo lo que más le gusta? ¿Como se iba a prohibir de hacer lo que más feliz le hace? Querido Lionel Messi: GRACIAS por haber desafiado a todos aquellos que no confiaban en vos. Eran muy pocos pero hacían mucho ruido.
Verte jugar a vos con la celeste y blanca es el orgullo más grande del mundo. Jugá para divertirte que cuando vos te divertís, no te das una idea lo que nos divertimos nosotros" le escribió un jóven Enzo Fernández a él, hace 6 años. Esa carta que hoy tomó mucho mayor reconocimiento, producto de la genialidad de Hernán Casciari. Pavada de emoción sentirá el bueno de Enzo, que hoy se da el gusto de levantar el trofeo más lindo de todos con él, el mejor jugador de todos los tiempos.
En plena época de fiestas, los futboleros no podemos estar más felices. El fútbol se ha transformado en un lugar más justo. Este deporte, tan cruel como maravilloso, te devolvió una pequeña porción de lo que vos nos venís regalando hace más de 15 años. Gracias por tu perseverancia y tu ejemplo. Tu alegría es la nuestra. Nos hiciste hermosamente felices a todos, desde el pibe de 3 años hasta el viejo de 75, y a mi, que nací en 1986 y nunca había podido disfrutar de esta alegría inolvidable. Gracias por volver, gracias por tu ejemplo de lucha y perseverancia.