La cultura popular latinoamericana puede ser tanto un inventario infinito de textos y prácticas como un espacio –igualmente infinito– de conflictos y luchas. Y, posiblemente, sea ambos a la vez. Tiene la antigüedad del subcontinente: se carga de los sonidos del pasado y se actualiza y tensiona en cada recodo del presente. Desde mediados del siglo XX hasta nuestros días, se cruza y se alimenta con y de la cultura de masas: la prensa, la radio, el cine, la TV, las nuevas formas de lo virtual y la digitalización. La cultura popular es, así, el lugar donde leer las jerarquías y las relaciones de poder: donde leer los eternos conflictos entre el control y la resistencia, la disciplina y la revuelta; donde leer los pliegues de las disputas raciales, de género, territoriales y clasistas, por separado o en las incontables alianzas que pueden producir.
Y el estudio de esa cultura popular latinoamericana tiene una historia tan rica como compleja, por lo menos desde mediados del siglo pasado. Con un clímax importante en las transiciones democráticas, esfumado en los noventa, revitalizado en nuestro nuevo siglo –en el encuentro de los nuevos populismos con la explosión de la cultura de masas electrónica y digital–. Esta colección pretende recuperar esa historia y actualizarla en el presente: responder a las preguntas que la cultura popular nos sigue planteando en nuestros tiempos; las preguntas de siempre, pero renovadas, las novedosas, pero ancladas en las tradiciones del pasado. Los viejos y los nuevos objetos: la televisión, el deporte, la música, la raza, la danza, el periodismo y las redes sociales, entre tantos otros. (...)
Invenciones y gauchos
La Argentina, como todos, es un país inventado. Como toda América, en la ficción de su “descubrimiento” y en la violencia de su conquista y ocupación; pero también, en una nominación que supone, imaginariamente, un territorio de riquezas y solo las encuentra en el bautismo: “tierra de la plata”. Y además, en su dificultosa construcción como Estado moderno durante el siglo XIX, la Argentina es objeto ya no de una, sino de varias invenciones: las guerras civiles que marcan la historia entre 1810 y 1880 no son solo intercambios bélicos, sino también furiosas y encontradas batallas discursivas donde se dirime una hegemonía; lo que las guerras deciden, finalmente, es la capacidad de un sector para imponer de manera definitiva un sentido a toda la Nación. (... )
La respuesta de las clases dominantes frente a la crisis identitaria y política que implicó la inmigración masiva fue la asimilación y el modelo del melting pot: “Aunque no sin conflictos, el Estado argentino fue sumamente eficaz en su compulsión asimilacionista”. Y la eficacia residió en dos mecanismos: la escuela pública, por un lado, como aparato fundamental del Estado, se convirtió en el principal agente de construcción de esta nueva identidad entre los sectores populares. Lejos estamos de suponer que la imposición de este relato hegemónico fue el único resultado de la escuela pública argentina. También fue un magnífico agente modernizador, en la rápida alfabetización de las clases populares y en la movilidad social que generó. Incluso, buena parte del éxito de la fundación mitológica de la nacionalidad entre esos sectores radica en el elevado prestigio que la escuela adquirió entre ellos. El segundo mecanismo fue una temprana industria cultural favorecida por la modernización tecnológica argentina de comienzos de siglo y por la urbanización acelerada que, sumada a la creciente alfabetización de las clases populares, construyó un público de masas ya en los primeros años del siglo XX. En esa cultura de masas, primero gráfica y desde 1920 también radial y cinematográfica, la narración de la identidad nacional encontró un amplio y eficaz territorio donde manifestarse. A pesar de su carácter privado –el Estado no intervendrá en la política de medios hasta los años cuarenta–, la cultura de masas participa de los relatos hegemónicos, especialmente en torno del peso de la mitología gauchesca. (...)
Los mecanismos del primer nacionalismo deportivo
Ese proceso de construcción de un primer nacionalismo deportivo, como describe Eduardo Archetti, recorre distintos caminos.
a. Necesita de ritos de pasaje: si lo nacional se construye también en el fútbol, hay que explicar el tránsito de la invención inglesa a la criollización –tránsito que se resuelve, en la explicación de los periodistas deportivos, en el mito del melting pot y en la naturalización de un proceso que combina lo cultural, lo económico y lo social–. Para Borocotó, el mate y el asado transforman inmigrantes laboriosos en criollos auténticos... y en jugadores nacionales con apellidos italianos.
b. Necesita del éxito deportivo que vuelva eficaz la representación de lo nacional, porque sin éxito deportivo no hay nacionalismo que valga: allí están la gira europea de Boca Juniors en 1925, la medalla de plata en las Olimpíadas de Amsterdam de 1928, el subcampeonato mundial de 1930 en Uruguay.
c. Necesita de los héroes que soporten la épica de la fundación: los jugadores Tesorieri, Monti, Orsi, Seoane, por señalar solo algunos. Hacia 1950, cuando esta etapa de heroización mitológica está concluida (...), puede verse su puesta en acto. En la película Con los mismos colores, de Carlos Torres Ríos con guión de Borocotó, dos espectadores de un partido de fútbol señalan la presencia del exarquero de Boca Juniors y la Selección argentina, Américo Tesoriere o Tesorieri. “¡Qué arquero!”, comentan nostálgicos, y narran algunas de sus hazañas, especialmente su condición de arquero invicto del Campeonato Sudamericano de 1925 contra los uruguayos en el mismísimo Montevideo, para luego ser llevado en andas por los mismos uruguayos, admirados de la proeza. Todo el funcionamiento del héroe deportivo está aquí presente: el perfil de prócer (la cámara toma un plano medio en tres cuartos de perfil, mirando hacia el futuro “a la derecha”); el reconocimiento comunitario; la narrativa a través de la hazaña; la legitimidad brindada por el enemigo; la representación de la patria. Se puede agregar que el guionista del film, Borocotó, es a la vez uno de los principales inventores de esta narrativa heroica, con lo que la operación mitificadora se vuelve un círculo vicioso: “inventar” un héroe será luego constatar o postular la eficacia de la invención.
d. Necesita de una práctica y un relato de diferenciación: y este es el estilo de juego, más narrado que vivido, pero de una gran capacidad productora de sentido. La idea de un estilo criollo, que combina distintos elementos tácticos con prácticas individuales originales, se une con la fundación de ciertos lugares míticos, como el potrero, y figuras populares, como el pibe. Pero cierta evidencia señala que esta construcción imaginaria trabaja de manera extendida en la nueva sociedad urbana: ya en 1919, el primer número de la revista infantil Billiken presenta en su tapa la figura de “El campeón de la temporada”, la imagen de un niño con vestimenta futbolística, desgreñado, con las huellas de una ardorosa batalla –un pibe–; todo lo contrario a la imagen “oficial” de un niñito pulcro, obediente y escolarizado que es hegemónica en esos años (y por muchos más). De manera larvada, las imágenes alternativas y a la vez complementarias con los discursos de las clases dirigentes circulaban por los medios. De manera incluso contradictoria: la empresa editora de Billiken, que también lo es de El Gráfico, la Editorial Atlántida, responde a los sectores más conservadores y católicos de la sociedad argentina.
Esa capacidad significativa de la invención del estilo criollo de juego, la nuestra, funciona especialmente en espejo, en la comparación con el otro y la atención a la mirada del otro.
Se podría concebir un estilo particular de jugar al fútbol como algo totalmente imaginario pero, en general, el estilo se desarrolla a través de la comparación con otros estilos de juego (...) Sin embargo, en los quince años que van de 1913 hasta 1928 la transformación desde el estilo británico hasta el criollo fue un proceso gradual. En esta transformación, la mirada del “otro distante”, los europeos, y del “otro cercano”, los uruguayos, será importante.
La construcción de ese estilo incorpora a los hijos de los inmigrantes no británicos, excluyendo a estos últimos; por el contrario, el británico será un otro significante: “Creo que El Gráfico también contribuyó a definir, de esta manera, en el campo del deporte, a los británicos como el otro relevante para los argentinos”. (...)
Y entonces, Messi: el héroe futbolístico, la mudez y el aguante
Hace casi veinte años afirmé, en un artículo que envié a una revista académica británica, que Maradona era una de las figuras más conocidas del mundo. Un anónimo evaluador norteamericano contestó que él no lo conocía.
En cambio, en un capítulo de la serie A Gifted Man, producida por Jonathan Demme para la CBS, un niño latino paciente del Dr. Holt (Patrick Wilson) muestra temor antes de una cirugía importante. El Dr. Holt intenta calmarlo:
—¿Quién es tu deportista favorito?
—Messi.
—Bien, este doctor es el Messi de los cirujanos.
Como el Dr. Holt, mi evaluador no podría alegar hoy desconocer a Messi. A diferencia de Maradona –o de Pelé, o de Eusebio, o de Garrincha, o incluso de Johann Cruyff, los héroes futbolísticos de la modernidad–, los héroes futbolísticos contemporáneos pueden ser héroes, pero no pueden ser nacionales. Desprovistos de toda épica, son magníficas figuras del espectáculo, por lo que necesariamente se vuelven actores globales, desterritorializados o con una re-territorialización marcada por su club local –inevitablemente europeo, aunque en un futuro no muy lejano puedan ser también chinos–.
En consecuencia, los héroes futbolísticos contemporáneos, figuras claves del relato nacionalista, no pueden ser hoy patrimonializados por un Estado nacional, porque están sujetos a la lógica mercantil del espectáculo global y de la industria cultural –que el Estado nacional no puede, ni desea, transformar–. Así como las transmisiones televisivas del deporte solo pueden ser capturadas por el Estado como mercancía aunque estatizada, no como patrimonio democrático de la ciudadanía, los nuevos héroes son inclusive inmunes a esa estatización –no hay Estado que pueda pagarla, ni club que pueda usufructuarla–.
La figura de Messi debe ser analizada en ese marco. Porque juega simultáneamente en dos relatos: el patriótico –la posibilidad renovada de un héroe nacional– y el global –la estrella espectacular–. La revista Time, en su número de enero de 2012, presentó esa simultaneidad como tensión en su tapa: “King Leo: Lionel Messi is the best football player in the world, possibly of all time. So why won´t his countrymen love him? [Rey Leo: Lionel Messi es el mejor futbolista del mundo, posiblemente de todos los tiempos. Entonces, ¿por qué sus compatriotas no lo aman?]”. Cualquier respuesta implicaría asumir la afirmación como válida, validez que debe ser discutida. En primer lugar, por el género: no sabemos si las mujeres argentinas no lo aman ya. En segundo lugar, porque las presentaciones de Messi en juegos disputados en el interior de la Argentina revelaban que su figura estaba creciendo en estima entre los hinchas provincianos: compatriotas, aquí, funcionaría más bien como hinchas fanáticos porteños. En Rosario, por ejemplo, los hinchas decidieron privilegiar su condición de nativo de la ciudad por sobre cualquier otra consideración moral o futbolística. Lo que Messi no puede ser, sin embargo, es una repetición de Maradona: y ese es el marco inmediato de interpretación. Porque lo que el relato heroico del deporte argentino espera de él es esa repetición: el héroe plebeyo nacional-popular que lleva la patria a la victoria.
Como ya hemos señalado, esa repetición es imposible por varias razones: en primer lugar, de clase, porque Messi no es un plebeyo ni puede fingir serlo “no hay hambre ni pobreza en su historia”. En segundo lugar, históricas: porque, aunque jugara contra Inglaterra y convirtiera cuarenta y tres goles, eso jamás ocurrirá cuatro años después de una guerra. En tercer lugar, políticas: porque una ficticia construcción nacional-popular (que Messi vuelve imposible, porque no da el tipo) no ocurriría en contraste con un relato nacional-popular ausente –como Maradona–, sino justamente en su apogeo–el ciclo kirchnerista es precisamente nacional-popular–. En cuarto lugar, deportivas: si bien su calidad futbolística es igualmente excepcional (si no más), su formación está organizada en torno del famoso tratamiento para el crecimiento corporal que recibiera en Barcelona desde sus catorce años, lo que lo sustrae de la épica del potrero y la escuelita –los lugares clásicos de la formación del futbolista argentino, el pibe que analizara Archetti –para impregnarlo de la lógica de la fábrica europea, la Masía–, la escuela catalana, puro control y disciplina, lo que redunda en la clausura de ese relato. Y finalmente, razones ampliamente morales: Messi no es carismático, limita su exhibición al guión que el espectáculo global le reclama –un guión abundante, por cierto, pero minuciosamente previsible y previsto–, casi no habla: cuando habla, lo hace con el cuerpo, estrictamente en el juego. Messi es mudo, es un perro, como diría brillantemente Hernán Casciari: y los perros no hablan ni se vuelven símbolos nacionales.
En resumen: de todas las condiciones de mito que Maradona presentaba, Messi tiene solo una. Nada menos que la condición excepcional de su juego: pero eso es ampliamente suficiente para hablar de fútbol, y bastante insuficiente para hablar de mitos nacionalistas y narrativas patrióticas. Messi, entonces, desprovisto de los desgarramientos y los conflictos –y de la condición plebeya, radicalmente popular– de un Maradona, no puede, pudo ni podrá articular ese relato deportivo de la patria. Aunque hubiese ganado la Copa del Mundo, aunque hubiera –traído la Copa– después de convertir treinta y siete goles, cinco de ellos épicos, nunca será otra cosa que un buen chico. Pero nunca un pibe. Messi es irreductible a la lógica del aguante, a la épica de los huevos y el corazón; por eso, porque la cultura futbolística argentina precisa siempre un héroe que funcione en esa serie, el desempeño en la Copa del Mundo de 2014 encontró a Mascherano, una suerte de Maradona de segundo grado. El pobre Mascherano, un jugador excepcional, un centrojás como mandaba la tradición argentina, se vio reducido a un esforzado gritón que pone todo y se rompe todo, un sorpresivo modelo moral. De su inteligencia táctica y su destreza nadie se preocupó en hablar. Para la reinvención de los mitos nacional-populares no sirven más los jugadores excepcionales.
☛ Título: Fútbol y patria
☛ Autor: Pablo Alabarces
☛ Editorial: Prometeo
Datos sobre el autor
Pablo Alabarces nació el 4 de noviembre de 1961 en Liniers, Buenos Aires.
Es un escritor y sociólogo argentino, licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Realizó un doctorado en la Universidad de Brighton.
Es profesor en la UBA, la Universidad Nacional de La Plata y otras universidades, y es investigador principal del Conicet.
Ha publicado, en el rol de compilador, coautor o autor, doce libros, entre ellos, Cuestión de pelotas; Deporte y sociedad; Peligro de gol. Estudios sobre deporte y sociedad en América Latina; Fútbol y Patria y Peronistas, populistas y plebeyos.