OPINIóN
Fenómeno cultural

Malvinas, la guerra

Malvinas bombardeos 20220613
1 de mayo, en el contexto de la Guerra de las Malvinas, aviones británicos llevan a cabo bombardeos en dos pistas de aterrizaje cercanas a Port Stanley, la capital de las Islas Malvinas, que se encuentran actualmente ocupadas por fuerzas argentinas. 1982. | Twitter @dariodepaz_4ESO

La guerra es un hecho de la cultura. No me refiero a las guerras culturales o las guerras en la cultura sino al teatro de operaciones mismo como fenómeno cultural con sus modalidades técnicas, legales, estéticas. La guerra está al límite con la noción de ciudad, civilización, ciudadanía. Tiene lugar en su borde, en el margen. Pero sus actores son sujetos que se forman con las reglas de cultura de una “polis” determinada. Una técnica, un conjunto de dispositivos que disciplinan las palabras, las imágenes, delimitan las afecciones que estos provocan. La vinculación es emotiva, no solo racional. De modo que el esquema de poder, su pedagogía militar, jurídica, pero también civil, construye un tipo de sujeto, un “guerrero”, un “luchador”, un “reivindicador”. Así se escribe el “hasta la victoria” a modo de religión cuyo día después es siempre el de la resurrección, es decir, un tiempo sagrado donde el muerto renace como cuerpo y reina.

La guerra requiere de una declaración para inaugurarla; la declaración se edifica desde una educación sentimental. “Los argentinos no saben qué es una guerra” es una frase que recorre el tránsito de afectos cotidianos. El sintagma tendría que detenerse en el verbo: no saber, y en el sujeto: los argentinos. Ahora bien, ¿quiénes son los argentinos? Aquellos descendientes de las persecuciones, aquellos herederos de los traumas de las guerras mundiales, de la Shoá, de la Guerra Civil Española, del genocidio armenio, de la desintegración del Imperio Otomano y del hostigamiento a las minorías sirias, libanesas, griegas. Entonces nos centramos en el verbo saber en su acepción negativa. Esos ascendientes que llegaron “sabiendo” transmiten un silencio y un dolor tal que provocan como legado un querer no saber.

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“Fechas, cuentos, caras y voces y nombres de los que fueron: todo se olvida. Nada se puede saber bien. Saber, abajo, apenas se sabía lo que cada uno debía hacer. Y eso era por las órdenes… Seguro a vos alguna vez habrán estado a punto de boletearte, fuiste preso, tuviste dolores en una muela o se te murió tu viejo. Entonces, vos, por eso, te pensás que sabés. Pero vos no sabés. Vos no sabés”, escribe Fogwill en Los pichiciegos, una novela picaresca sobre la Guerra de Malvinas, una antinovela, antiheroica. La sordidez, la astucia, los engaños y las trampas anidan en la intriga de un relato cuyo héroe, el pícaro, busca revelar la farsa.

“Pero pelear, pelar, en realidad, nadie sabía. El Ejército toma soldados buenos, les enseña más o menos a tirar, a correr, a limpiar el equipo, y con suerte les enseña a clavar bien la bayoneta, y viene la guerra y te enterás de que se pelea de noche, con radios, radar, y que lo único que vos sabés hacer bien, que es correr, no se puede llevar a la práctica porque atrás tuyo, los de tu propio regimiento habían estado colocando minas”. “Correr es lo único que sabés”, lo que saben los perseguidos, los huidos; no pelear, como si eso no fuera también fabricado por alguna narrativa. La Constitución Nacional, no aquella ley fundamental promulgada por el poder constituyente, sino la retórica que genera un lazo social y, por lo tanto, afectivo, construye historias bajo esas huellas picarescas: El Martín Fierro, Don Segundo Sombra, El juguete rabioso, donde la miseria, la farsa y la vanidad juegan un rol tan esencial que terminan siendo el personaje detrás del personaje.

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Los soldados no fueron recibidos por la sociedad al volver de la guerra. Fueron nombrados como “excombatientes”: allí, en ese apelativo, se alude al pasado como conformación de una sustancia. Ya no eran. Cuando pisaban el continente se convertían en excombatientes porque en el país los argentinos no saben qué es la guerra. Respuesta a una ficcionalización, a la escena estratégica edificada por la industria cultural. Entonces, la imposibilidad de recibirlos es la imposibilidad de sostenerse en otro mito, otra leyenda que ubique un penetrar, un concebir lo inconcebible. “La guerra tiene eso, te da tiempo, aprendés más, entendés más… Si entendés te salvás, si no, no volvés de la guerra. Yo no sé si volvemos”.

Algunos volvieron; pero es la sociedad en su conjunto la que sigue sin saber, aquella que no volvió y sigue corriendo.

*Escritora. Autora de La guerra es un verbo.