OPINIóN
Análisis

Pensamiento científico y censura

Una sociedad en la cual se generaliza que lo disruptivo, polémico o peligroso no puede debatirse, tarde o temprano puede facilitar un régimen en el que tampoco se pueda pensar libremente.

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Dimitris Vetsikas / Pixabay | Dimitris Vetsikas / Pixabay

¡Sapere Aude! (¡Atrévete a saber!) exclamaba Immanuel Kant en pleno Siglo XVIII contagiado del intrépido espíritu del iluminismo que se había ya arraigado con fuerza en Francia e Inglaterra y aún no todavía en su dogmática Prusia.

Probablemente sea muy difícil destacar en su justa medida, en pleno Siglo XXI, lo revolucionario que fue para la humanidad que pensadores de la talla de Kant hayan consolidado y propagado ese clima reinante en su tiempo, con el ideal científico de la razón como mascarón de proa, que dio paso luego al advenimiento del desarrollo humano más vertiginoso del que se tenga registro.

Aun así, a pesar del desafío que implica dimensionar hoy día, donde la ciencia y la técnica imperan, la proeza que significó en aquel tiempo la actitud emprendida por tantas mujeres y hombres, existen ciertas aristas espinosas que en el último tiempo parecen invitarnos a revalorizar aquellos aciertos y reflexionar de modo equivalente, sobre en qué pilares debiéramos seguir asentando nuestro presente si aspiramos a incrementar dicha prosperidad en el futuro.

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Al respecto, en los últimos meses se produjo un generoso y vehemente debate en torno a la aplicación de medidas preventivas en algunas redes sociales, orientadas a impedir que ciertos mensajes con contenido polémico se propagasen y que, por tanto, se pusiese en riesgo el orden público en general y en algunos casos, la salud de la ciudadanía en particular. Lo que en un comienzo implicó meramente la inclusión de señales de advertencia, evolucionó finalmente en acciones concretas por parte de las plataformas virtuales, como por caso la cancelación de la cuenta de Donald Trump en la red del pequeño pajarito azul. Acompañando aquella medida, varias empresas se asociaron para impedir tecnológicamente que sus competidoras (por caso la red Parler) brindase al hoy expresidente norteamericano de una especie de derecho a réplica virtual.

Esta breve reflexión no apunta, sin embargo, a sumarse a dicha polémica, no porque la misma no resulte sumamente rica en aspectos filosóficos y políticos aún en debate, sino porque la intención es poder abordar la cuestión desde una perspectiva aún no tan explorada. Y con tal me refiero a la del empoderamiento personal.

Así como lo saben los psicólogos, también lo experimentan los padres conforme sus hijos se enfrentan al mundo: sobreproteger permite acercarse asintóticamente a una exactitud del cuidado, pero al mismo tiempo, como otras cosas propias de la vida, tiene el efecto no deseado de desempoderar. Cuanto más se aísla a un niño de las posibilidades de correr riesgos, éste a su vez adquiere cada día menos herramientas para lidiar con ellos. El mundo de los adultos, sin embargo, tampoco es muy diferente. También sobre éstos el mecanismo funciona del mismo modo: cuánto más se busca protegerlos, más dependientes de esa protección se vuelven.

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Al mismo tiempo, gran parte del debate antedicho tuvo que ver con la palabra “censura”, vocablo que solía aplicarse de forma rigurosa a la acción de los gobiernos y que hoy también se debate si su sentido no debiera extenderse a hechos ejercidos por privados, como los que comentaba anteriormente. En tal sentido, este tipo de uso del poder tecnológico debiera revisarse a la luz de su impacto general y no solo desde sus efectos sobre un particular, por caso Donald Trump o cualquier otro. Una sociedad en la cual se generaliza que lo disruptivo, polémico o peligroso no puede debatirse, tarde o temprano puede facilitar un régimen en el que tampoco se pueda pensar libremente. Justamente lo contrario a la histórica proclama kantiana con la que daba pie a esta reflexión.

Por tanto, si la sobreprotección favorece el desempoderamiento al mismo tiempo que la censura habilita el ejercicio de la arbitrariedad y facilita el dogmatismo, ¿qué podríamos hacer para que la sociedad quede a resguardo del enorme impacto que tienen las redes sociales con su diversidad de mensajes y consignas hoy día?

En gran medida, el movimiento iluminista asentó sus bases sobre los cimientos construidos por el humanismo de los Siglos XIV y XV. En su esencia, esta corriente de pensamiento volvió sus ojos sobre el hombre, abandonando el pesimismo sobre su esencia y revalorizando su capacidad intelectual, artística y científica. Justamente es en este sentido que mi sugerencia pasa por retomar la senda que nos trajo a este presente lleno de oportunidades y que por tanto volvamos a confiar en la capacidad de discernimiento de todos aquellos que conforman la ciudadanía global en la que nos hallamos insertos hoy y, para tal, qué mejor que fortalecer nuestros planes de estudio con más herramientas provenientes del campo científico.

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Por tanto, considero que no existe mayor vacuna contra la influencia negativa que pueden tener los intentos de desinformación malintencionada y los llamados al odio, al racismo o a la discriminación, entre otros posibles males provenientes del fenómeno virtual, que una inversión creciente en nuestras curriculas de materias como pensamiento científico, metodología de la investigación, epistemología o afines. Siendo como son estos campos de la enseñanza, anticuerpos efectivos que dotan a nuestros niños y jóvenes de la capacidad para juzgar por sí mismos la información que llega, y empoderándolos así en cada caso que su intelecto es desafiado.

Kant nos invitó a atrevernos a saber. El mundo de hoy nos interpela al punto de sugerirnos la perentoria osadía de combinar todo eso que hemos aprendido, con mejores reglas de convivencia que nos conduzcan hacia mayor libertad, responsabilidad y cooperación en la que es hoy una gran aldea global, sin pasar por tentadores atajos que por momentos tienen el viso de los autoritarismos de antaño.