OPINIóN

Las trincheras que nos toca defender

Argentina tiene su propia batalla interna, civil y cultural, entre los que nos identificamos con los valores democráticos y republicanos, y aquellos que se acomodan detrás de un intento de régimen autocrático y populista, régimen que ostenta el poder por al menos el próximo año y medio.

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UKRAINE-RUSSIA-CONFLICT-DIPLOMACY-CHILDREN | AFP

La enfermera de Sri Lanka

En el 2016 conocí a Ana en el “Sarat at Toria”, un eco-resort muy paquete ubicado a orillas del río Ken, en la provincia de Madhya Pradesh, casi en el centro geográfico de la India.

Ana tenía entonces 95 años y era la madre de la dueña del resort, una inglesa ambientalista casada con Dr. Raghu, el zoólogo mundialmente conocido por ser el científico con más entendimiento acerca del Leopardo de las nieves, criatura casi mítica que habita en los Himalayas.

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Una tarde, en la terraza del casco principal, entre Earl Greys y scons caseros, Ana, inglesa de pura cepa, hermosas facciones, lúcida y conversadora con la chispa en sus ojos de una adolescente, me contó su historia de vida. Por obvias razones, la Segunda Guerra Mundial fue un capítulo que elegimos destacar.

El populismo argentino: Juan Perón, Cristina Fernández y Mauricio Macri

En 1940 tenía 19 años y estudiaba para maestra en su pueblito a las afueras de Liverpool, cuando de repente irrumpió la guerra. Como tantos otros ciudadanos de aquella nación, y de aquel rango etario, sintió la fervorosa necesidad de enrolarse en el ejército y ponerse a disposición de su país para combatir las amenazas que se cernían en el escenario mundial desde las mesas de estrategia militar en Berlín. De improvisto y por circunstancias fuera de su control y lejos de sus planes, Ana apareció en Sri Lanka, a miles de kilómetros de sus sueños y proyectos domésticos, medicando y conteniendo a soldados heridos en los campos de batalla del Pacífico.

Ser enfermera y apoyar a su país desde la otra punta del globo -de la manera que lo hizo- no estaba en sus planes; no era parte de su vocación original, ni se lo hubiese imaginado jamás. Pero cuando recibió el llamado, no lo dudó un segundo y allá fue, a cumplir con su parte en el gran teatro de la Segunda Guerra, choque de fuerzas mundiales que cambiaría los paradigmas de nuestra Historia para siempre.

Al granjero francés, a la florista polaca, al colectivero danés y al médico irlandés les pasó lo mismo: se vieron obligados a dejar de hacer lo que estaban haciendo para ir a las trincheras, para frenar la embestida de la “bestia nazi”, para mantener los valores y principios con los que se habían criado, los cuales desaparecerían en una nube de “supremacía aria” si ellos y el resto de la ciudadanía evitaban el conflicto sometiéndose al invasor o, peor, fugándose a tierras más tranquilas.

Significante autocrático

Should I stay or should I go

Algo parecido está ocurriendo en nuestro país, salvando las distancias. No estamos en guerra. Ucrania está en guerra (con el asesino de Putin y sus patéticos secuaces), Siria y Sudán están en guerra. Pero existen muchos tipos de guerras y no todas son militares, con bombas y tanques. Algunas batallas, la mayoría al fin de cuentas, son batallas culturales; enfrentamientos entre ideas, principios, valores y maneras de ver el mundo. Y de actuar en consecuencia.

Argentina tiene sus propias trincheras, su propia batalla interna -civil y cultural- entre los que nos identificamos con los valores democráticos y republicanos, y aquellos que se acomodan detrás de un intento de régimen autocrático y populista, régimen que ostenta el poder por al menos el próximo año y medio. Tan simple y tan complejo a la vez.

Una de las consecuencias más evidentes de esta realidad es lo que llamamos “fuga de talentos”. Una masa crítica de jóvenes -y no tanto- con capacidades variadas que deciden buscar mejores horizontes y oportunidades en el exterior.     

 

Algunas batallas, la mayoría al fin de cuentas, son batallas culturales; enfrentamientos entre ideas, principios, valores y maneras de ver el mundo.

 

Personalmente, con mucha empatía y humildad, invito a reflexionar sobre este tema. Hablo desde la experiencia. En mis 44 años de vida, viajé 4 veces al exterior por un período mayor al año. Primero fue a Australia y Nueva Zelanda, después (en dos viajes distintos) viví en varios países de Europa, y durante todo el 2016 (y parte del 17) documenté culturas en vías de extinción en India, Tailandia y Birmania.

Ninguno de estos viajes fue pensado para quedarme y echar raíces, pero puedo decir con cierta autoridad que conozco la experiencia del desarraigo. Aún así, solo puedo imaginar lo que se siente estar lejos de los tuyos por años sin perspectiva de volver siquiera a visitarlos (gracias, dioses del silicio, por la existencia de Skype, Whatsapp y ahora también Zoom para hacer de la nostalgia un ejercicio con descansos en formato de video-llamada).

Con este extenso preludio, quisiera hacer un llamado a mis conciudadanos para que redoblen sus procesos internos de resolución antes de decidirse rotundamente a dejar el país en busca de esos nuevos horizontes. Y lo haré desde dos argumentos complementarios:

  1. El desarraigo es muy doloroso y volver después de cierto tiempo es igual de traumático, engorroso y atenta contra la reinserción del individuo en el ecosistema social y laboral que siguió evolucionando.
  2. Necesitamos librepensadores en las trincheras democráticas y republicanas de este campo de batalla entablado en la arena civil, política y cultural de nuestra Patria. 

Reconstruir la democracia

Literalmente escribí este artículo con el tema Should I stay or should I go de fondo. Mi forma de hacer honor al tema, y al mismo tiempo homenajear a The Clash, ya que estamos.

Aquí no estamos juzgando al que se va; tan solo estamos celebrando al que se queda. Por ello, se hacen aquí necesarias algunas aclaraciones. Como me dijo un amigo cuando le mostré el texto de este artículo: Hay una formación cultural de las personas en el desarrollo de sus vidas. Yo digo que se forman “ciudadanos del mundo” a través de una educación buena, en general bilingüe. Cuando estos ciudadanos se encuentran con el país que tenemos, frente a un mundo que ofrece oportunidades, es difícil decir que no.

Hay más de un tipo de personas que emigran:

  1. Los que trabajan en una empresa multinacional: imposible pedirles que se queden. Es tradición en ellas que la gente rote, y al ser la Argentina un país donde estas empresas tienen un negocio pequeño, los que son buenos son invitados a irse. El que no se va, se va de la organización. Para esta gente creo, no va dirigida tu nota.
  2. Las personas decepcionadas con el país, que ven que aquí no hay futuro o el mismo es negro por no decir obscuro y deciden emigrar. No es fácil hacerlo. No es todo oro lo que reluce. También esa gente está dispuesta a hacer afuera lo que no haría adentro por miles de razones. En general son emprendedores frustrados. A ellos deberíamos apuntar como destinatarios del mensaje.

Tenemos los recursos materiales y contamos con el capital humano para poner a la Argentina en una configuración que nos ubique nuevamente en el plano del entusiasmo por el futuro. La etimología lo dice todo: entusiasmo, sentirse poseído por un dios.

Interseccionalidad, valores republicanos y despedida

Con esta nota pretendo dar un mensaje a todos los argentinos que se quedan para que resistan en las trincheras de nuestro País; para que se sumen a la batalla cultural y cívica que (se ve que) seguimos heredando de nuestros próceres, hombres y mujeres con sueños de libertad, con talento para crear cosas nuevas, con la energía para pasar de la idea al hecho.

 

Y siempre, siempre, siempre, con principios éticos, morales y republicanos.