OPINIóN
Análisis

Nos esperan 20 años de descontento político, estupidez estructural y gobiernos débiles: gritos del malestar social

La ausencia de una realidad compartida y un lenguaje en común acelerará la fragmentación social en contexto de tensión política, guerra cultural y restricción económica.

Estudio del retrato del Papa Inocencio X de Velázquez, de 1953, de Francis Bacon
Estudio del retrato del Papa Inocencio X de Velázquez, de 1953, de Francis Bacon. | Cedoc

“Es más fácil construir un niño fuerte que reparar a una persona rota. Una vez completamente rota, quién podrá reparar el daño?”. 
Frederick Douglass, Mi esclavitud y mi libertad
(*), 1855.

1. La certeza del sol negro

En un mundo en guerra, con crisis superpuestas y aceleradas, quizás haya una certeza inicial: el horizonte trae décadas de descontento social con la clase política (y, por ende, contra la clase empresarial, religiosa, intelectual, sindical, etc.) incapaz de construir una idea de comunidad, con estabilidad económica y leyes previsibles, empecinada en guerras fratricidas y proyectos cortoplacistas impotentes. En ese contexto, los niveles de irracionalidad política serán muy altos y las capacidades estatales estarán degradadas, por incompetencia de sus gestores, por falta de pensamiento estratégico de decisores o por la privatización de la acción pública, lo que generará liderazgos fallidos y gobiernos en extremo frágiles y estructuralmente débiles.

En el mejor de los escenarios —de nuestro multiverso de la locura social— los gobiernos estarán en crisis con cierta fortaleza estatal recibiendo constantes demandas por sobre sus capacidades de respuesta, en jaque por parte de corporaciones que quieren ocupar sus lugares y con ataques sociales hacia su accionar sobre la cosa pública. En el peor de los casos, los gobiernos no podrán entender por qué los reclamos sociales —algunos muy serios e importantes, otros infantiles y generados por el pánico moral y la indignación colectiva producto de campañas de desinformación cruzadas (como con las del Covid, antivacunas y otras teorías conspirativas delirantes por venir)— están provocando el espiral descendente hacia el malestar social crítico insostenible y fomentando la organización de acciones directas, patrullas de choque y movilización política antisistema, que posiblemente generen violencias políticas, violación de derechos y contribuyan al caos social real y más profundo. 

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Estudio del retrato del Papa Inocencio X de Velázquez, de Francis Bacon.
Estudio del retrato del Papa Inocencio X de Velázquez, de Francis Bacon.

Un proceso participativo de autodestrucción colectiva, de acciones sociales demenciales, donde, en primer lugar, la ciudadanía participa activamente en la destrucción de su propia estabilidad mental (incentivada por un multifactorial impacto de diferente formas de dispositivos y plataformas de extracción de datos llamadas redes sociales). En segundo lugar, alimenta el colapso de sus lazos sociales cercanos producto de guerras culturales superficiales. Y en tercer lugar, donde esa desintegración invita a la autogestión de las defensas sociales tribales que provocan violencias reales y concretas que repiten el ciclo de inducciones a la psicosis colectiva, debilitar más los lazos reales comunitarios y retroalimentar violencias de las tribus identitarias. Un coliseo romano, un show de violencia y crueldad social como plaza pública. Una purga de 365 días. Las cazas de brujas y las purgas sociales, antes de ser material de ficciones para libros, películas y series, fueron procesos sociales históricos creados por formas de sugestión de masas.

En el año 2020 se pudo observar procesos como los analizados más arriba en Estados Unidos. En Minneapolis, Portland, Seattle, entres otras ciudades, fue el prólogo de lo que en última instancia después se observó con el ataque al capitolio del 6 de Enero del 2021. Teorías conspirativas por derecha y por izquierda incentivando violencia real y concreta. Las fabulaciones virtuales generan daños reales en la sociedad y palpables en la salud mental colectiva. Hoy ese pánico moral cruza diferentes temas e instituciones educativas (desde teoría crítica de la raza hasta educación sexual). Prohibición de libros en varios Estados de EEUU, grupos extremistas autogestionados, universidades de élite donde la guerra entre alumnos, administración y profesores es abierta, nuevas sugestiones de masas que generan persecución, hostigamiento y conflictos con el potencial de escalar todavía más. La debilidad de la presidencia actual de los EEUU es una metáfora de la debilidad de lo público y de la capacidad estatal en los gobiernos comparados. La fortaleza vendrá con autoritarismo y crueldad institucional germinada en la propia sociedad con sus guerras culturales.

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Las sociedades pueden desintegrarse en guerras tribales y purgas integristas como en los Balcanes. Los Estados pueden perder su poder frente a factores como el narcotráfico (México por ejemplo) o las corporaciones que quieren destruir y reemplazar al Estado en el rol fundamental de proveer sus servicios básicos. En la historia hemos visto procesos similares. En Brasil, el pánico moral con el Lava Jato y el falso show de la corrupción. En el Reino Unido, la sorpresiva decisión del Brexit y sus consecuencias hoy innegables. También, más cerca en el tiempo en Ecuador, Colombia y Chile (con matices y diferencias) el odio social cruzado está provocando autolesiones colectivas, sociedades que se dañan a sí mismas.

La pandemia en 2020 generó movimientos de intensa ansiedad y confusión potenciada que llegan hasta hoy. En este 2022 vimos a Canadá declarar la emergencia nacional por su conflicto de camioneros y la crisis del campo en Holanda. Todo con una Europa y un mundo en transformación por la guerra de Ucrania y otras amenazas en el horizonte oriental. Con el tiempo esos procesos de descontento social canalizados por fuerzas políticas construyeron líderes y líneas de acción, confluyeron con gobiernos que construyeron expectativas excesivas en un mundo de impotencia, realidad líquida y restricciones económicas. Como ya ha sucedido en la historia y lo grafica Saturno en el famoso cuadro (1823) de Francisco de Goya, esos movimientos de descontento social pueden terminar devorando a sus hijos.

Debemos reconocer que estamos viviendo todo lo contrario a una época dorada del liderazgo político. El coraje de decir la verdad, pensar con profundidad, la capacidad de construir, la templanza de escuchar y la responsabilidad política son una excepción. No se encuentran líderes con compromiso ni una visión de largo alcance. La incapacidad de construir legitimidad en la autoridad constitucional invita a que la historia pendular nos traiga una etapa de nuevos autoritarismos y feudalismos. Es probable que los líderes con niveles de crueldad, cinismo, oportunismo y pasiones oscuras se eleven. Una sociedad que no educa en la responsabilidad, que no educó en la verdad (“todo es subjetivo”) y que no construyó una realidad compartida (“la verdad/realidad es lo que yo siento”), sino que dividió la sociedad en tribus con personas en extrema soledad, que buscan la euforia pero viven en la angustia, adicción y depresión, invita a recrear con nueva intensidad el caldo de cultivo para “la personalidad autoritaria” que Hannah Arendt o Theodor Adorno retrataron en los orígenes de los totalitarismos del Siglo XX.

Cualquier político profesional que piense que una buena elección hoy será prólogo a un buen gobierno, es claramente un turista en la acción pública. Mientras tanto, las elites intelectuales están segregadas en sus propias cámaras de ecos, adormecidas por sus sesgos de confirmación de clase y no ven que serán rápidamente reemplazadas por los nuevos influencers de la gleba que sembrarán la legitimidad carismática de los nuevos señores feudales. Por eso mismo, a malos gobiernos que terminan siendo castigados por su electorado por las promesas incumplidas pueden seguir gobiernos que descubren inmediatamente su incapacidad sistémica en calmar una masa con desánimo estructural acumulado por recuerdos de históricas decepciones y décadas de desilusiones. El descontento social erosionará el efímero clima electoral y la fragilidad del sistema envolverá toda gestión, incluso las esforzadas y bienintencionadas, que no reconozcan los síntomas cada vez más evidentes del malestar social constitutivo de nuestras próximas décadas. 

Protestas en Chile.
Protestas en Chile.

2. La democracia puede morir por exceso de estupidez

Toda crisis es una crisis de educación. La democracia puede morir entre la superficialidad y la estupidez estructural. La infantilización de la sociedad es un hecho diagnosticable y reversible. La cultura que vivimos actualmente está provocando problemas estructurales para salir de la distracción, la adicción a la autovalidación, el entretenimiento hasta la muerte y el hedonismo depresivo, la búsqueda de placer de corto plazo sedante que tiene diferentes forma de reforzar el vacío de sentido, la desesperación y el nihilismo generacional. Los problemas de salud mental son globales y cruzan todas las sociedades, los géneros, las edades y las clases. Las industrias tecnológicas son como la industria tabacalera en el siglo XX y su toxicidad en la salud mental personal y colectiva ya está demostrada. Necesitamos reconstruir los incentivos para el goce de largo plazo, para los esfuerzos que nos conectan con lo sublime, con la idea de comunidad diversa de esfuerzos recíprocos, con un legado sustantivo, con un aporte a los que nos sucedan y una realidad sólida para la posteridad. 

La demanda de derechos sin deberes ni obligaciones comunitarias, la adicción al goce de corto plazo, el placer de hacer daño a otros y la ausencia de responsabilidad, la práctica de humillar y cancelar en las redes sociales sin consecuencias, los ataques a la libertad de expresión en base a la impostura de una moral retrógrada, la fragilidad de una generación abandonada a la creación de su propia y cruel realidad llena de mentiras e ilusiones bobas traerá una incapacidad a la resiliencia frente a un mundo con injusticias extremas hacia las próximas generaciones. 

Hay una diferencia notable entre las generaciones de la primera y segunda guerra mundial, mujeres y hombres que querían sobrevivir guerras, fascismos (Italia/Alemania/España), Estados totalitarios y sus campos de trabajo esclavo (URSS), procesos de liberación nacional, segregaciones raciales, de clase y de género, limpiezas étnicas y combatir la opresión laboral, entre otras amenazas constantes. Todas sus expectativas serán superadas por la realidad de la posguerra con la aparición de los Estados de Bienestar y tiempos de cierta expansión de derechos. En contraste, a esta generación se le prometió, directa o indirectamente, un mundo de placeres, derechos, seguridades, paz social, progreso a nivel tecnológico, económico y social infinito. Se los fragilizó, se les sobreprotegió con mentiras, ilusiones y sesgos de confirmación que serán muy difícil deshacer. La realidad no podría ser más dura frente a sus autoengaños y expectativas. 

Una Constitución paritaria para Chile

Para millennials y centennials con ilimitadas opciones de distracción masiva, expresarse con emojis y pensar con memes nunca originales tendrá consecuencias en sus formas de relacionarse, en su falta de concentración, ética de trabajo, su capacidad de lectocomprensión y puede haber provocado una disonancia cognitiva de largo alcance con su entorno. Esta generación espera un futuro de placeres ilimitados, exacerbados por plataformas que invitan a las pasiones tristes, a envidiar, a mentir, a simular el placer mientras sufre carencias afectivas concretas, alienación, soledad y se niega cínicamente una realidad preocupante en el horizonte. El sueño de la razón tecnológica produjo monstruos de plataformas.

La traición de los adultos, de aquellos que capitalizaron la infantilización, de los que orquestaron administrativamente el saqueo del patrimonio colectivo, destruyeron la acción pública y debilitaron el Estado, que nunca dieron el ejemplo en la responsabilidad y en la obligación colectiva, que nunca educaron para contextos de catástrofes climáticas, que no pondrán el cuerpo en el futuro, que nos/los endeudaron por una fracción de poder fugaz, debe ser estudiada y debería estar en el museo de las irresponsabilidades generacionales. Regalar el sacrificio de generaciones de argentinas y argentinos y castrar el futuro de todos a cambio de un poco de poder en el presente de una elite oligárquica tan superficial como efímera es parte del teatro patético de la decadencia argentina. La actual agonía de la Argentina no está a la altura de su pasado de esfuerzos colectivos.

Estos procesos sociales serán también procesos espectaculares. Así como la guerra es un espectáculo, la decadencia social e institucional será resignificada para los ojos adictos a pantallas porque todo proceso de pasiones bajas puede ser usado para dominar a otros a través del entretenimiento, las políticas de distracción, dispersión y alienación de la atención. La distracción es lo que nos llevó al precipicio, al filo del acantilado. Lo que nos llevó a estar cayendo quizás ya cerca de las piedras.

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A esas razones les sumamos la manufacturación del disenso y la incentivación de los procesos de retraso madurativo a nivel social que se puede ver en una sociedad infantilizada, desintegrada y en extremo dividida. Entre realismos mágicos, religiones seculares y teorías conspirativas la sociedad se cree sus propias mentiras, cayendo en un autoengaño adictivo. Desde pensar que el inevitable aumento del nivel del mar se solucionará con un movimiento liderado por una adolescente nórdica hasta el tecno-optimismo que le quiere poner a todo cripto y delegar decisiones en algoritmos hace que la responsabilidad sea excepcional, que el grito primitivo le gane siempre al silencio que intenta escuchar entre tanta ruido, confusión y personas queriendo llamar la atención para autovalidarse.

Mientras minorías ruidosas, intensas, privilegiadas y confundidas adoptan la actitud que describimos más arriba, también hay mayorías silenciosas, diversas y transversales, que acumulan descontento pero tienen más raíces con sus necesidades reales, responsabilidad y sentimiento de autopreservación, al entender que sin prudencia ellas serán las primeras perjudicadas y sacrificadas. La crisis civilizatoria traerá una nueva cultura y alianzas sectoriales en respuesta a la desintegración social. Lo mejor sería que la sociedad se esté mintiendo, autoengañando. Lo peor sería que la sociedad sepa que se encamina a un suicidio colectivo, que el nihilismo sea total, que su autodestrucción sea consciente.

La selfie como síntoma de época.
A esta generación se le prometió, directa o indirectamente, un mundo de placeres

3. No se puede reconstruir una sociedad cuyas energías están concentradas en su propia autodestrucción

El sistema político Argentino, el presidencialismo alberdiano, hace tiempo dejó de ser un juego de suma cero. Es claramente de suma negativa, quien tenga más fuerzas destructivas ganará y concentrará poder, más atención política. La debilidad estatal se potenciará con los incentivos a la confrontación política. Sin líderes con responsabilidad, templanza, paciencia, coraje, disciplina y esfuerzo para reconstruir un horizonte de largo plazo no habrá sino oportunistas que quieran enriquecerse en el proceso de empobrecimiento colectivo y crueldad social. Lo que vemos cotidianamente es la desintegración de las comunidades, la incapacidad del diálogo porque no vivimos la misma realidad, no hablamos el mismo lenguaje ni compartimos el mismo sentido de la verdad, lo que invita a profundizar los incentivos a la autodegradación.

No tenemos una sistema político de constructores de puentes, instituciones, prácticas sociales republicanas y libertades de largo plazo, tenemos un juego político miope encerrado en un presidencialismo autofrustrante y suicida. El diseño institucional y la cultura política no solo es incapaz de detener la decadencia y degradación sino que, sobre todo, la acelera y empeora sustancialmente. Los que destruyen son premiados, los que construyen son castigados. El autoengaño tendrá fin con la muerte. Con esta carta de navegación, solucionando los problemas estructurales de la embarcación con parches retóricos, frente a todas los icebergs letales a evitar y las tormentas perfectas superpuestas a enfrentar, el hundimiento está garantizado y toda esperanza es una forma de vil trampa. Cambiar los incentivos hacia la cooperación sería el objetivo de una sociedad civil prudente y de una clase política responsable.

¿Millennials al poder?

La clase política a veces simula optimismo, valores, prácticas republicanas y debe renunciar a ejercer sus artes performativas. En el juego teatral de la política del sentir, el odio y el miedo ganarán siempre y cuando no haya una alianza defensiva con fuerza, impulsada con coraje y un proyecto superador. Las herramientas del odio y el miedo están en los monopolios tecnológicos educando en la crueldad a las futuras generaciones. Lo que la sociedad requiere para creer son resultados palpables y visibles, innegables y reales, real compromiso público para poder detener la violencia, la degradación y construir a largo plazo en comunidad. En caso contrario, los resultados concretos serán dados por los que quieren incentivar el odio, el resentimiento y generarán dolor con fines electorales. 

El deber es ser realistas, ni pesimistas ni optimistas, realistas ante los desafíos colectivos que no discriminan clase, género, geografías, edades, identidades políticas o cualquier otra categoría. Aunque sus efectos golpearán asimétricamente, sus consecuencias impactarán de forma transversal y lo transformarán todo. En caso de no tomar medidas institucionales, educativas, legales, tecnológicas y de cultura social para evitar la confrontación autodestructiva a perpetuidad, se puede razonablemente pensar que nos esperan 20 años de descontento político, estupidez estructural y gobiernos cada vez más débiles e incapaces ante el caos en gestación.

 

Lucas Arrimada es Profesor de Derecho Constitucional y Estudios Críticos del Derecho (UBA).

 

(*) La cita se le atribuye a Frederick Douglass en un discurso que luego fue manuscrito del libro citado y se encuentra en la web del Frederick Douglass Institute que formaron 15 Universidades de los Estados Unidos https://frederickdouglassinstitute.org/