Estamos acostumbrados a leer y escuchar dicotomías analíticas respecto de las oportunidades y los riesgos/amenazas que supone el auge de las relaciones de nuestra región con la República Popular de China y sus líderes del Partido Comunista (PCCh).
Entre la Sinofilia y la Sinofobia hay una necesidad estructural de los países en vías al desarrollo, o emergentes, y una crisis del multilateralismo tal cuál lo conocemos: el abandono de los Estados Unidos a sus Mega-Acuerdos estrella (TPP y TTIP) y la puja tecnológica y comercial que sostiene con su “enemigo”, tal cual lo señala Michael Klare.
Por estas latitudes, resulta clara la crisis económica que sufrimos la mayoría de los países, lo que esta sucediendo en Brasil, Argentina o Ecuador, pero hasta los países que iniciaron sus reformas pro-mercado varias décadas atrás (Chile, Perú o México) están lidiando con resultados poco satisfactorios y expectativas a la baja. Si se analizan los parlamentos, en prácticamente todos los países de la región ingresaron o están por ingresar reformas similares (laboral, previsional, tributaria, política o del Estado, entre otras), independientemente del nivel del desequilibrio macroeconómico que cada caso presente.
¿Hacia una etapa de desglobalización?
Ante este diagnóstico, durante la última década, China abandonó su perfil bajo en materia de Relaciones Internacionales y, desde 2013, abona por la iniciativa “la Franja y la Ruta” (OBOR, por sus siglas en inglés) en la búsqueda trimodal de sistematizar las relaciones multidimensionales necesarias para garantizar su crecimiento, justificar su ascenso como Poder central y pujar por una nueva arquitectura global con características chinas. Y en este esquema, a pesar de la lejanía, América Latina es estratégica y necesaria y sus líderes están deseosos de volver al equilibrio a través de los negocios con Asia. El único problema: las percepciones.
El ascenso de China capitalista se debe a muchos factores. El auge de China, a través de la privatización masiva y la explotación del trabajo, ha supuesto todos los costos ambientales previsibles, desigualdades e incluso reacciones violentas. Sin embargo, no es esto lo que inquieta al sinofóbico clásico, sino su “iliberalismo” que apunta específicamente a siete "amenazas" de "protección contra" en "la esfera ideológica". No ha escapado a la atención de los medios de comunicación occidentales, porque los elementos nombrados incluyen el "constitucionalismo occidental", la "idea occidental del periodismo" y el neoliberalismo económico".
La aseguradora más grande de China llega a la Argentina
Lo cierto es que es altamente improbable que China en el futuro previsible complete una transición imaginaria actual para convertirse en una sociedad y democracia liberal y multipartidaria. Las condiciones históricas no están ahí. Pero el argumento aquí es que el iliberalismo chino tiene aspectos positivos, complejos y ambivalentes, como afirmar y preservar la "diferencia" o particularidad de los chinos, por ejemplo, contra las hostilidades occidentales.
Por estos motivos, la convergencia del seductor punto focal entre negocios crecientes y diversidad respetada necesita del despliegue lento, pero pesistente, de un Soft Power a la medida de la tarea: en este sentido la discusión académica y mediática respecto de lo positivo o negativo de las relaciones con China respeta la máxima “any publicity is good publicity”.
PM/MC