OPINIóN
Cambio climático

Mejor sería un pacto "ecosocial"

Aunque los ojos del mundo estén puestos en la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, nada parece tener efecto en los planes de la dirigencia política nacional.

sequia cambio climatico
La sequía afectó a numerosas zonas de Asia y el Pacífico en 2019 y las condiciones de sequía prolongada siguieron en el este de Australia desde 2017 y 2018 y se intensificaron en 2019. | AFP

Una simple búsqueda en internet permite dar cuenta que la idea del pacto social propuesta por Alberto Fernández ha hecho un fuerte eco en los principales medios del país. Allí, en múltiples notas, se menciona que este posible pacto estará centrado en salarios, impuestos, tarifas, tasas de interés, precios de los alimentos, entre otras variables que buscan recomponer la economía.

Entre los actores que suelen mencionarse como integrantes del pacto aparecen el gobierno nacional, gobernadores provinciales, sindicalistas, cámaras empresariales, entre otros, dando cuenta de la magnitud y la potencia del acuerdo que pretende alcanzarse.

Sin embargo, la alusión a la crisis socioecológica que atraviesa la humanidad y que en Argentina se presenta a través de los grandes pasivos sociales y ambientales de algunas de sus principales actividades, como, por ejemplo, el modelo agropecuario, la megaminería, o el proyecto Vaca Muerta, brilla por su ausencia, lo cual demuestra la enorme oportunidad perdida.

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Y es una oportunidad perdida porque la magnitud de la dimensión económica de la crisis que atraviesa el país es tal, que, un acuerdo tan ambicioso que se pretende con la potencia de reactivar la economía, generar empleo de calidad, y sacar de la pobreza a 16 millones de argentinos, podría tranquilamente sentar las bases para el inicio de una transición que nos permita salir del modelo extractivista depredador que hemos profundizado durante nuestra historia, para avanzar hacia una extracción de lo necesario y una alternativa al desarrollo ecológica y socialmente viable.

Aunque actualmente los ojos del mundo estén puestos en la COP 25, la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, nada parece tener efecto en los planes de la dirigencia política nacional. Tampoco lo sucedido en la Amazonía durante el mes de agosto, o el efecto Greta Thunberg, que provocó en 2019 la aparición de numerosos grupos de jóvenes ecologistas en la Argentina con masivas movilizaciones al Congreso de la Nación, logra penetrar el posible pacto social.

Resumidamente, las consecuencias de la crisis ecológica son las alteraciones en las temperaturas, en el nivel de precipitaciones, en los caudales de ríos y disponibilidad de agua, la profundización del retroceso de los glaciares, el aumento del nivel del mar, el deterioro de las zonas costeras, la aceleración a nivel global de la extinción masiva de especies, y la generación de disfuncionalidades ecológicas a escala planetaria, como el cambio climático.

Ya somos testigos de gran parte de los efectos negativos de esta crisis que continuarán profundizándose a lo largo del tiempo, como lo son las inundaciones urbanas, el colapso de los servicios públicos de agua, saneamiento, electricidad, de transporte; la falta de seguridad alimentaria, la propagación de enfermedades mortales como la malaria, el paludismo, el dengue, el zika, el chikungunya, los muertos por los climas extremos, etc.

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Si tomamos el informe Estado del Ambiente que produce la Secretaría de Ambiente de la Nación, podemos verificar que la situación en Argentina no dista de ser tan alarmante como en el resto del mundo. Es decir, acá también se requiere poner políticas a la obra, pero no políticas aisladas, como suele hacerse, sino un plan integral. ¿Por qué no un pacto ecosocial?

La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) sostiene que la causa de la crisis socioecológica es el modelo de desarrollo vigente, y que este, en la región, se basa en la extracción a gran escala y de forma predatoria de los recursos naturales. Es decir, no es un grupo de ambientalistas radicalizados quienes hacen esta afirmación sino directamenteun organismo de Naciones Unidas.

Por mencionar un ejemplo de gran importancia para nuestra estructura económica, el modelo agropecuario vigente tiene efectos negativos en el ambiente, ya que es la principal causa de la deforestación y consecuente pérdida de biodiversidad, tiene efectos negativos en la salud de la población, a raíz del uso intensivo de químicos prohibidos en gran parte del mundo, como el glifosato, y tiene efectos negativos sobre la pobreza, ya que expulsa comunidades de sus territorios que terminan trasladándose hacia las periferias de las metrópolis o asentamientos informales.

Sobre estos tres puntos mencionados, los datos son muy elocuentes:

Una consulta a datos agroindustriales, información pública del Estado, demuestra como desde la campaña 1969/1970 hasta la campaña 2017/2018, pasamos de un área sembrada con 29 cultivos de 22 millones de hectáreas a casi 39 millones de hectáreas con solo 18 cultivos. Lo que demuestra la agresiva expansión de la frontera agrícola, arrasando con bosque nativo y toda la biodiversidad existente a su paso.

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Por otro lado, la incidencia, prevalencia y mortalidad por cáncer en los pueblos fumigados es entre dos y tres veces más alta que en el resto del territorio nacional, como se puede derivar dela publicación de la revista International Journal of Clinical Medicine, autoría de Medardo Avila Vazquez, y un grupo de investigadores mayormente radicados en la Universidad Nacional de Córdoba.

Por último, el 45% de los asentamientos informales en todo el territorio nacional, según el Registro Nacional de Barrios Populares (RENABAP), fueron creados durante el siglo XXI.

Como país necesitamos avanzar hacia un modelo agropecuario que sea sostenible en términos sociales y ambientales, y para eso se requiere una transición hacia formas diferentes de producir. En un país como en la Argentina, donde la producción agropecuaria, y por citar un ejemplo, la de soja, representa entre un cuarto y un tercio de las exportaciones totales, según el año analizado, y es por lejos, el principal sector con saldos superavitarios, la idea de un pacto ecosocial que inicie una transición a este modelo no debería ser desaprovechada.

Alternativas existen, por ejemplo, Argentina es el segundo país productor de orgánicos con 3,6 millones de hectáreas certificadas, con un mercado nacional e internacional que se encuentra en crecimiento.

Ejemplos de experiencias agroecológicas también sobran, e incluso, sin salir de la producción de monocultivos, también hay formas de reducir el uso de insumos químicos y profundizar la intensificación ecológica.

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Argentina cuenta con grandes especialistas, premiados a nivel internacional, como es el caso del Dr. Lucas Garibaldi, que, en un estudio realizado sobre 334 campos, con 33 sistemas de cultivo diferente, ha demostrado como se puede mejorar el rendimiento de los cultivos a través de la utilización de polen con un sistema de aproximación de colmenas, dando como resultado un aumento de la productividad promedio del 24%. En sus estudios, el demuestra que se puede producir más y mejor, promoviendo la mejora de la biodiversidad y reduciendo la dependencia (y también los costos) de los insumos.

En conclusión, la dimensión ecológica de la crisis civilizatoria que está atravesando la humanidad, y que requiere de transformaciones en la forma de producir, consumir, habitar, trabajar, etc. requiere de grandes acuerdos y proyectos integrales. La única forma de avanzar de forma pacífica y organizada es a través de un gran acuerdo nacional.

Por el contrario, un pacto social que implique la profundización de este modelo productivo no hará otra cosa que postergar la inminente transición hacia formas de vida sostenibles. La diferencia radica en lo doloroso de este proceso, ya que, en la medida que postergamos estas transformaciones, la situación se agrava.

Reformulando a la afamada ecologista española Yayo Herrero, toda agenda, plan de desarrollo, o en este caso, pacto “ecosocial”,debe tener, un suelo social conformado por los derechos humanos universales a garantizar y un techo configurado por los límites ecológicos del planeta, donde los extractivismos depredatorios no están incluidos.

Para avanzar sobre esto primero hay que poner las cartas sobre la mesa, y reconocer la gravedad de la crisis socioecológica. Solo así es posible entender los esfuerzos a realizar. La no mención de esto por parte de la dirigencia política es un grave error.

 

*Lic. En Comercio Internacional y candidato a Doctor en Desarrollo Económico