Leí en Twitter #BrutalmenteAsesinado por el caso de Villa Gesell y quiero compartir una reflexión al respecto; sobre ser hombre, argentino y haber pasado fugazmente por el rugby.
Jugué 12 años al rugby. En el colegio y en club. Amaba el juego; en el colegio llegué a ser capitán del equipo y hasta diseñé camisetas nuevas que se mandaron a hacer por primera vez en la institución. Me encantaba. Fuera los 80 minutos de juego, intentar "ser parte" tendía a ser una sensación agridulce. No siempre pero muchos momentos me ponían tenso e incómodo. No me podía (¿quería?) integrar. Vi, escuché y hasta viví "anécdotas" que no pasaron a mayores pero que afirman que la rutina rugbier está siempre a un paso de tener un desenlace brutal; un tropezón casi buscado. Una golpiza brutal, una joda brutal, un noviazgo brutal, un bautismo brutal, una fiesta brutal, un asesinato brutal. La palabra es de diccionario directo: Aquel que emplea la fuerza física sin medida. Persona necia, sin educación ni moderación. Tosco. Animal irracional.
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El rugbier, socialmente hablando, es hoy un concepto mucho más profundo y que tiene raíz fuera del deporte. La tiene en casa, en el colegio, en el grupo de amigos, en la educación y en la falta de ella. Pero me centro en la punta del iceberg: El rugbier se entrena para jugar un deporte brutal de la manera fisicamente más eficiente, efectiva y –en consecuencia, a veces– letal posible. Pero el nivel de atención y detalle que se le pone al trabajo del cuerpo no es ni cercano al que se le pone a la cabeza. En la cabeza te meten que siempre podés dar un poco más. Estaría bueno que te metan un poco más de información y contención.
En la cabeza del rugbier muchas veces se entrena romper al otro, no dar respiro, salir a matar. Son metáforas, obvio, pero ese lenguaje aun lavado sigue siendo violento. El cuerpo responde a la mente. ¿Qué consume esa mente? Contacto, agresivo y normalizado. El cuerpo del juego no es un juego fuera de la cancha. Adolescente varón privilegiado a que se le inculca que tiene que vivir demostrando fortaleza. Cada tradición de club busca eso, que su equipo demuestre fortaleza incansable. Eso no es malo, el problema es cuando la línea es difusa y la violencia que resistimos es tolerada solo por el hecho de poder resistirla; y peor aún, es tolerada por el chip idiota de idolatrar lo mecanizado e irrefutable, las tradiciones. Cada club, cada casa, cada escuela es su pequeño microclima y familia. Yo por ejemplo vi cómo debutar en primera se festejaba con una buena cagada a palos.
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La primera vez que lo vi le dije a uno de mis mejores amigos "Che, no está bueno. No voy a dejar que me lo hagan a mí". La respuesta fue "Es obvio que vas a correr, no lo hagas. Va a ser peor." Tenía 16. Ese día pensé: no voy a jugar nunca en primera. Esquivar tradiciones ya me era común. Por ejemplo, no tomaba alcohol, por lo que salir los fines de semana con el grupo parecía carecer completamente de sentido. Tomar (mucho) alcohol parecía ser requisito indispensable de la diversión, ¿o no? Nadie me obligó nunca a nada, pero a esa edad la coerción social es invisible y grupal. Las tradiciones, rituales y micro rituales del mundo rugbier están plagadas de banderas rojas y nadie dice nada. Porque son rituales de macho, papá. Porque "siempre fue así". Y no son solo los bautismos, toda la rutina tiene tintes turbios que invitan al desastre. En otros deportes o círculos pasa también; es social. Pero ¿cuándo viste un grupo de teatro decir con normalidad rutinaria: este finde salimos, nos ponemos en pedo y nos cagamos a trompadas?.
El alcohol es el otro gran protagonista con asistencia casi perfecta en cada tragedia de esta índole. No me voy a extender en este punto porque podría ser un artículo en sí. Solo voy a decir que es parte de esa educación necesaria de la que hablo. Juegues al rugby o al ajedrez, seas deportista, marido, padre, hija o abuela: tenemos que cuestionar lo socialmente establecido. Tenemos que enseñar a pensar, no a hacer, no a seguir la corriente, no a callarse y avanzar. Enseñar a tener voz propia es lo que va a frenar a 10 pibes a matar a patadas a otro. Con uno que tenga voz interna y la enseñanza para hacer uso de ella, estas cosas se pueden evitar. Castigar o penalizar es atacar la consecuencia, no la causa. Tenés alergia, te tomás algo. Vas a tener alergia toda tu vida, toda tu vida vas a tener que aplicar un correctivo. Propongo educación para atacar la causa y evitar las consecuencias. También penalizarlas, pero lo priritario es reducirlas.
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En el grupo rugbiers, todo tiende a caer en un tono naturalizado de agresividad pero con un contexto festivo que lo camufla y justifica. Lo que se termina generando es masculinidad toxica. Machos listos para saltar. Ansiosos de saltar y demostrar. ¿Todos? No. Una porción relevante. Ah, dato: en Argentina no abundan los homosexuales en la comunidad rugbier. Bah, reformulo. Difícilmente te enteres. La homofobia, tangible o tácita, está presente. Y no, una vez más, esa exclusión no es solo del ámbito rugbier.
Algo que me acuerdo siempre de los entrenamientos y que yo admiraba era que no nos dejaban apoyar las manos en las rodillas en medio de un partido porque era señal de cansancio. Debilidad. "Si estás cansado, las manos a la cintura. La frente y el pecho siempre arriba". Me perecía un concepto brillante. Hoy lo repienso como un arma de doble filo si se aplica en la vida. No importa lo que sientas, mostrate fuerte para que el otro se sienta inferior. Así se gana un partido, con cabeza. Así se pierde en la vida como persona; confundiendo y malinterpretando enseñanzas que buscan ser positivas.
Como deporte es maravilloso. Yo lo sigo atesorando. El rugby como deporte –nótese que esta es la primera y única vez que hablo del rugby en este artículo– está plagado de beneficios positivos y valorables. Es solidario, inclusivo e inculca valores útiles y necesarios –esos que cualquier padre querría para su hijo– a tal punto que hemos llegado a pecar de abanderarlo como un deporte por encima del resto. Pero cuando ese poder se mezcla con ser un machito argento reactivo que no deja pasar una, podés lastimar a alguien; física y/o emocionalmente. Entrenás 2 veces por semana, 3 al gimnasio, jugás los fines de semana y encima en verano hacés una pretemporada para el desmayo; adquirís un estado físico privilegiado. El rugby se juega llevando el cuerpo al límite. Pero el cuerpo lo tenés siempre, cuando salís a bailar, cuando vas a la playa, cuando "miran mal a tu novia" (podemos hacer un libro entero sobre esta tontería) no solo 80 minutos de partido. ¿Sos consciente de ese cuerpo? Es un atleta de alto rendimiento. Esa preparación te da habilidades, fuerza, poder. El peligro está en la ceguera del poder. El peligro está en lo socialmente establecido. Como herramientas, en las manos y cabezas equivocadas, es mono con navaja.
Un rugbier es como el conductor de un auto. Tenés un auto y su función es trasladar, no matar personas. Sin embargo, mal usado, tiene el poder de matar personas con solo un desliz. El estado, el club, el colegio, amigos y familiares te prohiben vehementemente manjar ebrio porque un conductor ebrio es un arma en potencia. El cuerpo del atleta de alto rendimiento es capaz de matar, pero se entrena para el juego. Una piña o patada borracho y ya está. Le puede pasar a cualquiera. Hablamos hoy de los rugbiers porque son noticia (repetida), pero la problemática que los hizo noticia es de todos. Pasa todo el tiempo y en todos los círculos. Educación. Estado. Club. Escuela. Familia. Responsabilidad. Tenés un auto, ¿cómo lo manejás?
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Fuerte no es el que se la banca, fuerte es que el se anima a tener voz propia. Fuerte es el que le hace caso a esa voz interna que dice "che, no da" y no se deja fluir en aguas ajenas, o mejor aún, interviene para cambiarlo. Fuerte es decir NO. Hay que aprender. Hay una frase en el ambiente que dice "El fútbol es un juego de caballeros jugado por bestias; el rugby, de bestias por caballeros"; y lo decimos con orgullo, nos ponemos solos en ese pedestal que cada asesinato, violación e incidente con protagonistas rugbiers hace ver la frase más como una idealización que como una realidad. Me encantaría ver que las noticias tengan las palabras "defienden", "ayudaron", "protegieron", "separaron" y no "mataron", "golpearon", "rompieron", "discriminaron". Todo gran poder conlleva una gran responsabilidad, es una frase de cómics de Spiderman, si un chico lo entiende nosotros también. Hay que enseñar a pensar, a tener voz. Y más allá del mundo rugbier en sí (porque seguro aplica a infinitos círculos –yo hablo desde mi experiencia personal–), hay que hacer una deconstrucción fuerte de lo que es ser macho en nuestro día a día. Nadie nace macho, te hacés el macho. De la misma manera, hay que deshacerlo, entre todos. Es un universo concentrado que hay que atender urgentemente.
* Actor. Escritor.