OPINIóN
Política

Deudas y los peligros del chamuyo y el fetiche

La historia de los discursos políticos es la historia de las sombras y de los velos, de lo no enunciado o lo insinuado a medias.

El Presidente Fernández en Francia 20200205
El presidente y su mujer en Francia. | Agencias Afp y Ap

Cuando escribo chamuyo no me refiero al de Edmundo Rivero, que dice “se bate, se chamuya, se parola, se parlamenta reo como, grilo (…)”, ni al lejano, casi original y amoroso, como balbuceo al oído; sino al más contemporáneo, juvenil si se quiere, al que se apela con la intención de un no hablar concreto, como recurrir a los truques que la lengua ofrece para gambetear la certeza que el receptor espera de nuestros decires. Cuando me refiero a fetiche parto de la Real Academia Española (RAE), que lo define como elemento de culto al cual se le atribuyen determinadas cualidades místicas o mágicas. Tomo algo de Carlos Marx: “(…) a esto llamo el fetichismo que se adhiere a los productos del trabajo no bien se los produce como mercancías (…)”; es decir a las fantasmagorías con que las mercancías adquieren falsa vida propia. También aquello de Sigmund Freud, cuando lo enuncia como algo de nuestros cuerpos o del afuera, que se consagra en objeto de deseo.

Comencé con ciertas aclaraciones semánticas para evitar malos entendidos, pues ya son bastantes los que alteran en forma peligrosa nuestra vida política, toda vez que algunos entre quienes nos reconocemos parte del universo social que quiere salir para siempre de la trampa cíclica propuesta desde el neoliberalismo y sus estrategias de endeudamiento y dependencia, consideramos que entre las tantas circunstancias que atraviesan los actuales tiempos políticos en términos de Comunicación, y como consecuencia del estallido aun sin desenlace conocido de los marcos de la modernidad, una de ellas, de esas circunstancia, es esta suerte de conversión de la palabra pública en chamuyo y fetiche casi absolutos, por sus capacidades reciprocas de convertirse en espejismos, de ir a contramano de sus propiedades performativas, por sus empecinamientos en ser manipulables y volátiles objetos de deseo, oscuros, como en otra sintonía metafórica pero afín, lo relatara el genial Luis Buñuel en 1977.

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La historia de los discursos políticos es la historia de las sombras y de los velos, de lo no enunciado o lo insinuado a medias, pero nunca ese sesgo contó con el grado de absolutismo que ostenta en la actualidad, que convierte a la palabra pública casi en un hecho con beneficio de impunidad, es decir sin otro compromiso para el enunciante que no sea su propio objetivo: permanencia en el escaparate de las ofertas políticas y la obtención de un lugar de privilegio en las disputas interfaccionales del bloque de poder. Y siempre en un decir de frivolidad llamativa, pues desde allí no todo lo que es parece, ni todo lo que parece es.

En un gobierno / sistema dictatorial el fetichismo chamuyero de la palabra funciona con eficacia para el propio régimen que debe encubrirse a sí mismo, pero en un estado de Derecho con vocación de transformaciones con sentido de justicia social, independencia económica y reconocimiento de las más amplias diversidades, tal fenómeno opera como obturación primero y alejamiento y rechazo después, de los grandes contingentes sociales en tanto sujetos reales del principio de soberanía popular, del voto, para mejor comprensión de los huestes electoralistas.

Por consiguiente, ese fetichismo chamuyero pone en peligro al propio proceso liberador, porque de eso se trata, del peligro que corremos todos por el uso y abuso por parte de los profesionales de la política de aquel recurso de la impunidad de la palabra. Y algo más al respecto: si la palabra pública no se escondiese tras las cortinas pesadas del “oscuro objeto del deseo”, para priorizar el poder propio, narcisista como es el sueño de todo oportunismo, y más allá del proyecto colectivo, cuántos dolores de cabeza se ahorraría el gobierno de Alberto Fernández.

Cuánto más podría concentrase en los esfuerzos que está haciendo ante esta Argentina post cambiemita, y cuánto más podría alejar las amenazas de retorno que enarbola la derecha bestial desde el día cero de la actual administración. La derecha cuenta y contará cada vez más con el desgaste que sobre las buenas intenciones democráticas provoca el tal y mentado fetichismo chamuyero.

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El gobierno podría reconocer que existe la posibilidad de tratar la deuda como endemia sistémica en una forma diferente a la pagadora contra viento y marea. Que su revisión y hasta repudio por ilegitimidad, como es el caso de la actual, puede ser una opción. Que, sin fetiches ni chamuyos, pudo haberse evitado el triste espectáculo aplaudido por oficialistas y por endeudadores, que consistió en ver a las Cámaras del Congreso en fila y a la orden de una ley como la reciente “de sustentabilidad”, que convalida pasivos multimillonarios de dineros fugados en su mayor parte, y ahora sobre las espaldas del pueblo todo.

Lo afirmado en el párrafo anterior no es una mera elucubración teórica. Existen voces de la política y los movimientos sociales y sindicales que se están haciendo oír con diferentes grados de fuerza y exposición. No todos, claro.

En la noche del lunes pasado, el dirigente de los docentes (UTE) Eduardo López fue preciso y sin que lo sigue aspire a cita textual, dijo: la deuda, el desamparo de los más pobres, el desastre que provocó el gobierno de Mauricio Macri, no debe ser pagado desde “la solidaridad” de los que tienen un poco, por aquellos que cobran 60.000 pesos por mes, por ejemplo, sino por los pocos que tiene mucho; si ello no sucede la derecha crecerá, pues está esperando que, al tener que seguir haciéndose cargo el festín de los ricos, amplios sectores de nuestra sociedad se alejen del gobierno, le vayan quitando su respaldo.

En una reunión del espacio o agrupación peronista Patria Para Todos, que nuclea a muchos dirigentes que acompañaron desde la gestión a las presidencias de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, manifestaron conceptos similares y con idéntico tono de preocupación.

Afirman que, más allá de las palabras, las que en muchos casos expresan internas inconvenientes en el seno del gobierno, el alineamiento pagador de una deuda a todas luces ilegítima terminará por poner en jaque a la gestión de Alberto Fernández, ya de por si un espacio en disputa desde el primer momento.

En defensa del gobierno, resaltaron esos dirigentes, hay que “hacer peronismo” y plantarse frente al FMI y los acreedores privados, con menos pases de baile ante Estados Unidos y Europa. E insisten: poner los recursos del país –Vaca Muerta entre otros– al servicio de los acreedores terminará socavando la base de apoyos populares que tanta ingeniería electoral demandó y costó, no sin riesgos.

En un sentido coincidente y al referirse a los preparativos de cara a la movilización que organizaciones sociales, sindicales y territoriales anunciaban para el mismo miércoles de esta semana, Ricardo Peidro, secretario General de la CTA Autónoma, decía al sitio Infogremiales: “los que vamos a participar de la movilización somos los que veníamos luchando, y los que logramos derrotar a Macri. Vamos a movilizarnos porque esta es nuestra posición histórica. Hay que decidir si pagar la deuda al FMI o atender las necesidades de nuestro pueblo (…). Suspensión de pagos, investigación de la deuda y decidir políticas claras con el FMI para tener autonomía". Juan Carlos Schmid, en nombre de la Federación Portuaria y Marítima, señalaba: "todos sabemos cuál ha sido el rol y el plan de ajuste del FMI en los últimos 40 años. Y el único modo que el ajuste no lo paguen los sectores populares, es estando en la calle. Porque el Fondo puede cambiar de funcionarios pero no cambia la esencia. La única garantía es el protagonismo del pueblo". Y Claudia Baigorria, secretaria adjunta de esa CTA, destacaba: "la deuda es una verdadera estafa a nuestro pueblo, donde incluso se violó el propio estatuto del FMI, y que condena a las futuras generaciones a un endeudamiento impagable y a un modelo productivo que nuestro pueblo ha rechazado y sigue rechazando".

Y para cerrar, algunas consideraciones que refieren a la Historia, categoría, espacio de la memoria que persiste pese al reinado aparente del fetichismo chamuyero. Desde allí, podría reconocerse también la existencia de un conjunto de saberes latinoamericanos acerca de cómo enfrentar la complejidad del endeudamiento mediante otras vías, antagónicas con el alineamiento pagador.

Antes de la puesta en marcha del Plan Brady (1989) y a partir del 1985, la ciudad de La Habana fue el escenario de múltiples foros de economistas, dirigentes sindicales y sociales de todos los sectores; de mujeres, periodistas, académicos y líderes políticos.

Quien se tome el trabajo de revisar las publicaciones a que dieron lugar esos encuentros comprobará que, más allá de los nuevos rasgos que fue adquiriendo el problema en las últimas décadas, éste, en su esencia, sigue siendo el mismo: la deuda como mecanismo de dependencia.

También identificará con claridad que las posturas más confrontativas de la actualidad mucho distan de contar con el espesor de las planteadas en aquellos encuentros de la capital cubana, en los cuales, sin enunciarlos como tales, sí surgieron verdaderos Nunca Más a la deuda y al neoliberalismo, pero como programas integrales de contestación al proyecto imperial, con un requisito de naturaleza política y comunicacional indispensable: el desarrollo al máximo del carácter performativo del discurso, tendiente a la ampliación constante del consenso social respecto de ese programa, desde la lucha por la recuperación del Estado en forma efectiva y el potenciamiento de las organizaciones políticas, sociales y culturales dispuestas a la disputa de la palabra, pero a partir de los cuerpos reales; sin fetiches ni chamuyos.

 

* Periodista, escritor y docente. Doctor en Comunicación de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP. Profesor Análisis y Producción Crítica de Narrativas sobre Delito y Violencia, en la maestría Comunicación y Criminología Mediática, de la misma unidad académica.