OPINIóN

Educación Sexual Integral para no facilitarle el camino a los perversos

El saber es una defensa. Cuanta menos información tenga la eventual víctima, más vulnerable será y menor posibilidad de defenderse tendrá ya que el agresor es un adulto que "sabe" lo que él o ella no.

Presentaron Observatorio de la Educación Sexual Integral
| Télam

No es lo mismo un pedófilo, que es aquella persona que se siente atraída por niñas y niños, y esta atracción puede permanecer en el campo de la fantasía, que un pederasta, que es quien realmente comete el delito sexual infantil, es decir que lleva al acto lo fantaseado. No todo pedófilo se convierte en un pederasta, pero allí puede hallarse la probabilidad de evitar el abuso sexual. No porque un pedófilo sea curable, pero sí es posible incrementar medidas de contención y controles para que no se le facilite el acceso a menores de edad.

En general los pedófilos son hombres, excepcionalmente mujeres (contraste determinado por sobre todo por influencias del patriarcado y el machismo) cuya estructura de personalidad es perversa. Les excita la asimetría y desde allí el ejercicio del poder, el control y la angustia que les generan a sus víctimas. En franca oposición al resto de los mortales, los seres perversos disfrutan de un combo sumamente dañino para la subjetividad de sus víctimas: la manipulación, el engaño, la humillación y el goce con el dolor causado, sin sentir culpa alguna; matriz de la que está constituida la personalidad de los torturadores, los hombres que ejercen violencia de género y los violadores.

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Los pedófilos suelen estar dentro de la misma casa, en el ámbito familiar, o en círculos cercanos (vecinos, maestros, profesores). A medida que ganan confianza en la cotidianidad, van diagramando el acto perverso que luego podrían ejecutar. Suelen ser simpáticos, agradables, como carnada, ofreciendo atenciones y regalos a los que previamente elige como sus posibles víctimas. Cuando realizan el abuso, enseguida aparece la extorción, la amenaza y la construcción de una complicidad tensada por el poder del victimario, que así busca evitar ser delatado. Agradar, abusar, someter, maltratar y amenazar, para reiniciar el círculo perverso que mantiene a la víctima sumida en una confusión sin precedentes dada su corta existencia. ¿Así son los adultos? ¿Es normal lo que me hizo, lo que me hace? ¿Me van a retar, castigar, si cuento lo que me pasó? ¿Va a matar a mis padres? Son algunas de las ideaciones que pueden surgir en la mente del niño abusado o de la niña abusada. Preguntas que no terminan de formularse con claridad, mucho menos las respuestas, ya que el psiquismo en la niñez está en formación y no cuenta con las herramientas simbólicas suficientes y con los recursos morales que le permitan distinguir entre lo que está bien o mal que suceda.

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Las niñas y niños víctimas de los pederastas suelen vivir divididos, creando una suerte de burbuja, de disociación de la realidad, mecanismo defensivo que facilita el olvido, de manera transitoria, para poder continuar con los quehaceres de la vida cotidiana, ya que el recuerdo del abuso sexual resulta insoportable y la idea de ser descubiertos también. Cuando piensan en contar lo padecido, sospechando que se trató de algo anormal, no saben cómo poner palabras, o no encuentran a la persona o el momento “ideal” para abrirse. Y lo que no se pueda decir con palabras se expresará en actos, síntomas o malestares psicofísicos, como regresiones emocionales, trastornos en el control voluntario de las heces (encopresis) o de la orina (enuresis), alteraciones en el sueño y la alimentación, dolores de estómago, de cabeza o zonas genitales, cambios repentinos en la forma de moverse y vestirse, tics nerviosos, dibujos con contenidos sexuales. Lo sufrido no es sin consecuencias y tarde o temprano, de alguna manera, se manifestará. Pero es necesario que del otro lado se encuentre algún adulto con la escucha afinada (que escuche y no que oiga), que preste atención (que mire y no que vea) y que se tome el tiempo (sin apuros) para crear el clima de intimidad en el quela víctima del abuso se anime a expresar lo sufrido. En síntesis, un adulto que tenga la capacidad para interpretar lo que está diciendo o intentando decir quien sufrió el abuso sexual.

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Para el perverso, las víctimas de sus abusos sexuales son una cosa, nunca se trata de una reciprocidad sino de personas a las que se las deshumaniza, reducidas a objetos, donde no se cuenta con el consentimiento, e incluso suele aumentar la intensidad del placer cuando más alta es la angustia generada por efecto del sufrimiento. El pederasta solo persigue su satisfacción, compulsivamente, y en ese recorrido arrasa con la víctima que no es más que un medio para concretar su fin, el goce personal. Por ese motivo cuando se habla de un tratamiento posible nos topamos con lo imposible de tratar, ya que los perversos no tienen deseo de mejorar porque no viven su accionar como manifestación de una enfermedad.

Las niñas, los niños y adolescentes víctimas de abuso y violencia sexual sienten una profunda inestabilidad en su personalidad y por la tanto en sus modos de ser y vivir en el mundo. Con el abuso sexual, como con otras formas de la violencia, se perturba la estabilidad alcanzada, se altera el desarrollo psicofísico y social. El propio cuerpo puede ser vivenciado con rechazo, y el mundo pasa a ser un lugar hostil del que hay que defenderse. Y cuanto más cercano es el vínculo, más familiar, mayor es el daño integral en la víctima. Una vez contado o descubierto el abuso sexual, es determinante la contención familiar, escolar y el abordaje psicológico, para comenzar a sanar el daño causado. Y desde luego, la denuncia penal pertinente.

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La información es un recurso tan valioso como el agua, es una herramienta fundamental. El saber es una defensa. Cuanta menos información tenga la eventual víctima, más vulnerable será y menor posibilidad de defenderse tendrá ya que el agresor es un adulto que “sabe” lo que él o ella no, y suele convencer, y luego de logrado el acto perverso, argumentar que lo que hicieron (no lo que hizo) es normal, que todos los adultos hacen esas prácticas con los niños y las niñas, que son sólo caricias y manifestaciones de amor. Es determinante la presencia y la supervisión adulta, el diálogo familiar y la Educación Sexual Integral en las escuelas para que las niñas, los niños y adolescentes se conozcan y aprenden a cuidarse y cuidar de sus cuerpos, pero por sobre todas las cosas para no facilitarle el camino a los perversos que en la inocencia encuentran su placer principal.