Nací en 1969. Mi papá tenía una disquería. En esos tiempos, además de discos, se vendían posters de bandas, de películas, de actores y de actrices.
En una de las paredes, posiblemente junto a uno de Los Beatles, había un poster de Raquel Welch. Los amigos de mi padre, que se juntaban en el local y que me cuidaban cuando él atendía, me enseñaron a tocarle las tetas a Raquel Welch. Como un perro de Pávlov, mi respuesta fue condicionada por los estímulos: los festejos, las risas. Así, un bebé, en este caso yo, metáfora de otros nacientes, estimulado para tocar tetas, en principio de papel, va recibiendo las enseñanzas del patriarcado, la pedagogía de la masculinidad.
Los hombres debemos cuestionarnos las creencias, los ideales y las prácticas en que se basan y estructuran las identidades masculinas. Nacemos en un mundo que ya funciona con sus leyes y normas, y en el que nos enseñan, nos programan, consciente e inconscientemente, para ser de determinada manera. Necesitamos fundar nuevas masculinidades. Pensarnos y desaprender esas conductas machistas que repetimos sin ser críticos, naturalizando lo aprendido. Hay que discutir las matrices, los esquemas, las etiquetas “hombre” y “mujer”, los binarismos y normalidades, las fórmulas que nos dan resueltas.
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El espanto acecha. Cada día nos sacuden noticias de maltratos dirigidos hacia las mujeres, diversas violencias, violaciones incluso grupales, y femicidios. Como bien señala Rita Segato, los varones se miden, les importa la mirada de los otros varones, pero no solo en la violación grupal sino en todos los gestos machistas de la vida cotidiana. Violar en grupo no es una conducta humana aislada sino que está inscripta dentro de ese patrón sociocultural que hay que desarmar. Se trata de la dominación, de la subordinación y disciplinamiento de la mujer, del cuerpo femenino, ejercida desde la ideología del patriarcado.
El modelo masculino predominante es el de la dureza emocional, el del ejercicio del poder desde lo sexual y lo económico, y el de la conquista de todos los espacios, incluso el espacio del cuerpo de la mujer. Así se impone un orden social donde las mujeres fueron y son sometidas. Claro que no todos los hombres funcionan desde esa dimensión violenta en la que se puede disponer de la vida y del cuerpo de una mujer sin su consentimiento. Pero hay micromachismos, violencias sutiles, que colaboran sosteniendo el entretejido del machismo, que son parte de esa red mayor, levadura desde donde pueden fermentar otros maltratos. Los piropos, los chistes machistas, las fotos de mujeres desnudas circulando entres celulares, son actos que colaboran con la violencia extrema que luego nos resulta inentendible, como si los violadores y femicidas fueran extraterrestres. Pero no, no viene de otro planeta, son hombres nacidos y criados en esta tierra, instruidos bajo la pedagogía del machismo. Para violar, para matar, hay un camino que se inicia antes, una escuela en la que se aprende a ser un violador, un femicida.
Hay mucha violencia silenciosa, oculta y ocultada; pero otras hacen ruido, llegan a través de los medios(aunque luego queden silenciadas por nuevos “casos”) y hay cámaras y testigos. Hombres…, me cuesta poner la palabra hombres porque yo lo soy también y entonces me da vergüenza, rechazo, perturbación; quisiera poner otra palabra, pero no la encuentro. ¿Bestias? No. ¿Animales? Tampoco. Hombres violadores, sí, eso los define, pero no dejan de ser hombres, hombres violadores, hombres que son parte de este entramado social, que suelen ser “buenos ciudadanos” y después violar. Hombres violadores que se turnan, que se cubren y asocian para violar a una mujer, en un descampado, dentro de un auto o donde puedan, borracha o drogada, de manera voluntaria o como parte del plan perverso, eso no es lo central, pero seguramente así es más controlable por su vulnerabilidad, para que ellos, los hombres violadores, realicen su acto perverso: El goce con el sometimiento, con la angustia de la mujer.
Sí, perversos. Hombres violadores perversos. Esos términos asociados van acercándose más a lo que verdaderamente son; pero es tan difícil definir, ponerle palabras a las atrocidades. El perverso goza con la angustia que le genera a su víctima. Por eso a los neuróticos nos cuesta comprender, no nos entra en la cabeza, nos horroriza la idea de hacer un acto violento, de ultrajar el cuerpo de otro ser, de disfrutar mientras el otro, en este caso la otra, la mujer, sufre, no quiere, no elije, es obligada. Los seres neuróticos, digamos más o menos “normales”, necesitamos de la aceptación, del deseo compartido, elegir y que nos elijan, desear y que nos deseen, necesitamos del consentimiento para entonces sí gozar. Pero para los hombres violadores perversos nada mejor que el ultraje, el dolor, el sometimiento, la vulnerabilidad y la angustia de la mujer para que el acto valga la pena. Mujer cosificada. Mujer violentada, violada, víctima en la maquinaria perversa.
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¿Es posible fundar una nueva masculinidad? Sí, con la maduración social, con las conquistas del feminismo, con leyes realmente efectivas, con perspectiva de género y protección integral a las mujeres, y con el diálogo intergeneracional. Los amigos de mi papá me hacían tocarle las tetas al poster de Raquel Welch y celebraban mi acto. Cincuenta años después, mi hijo frena y sanciona a un amigo que pregunta en una previa:¿cuándo llegan las conchitas? Algo va mejorando, aunque todavía queda mucho por resolver.