OPINIóN
Historia de vida

Salir del closet, parirse a sí misma

¿Se elige ser lo que uno es? No, se es, se vive, se siente, de lo contrario se carga con el sufrimiento de representar el papel de lo que no se es, de lo que los demás quieran que uno o una sea. Way sabe que el camino es difícil pero mucho más difícil hubiese sido convivir con ese extraño llamado Lautaro.

Ilustración
Ilustración | Matías De Brasi | @MATIASDEBRASI

“Salió del closet” se dice comúnmente, de manera liviana, sintética, sin sospechar, quienes están por fuera de ese armario, lo que significa ese encierro, esa espera y ese plan de salida. Nadie, que no lo haya sobrellevado, puede suponer los costos de vivir vistiendo los atuendos de una heteronormalidad impuesta socialmente por el patriarcado y sus instituciones de poder, intentando silenciar el deseo que puja por salir. El cuerpo no necesariamente debe responder al género. Way, siendo Lautaro, era una pantalla en la que se reflejaba lo que socialmente se supone que debe ser un hombre. No tenía un cuerpo equivocado, como sencillamente se dice; suele ser la gente la que se equivoca cuando asocia e interpreta a partir de los parámetros impuestos, desde la norma, desde lo que se ve superficialmente. Si un cuerpo está equivocado, ¿cuál es el cuerpo de la verdad, de las certezas? Todo cuerpo es un territorio fallido, en construcción, como lo es también el campo mental. La contextura física, las vestimentas, el maquillaje, los gestos y el modo de hablar no representan a un género necesariamente. Lo que importa es la expresión de género, cómo cada ser se siente, se autopercibe y se manifiesta. No todas las experiencias trans son iguales, como no es igual la vida de nadie, aunque las estructuras de poder intenten etiquetar y validar modos de ser y de estar en el mundo, dividir las veredas, ubicando en la de enfrente todo lo “anormal”.

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¿Qué te define hombre y qué mujer? ¿Cómo hay que ser? ¿Qué es lo “normal”? Hay que hacerse estas y mil preguntas más, y no repetir respuestas como monos amaestrados. Es tiempo de desandar lo construido y repensarnos, porque detrás de esos binarismos impuestos fermenta la levadura de la violencia. Las imposiciones culturales te quieren vender su pescado y no mostrarte la inmensidad del mar. Por estos días hizo un año de que la vida de Way cambió para siempre. Aquello que había carcomido su cerebro y exprimido sus emociones durante tanto tiempo, salió a la luz. Pero nadie, excepto ella, conoce el complejo proceso por el que atravesó para poder develar lo oculto. Suele verse la transformación, no la dura metamorfosis. Para parirse a sí misma como Way, tuvo que soltar, dejar caer el caparazón de Lautaro que era su ser socializada como hombre. Way fue madre e hija de su propio deseo. Un embarazo deseado. Un parto lento y doloroso para finalmente parirse en un mundo por momentos bello pero también injusto, donde es difícil ser mujer, pero mucho más una chica trans.

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Quizá solo los presos conozcan el verdadero sentido de la libertad. Way estuvo presa en Lautaro. Pero esa experiencia le permitió conocer los dos territorios, el de ser pibe y el de ser piba; dos lugares ciertamente distintos. En el pasado quedó el pibe que se forzaba en asumir los estereotipos del ser hombre, las formas que debe revestir la masculinidad, incluso las del macho que tiene que agarrase a piñas para demostrar lo fuerte que es. Pero ya no más imposiciones. Sin lugar a dudas asumirse como mujer trans le trajo la libertad que tanto había soñado, por la que tanto había luchado contra los fantasmas que habitan en la memoria singular y colectiva, esas voces diabólicas que le decían que lo que pensaba y sentía era un delirio, que iba a cometer una locura, que si había nacido con pene tenía que ser hombre, que la biología es la que manda, que estaba enfermo, que debía de callar a esa mujer, a esa loca de mierda que quería salir, ¿salir a dónde, a qué? Pero finalmente fue más fuerte su deseo, porque Way sabe que es el motor fundamental, al que nunca hay que desatender, el que debe darle dirección a la vida más allá de todas las imposiciones, incluso la biológica. Y se redescubrió a sí misma, yen el camino de parirse se encontró con bellas personas que la acompañaron en su lucha quijotesca contras los molinos de las razones impuestas. Pero también tuvo que alejarse de quienes sólo supieron hacerle daño intentando limitarla o rechazando a la que ella comenzaba a ser y mostrar.

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En el camino de ser ella misma, y ser ante las miradas externas, Way fue comprendiendo la riqueza de este mundo tan diverso pero también sus miserias. Salir de la visibilidad de ser chico a ser mujer trans en apenas un par de meses, significó confrontarse con el otro lado de la vida, con el miedo que sienten las mujeres que andan por las calles, algo que siendo Lautaro apenas comprendía, como apenas comprendemos todos los hombres, esa dificultad de ser mujer en un mundo comandado por las leyes del machismo. Así Way, siendo mujer para ella misma y para el mundo externo, empezó a sufrir el acoso callejero, los “piropos” y las miradas cargadas de deseos. Empezó a sentir la ansiedad de viajar sola en un remis y la de estar pendiente del teléfono para que sus seres queridos la acompañen desde lo virtual, por si le pasa algo. Sí, Way empezó a temer por su vida, un temor fundado en tantos femicidios y transfemicidios.

Desde su experiencia singular, la de vivir y percibir el mundo de un lado y del otro, la de conocer concretamente los efectos de ese binario hombre-mujer que no siempre es diferencia y complementariedad sino que muchas veces es una división perversa y violenta, pudo experimentar los absurdos imperantes. Como el de los pechos, que nunca le habían causado ningún escándalo cuando su cuerpo era visiblemente el de un hombre, y que ahora deben estar encarcelados dentro de un corpiño. ¿Qué cambio? ¿Una pequeña inflamación en los pechos merece el castigo, el encierro? ¿Por qué? Porque los pechos de la mujer, en este lado de la cultura, son tetas, “pomelos”, “pechugas”, significaciones que trozan el cuerpo y lo cosifican, que activan el deseo masculino, y que si se exponen implican provocación. ¿Pero cuántas mujeres sin “tetas”, o vestidas como “monjas”, son abusadas, violadas y asesinadas? No es el cuerpo en sí, es la significación social que se hace de los cuerpos.

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Lautaro y Way entendieron, de un lado y del otro, el peso de los cánones establecidos para determinar qué es la belleza, los estereotipos del ser hombre y del ser mujer. Y ese peso pesa más cuando se trata de deconstituirse, de validar una identidad sexual en la transición adolescente. Y Way es la que siempre quiso ser, pero esa libertad de ser no la salva del encuentro con otras dolencias, como las que sufren tantas mujeres, la de saber que todo lo que quiera realizar en la vida puede costarle el doble de lo que le hubiera costado si lo hubiese transitado como Lautaro. Pero aun así, frente al espejo o caminando la vida, lleva orgullosa la identidad que siempre quiso habitar.

En un mundo donde representar "lo femenino" es asumir mayores riesgos, donde la mujer sufre tantas injusticias sociales, acosos, violencias y femicidios como consecuencia del machismo, ¿cómo pudo haber elegido ser mujer? No, no eligió. ¿Se elige ser lo que uno es? No, se es, se vive, se siente, de lo contrario se carga con el sufrimiento de representar el papel de lo que no se es, de lo que los demás quieran que uno o una sea. Way sabe que el camino es difícil pero mucho más difícil hubiese sido convivir con ese extraño llamado Lautaro. Parafraseando a Sartre, si somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros y de nosotras, entonces Way no eligió ser una piba trans, sólo lo es. Pero lo que sí eligió es liberarse de las imposiciones sociales, escuchar a su deseo y realizarlo. Way se parió como mujer trans y salió al mundo, orgullosa en todo su ser.