De entrada, esta columnista quiere ser transparente y definirse como futbolera. La tesis a sostener, entonces, es fútbol sí: pero, ¿a qué costo?
Se nos viene en breve el Mundial y se revolucionan las conductas escolares. Tiempos, grillas, informes, cierres y notas se aúnan en un maremágnum de incertidumbre y ansiedad –de docentes y estudiantes. Y mientras buscamos la manera de anticipar todo ese caos de fin de año que se potencia por un cronograma que pone en pausa al mundo entero (o casi, pero se entiende), empiezan a circular las preguntas alrededor de los partidos: ¿los van a pasar en el cole? ¿Corre la falta? ¿Podemos entrar más tarde? ¿Podemos irnos temprano? ¿Qué, solo los de Argentina vamos a poder ver? ¿¡Y el resto!? ¿Dónde están los árbitros cuando uno realmente los necesita?
A base de paciencia y argumentos, buscamos los adultos devolver a la latencia las expectativas mundialistas adolescentes con cabeza en noviembre. Falta. Banquen. Veremos. No sabemos. Seguramente, puede ser. (Ojalá -nos animamos algunos a pronunciar en voz baja). (Me encantaría -con guiño cómplice-, pero yo no lo decido).
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La tensión entre fútbol-sí y fútbol-no ya está instalada y algo tenemos que hacer. En lo personal, la celebro. Todo debate que amerite calzarse los botines para sostener posturas a favor y en contra con solidez es bienvenido. Reflexionar sobre las metodologías educativas en pos de favorecer las trayectorias subjetivas de nuestros alumnos es, realmente, un gol de chilena contra tu clásico rival. Entonces, como partícipe activa de estas discusiones, quiero marcar la cancha: fútbol en las escuelas sí. Pero con criterio bilardista: que se vea en los resultados el esfuerzo máximo que puso cada uno de los integrantes del plantel.
Un ejemplo, un mundial lleno de materias
En la Copa del Mundo 2018 armamos, en una de las escuelas en donde trabajaba, de manera totalmente ad hoc y por puro fanatismo argento, el “Mundial de Materias”. La experiencia fue excelente: comprometido cada estudiante con un país participante, recabaron datos estadísticos sobre la población, analizaron problemáticas socio-económicas y geográficas, bucearon en las múltiples expresiones artísticas y culturales (música, literatura, deportes, pintura…), recorrieron historia y tradición, aprendieron palabras claves en otros idiomas en la plataforma Duolingo... Nadie quedó en offside. Todos se pusieron la 10 y abogaron por el fair play.
Entusiasmados con un hecho que los convocaba genuinamente, la pedagogía futbolera en las aulas tuvo un enorme éxito en los procesos individuales de aprendizaje de nuestros estudiantes. Así, entonces, con el pitido permanente del ‘saque si quiere ganar’, el laburo mancomunado entre docentes de todas las áreas y el fervor estudiantil que nos contagiaba cada vez más nos dejó los tres puntos en casa. Todos éramos hinchas de la misma camiseta.
Sin ánimos de polemizar ni de ser hiperbólica, así como se sancionaron la Ley de Educación Sexual Integral (26.150) y la Ley de Educación Ambiental Integral (27.621), no digo una Ley pero quizás sí sería válido proponer, sancionar y aplicar alguna contemplación panorámica para utilizar transversalmente cada cuatro años: convertir al Mundial de Fútbol en un contenido curricular. Las condiciones están más que dadas porque podemos ser creativos y buscar la manera de lograr –de una vez y no sé si para siempre porque la educación debe ser plástica, pero al menos sí mientras sea útil en los aprendizajes de los chicos- que los contenidos sean la práctica. Es decir, una pedagogía del fútbol llevada a las aulas de forma integral. Probemos y, cualquier cosa, miramos el VAR.