Si bien gran parte de la vida cotidiana y las actividades económicas se detuvo en algún momento de la pandemia, la transformación tecnológica, lo digital, no paró jamás. La ley de Moore –oráculo de los extraordinarios avances tecnológicos que predijeron la duplicación de la cantidad de un microchip cada dos años– va quedando atrás por un crecimiento más impactante todavía en otros segmentos digitales: en particular, los datos.
Los cálculos recientes muestran que el mundo podría generar más datos en los próximos tres años que en los últimos 30. El explosivo crecimiento de los datos se debe no solo a las actividades “humanas”. Hoy ya el 40% del tráfico de Internet lo generan máquinas, conectándose unas con otras. Es previsible que esta tendencia se acelere en los próximos años, y que la cantidad de dispositivos en red aumente espectacularmente llegando en 2030 según algunos cálculos a 125 mil millones.
Puede parecer abrumador. Y lo es. Como ciudadanos, hay quien sugiere que vivimos en una sociedad de información, no en la del conocimiento, parafraseando a Umberto Eco. Y en el ámbito empresarial, hay compañías que se enfrentan a lo que algunos consideran “la paradoja de los datos”. Una encuesta reciente de Forrester indica que de 4.036 altos ejecutivos relacionados con el mundo de los datos, el 70% considera que se recopilan datos más rápido de lo que pueden analizar, pero el 67% necesita más datos. La enorme oportunidad que producen las decisiones impulsadas por los datos se ve impedida por limitaciones en la capacidad. A veces este desafío se acentúa con la narrativa “defensiva” predominante sobre la gobernanza y política de datos, en la que no obstante, de forma correcta se da relevancia a la responsabilidad, la transparencia, y la privacidad.
De allí la pregunta del billón de dólares: ¿cómo pueden las empresas superar este desequilibrio entre la demanda y la capacidad, y adoptar una estrategia más “ofensiva” para maximizar el valor proveniente de los datos, y al tiempo de garantizar la seguridad y cumplimiento? Nuestra respuesta es breve: necesitamos que la gente, las instituciones y la cultura sean las adecuadas para destrabar y aprovechar la oportunidad que brindan los datos. Lo importante es que las compañías no pueden hacerlo solas. Ni más, ni menos.
Primero, las empresas necesitan institucionalizar la estrategia de datos en el nivel de recursos humanos. Formalizar el rol de Chief Data Officer (CDO) sería un inicio, es decir, contar con un científico y visionario en datos (no centrado solo en temas legales o regulatorios) que tenga responsabilidades claramente definidas. Ese CDO junto a su equipo sería el responsable de diseñar, implementar y supervisar una estrategia de datos holística (recolección, análisis y monetización) que informe las decisiones y unidades de negocios; facilitar el libre flujo de datos, el conocimiento impulsado por datos y las decisiones gerenciales relacionadas con los datos, tanto internamente como con socios o reguladores externos; y apoyaría a recursos humanos en la selección y capacitación de los empleados.
Hoy este rol centralizado del CDO a menudo se superpone con otras posiciones como el Chief Information Officer o el más defensivo Chief Privacy Officer, o el Chief Economist and Strategy Officer (más proactivo). Todo debiera combinarse para capitalizar los datos (con fines comerciales y regulatorios) y reducir la pérdida de eficiencia y la acumulación de información causada por problemas de jurisdicción o capacidad, asegurando por supuesto la privacidad y el cumplimiento. La exitosa creación y centralización de este rol podría conformar un hito en sí mismo ya que, según la misma encuesta citada un 70% de las compañías todavía necesitan que sus juntas de directores acepten sus estrategias y analítica de datos.
La incorporación de tecnologías digitales sumará más empleo humano a las empresas
Segundo, las instituciones necesitan estar a la altura de las circunstancias. Los datos son un nuevo activo estratégico (para evitar las metáforas de siempre) y la economía de hoy y del futuro incentiva la generación inteligente y responsable, el intercambio, y el uso de datos interoperables de alta calidad. A tal fin las instituciones – entidades regulatorias y reglas de aplicación nacional e internacional – tendrán que modernizarse. Hay esfuerzos pioneros como el Digital Economy Partnership Agreement (DEPA) iniciado por Singapur, Chile y Nueva Zelanda, la General Data Protection Regulation (GDPR) de la UE y la Data for Common Purpose Initiative (DCPI) del Foro Económico Mundial, que exploran las perspectivas y límites de la gobernanza de datos de nueva generación, y comparten el objetivo de hacer que los datos sean más abiertos y universales. El reciente acuerdo global sobre la ética de la inteligencia artificial liderado por la UNESCO se encuentra entre los esfuerzos globales más prometedores hacia una regulación inteligente de este campo.
En lo nacional los gobiernos debieran impulsar la predisposición a la ampliación digital y de datos. Y en lo internacional, vendría bien algo así como un “FMI o OMC de datos”, dada la naturaleza internacional del flujo de datos, por ejemplo. Si vamos un poco más allá, uno podría preguntarse si los datos han de ser reconocidos ya como un nuevo sector económico. Es cierto que según la Clasificación Industrial Internacional Estándar de las Actividades Económicas (ISIC) de 2008, algunas actividades vinculadas a los datos conforman un subsector bajo el sector “Información y Comunicación”. Sin embargo, está claro que un subsector no puede contener la profundidad del cambio económico, político y social llevado a cabo por los datos en estos últimos 14 años. Sabemos que un ajuste sectorial podía abrir encendidos debates sobre los instrumentos ampliamente aceptados, principalmente la definición de los mercados relevantes. Pero hacer caso omiso de ello causa un perjuicio todavía mayor.
Tercero, y relacionado con esto, todos los actores de los ecosistemas de datos (empresas, gobiernos, ciudadanos) han de aceptar y promover una cultura verdaderamente orientada a los datos. América latina y el Caribe, por ejemplo, se enfrenta no solo a una brecha de conectividad digital e inversión en comparación con países ya duchos en datos, sino también escasez de conocimiento en la ciencia de datos. No podemos esperar hasta que las universidades y la educación formal se adapten a los cambios y sean ágiles para ofrecer programas de 3 o 4 años en economía de datos. Hoy necesitamos programas de capacitación de 3 a 6 meses, en analítica y conocimiento digital. Es algo que puede brindar el sector privado, junto con gobiernos e instituciones educativas que así deseen hacerlo.
Sabemos que es una tarea enorme. Transformar los datos, de su estado como materia prima hasta que sean un genuino factor de producción y motor de innovación, requerirá de cambios en lo personal y lo organizacional. Aquí no hemos profundizado en los diferentes tipos de datos (en esto el Informe de Jurisdicción de Internet es buena fuente) y en la multiplicidad de direcciones en que pueden fluir entre ciudadanos, empresas, gobiernos (este, sobre datos para bien en ciudades, es buena lectura). La buena noticia es que el COVID-19, con toda su tragedia, ha sido el catalizador de este cambio cultural. Por ejemplo, los datos agregados de movilidad no personales han sido un área efectiva en la colaboración público-privada en la respuesta a la pandemia en varios países, emprendimiento que respaldó el G20.
La brecha digital en la revolución 4.0
El 5G, la inteligencia artificial y otras tecnologías aceleraran exponencialmente la generación y demanda de información, y por ello este es el momento para actualizar nuestra perspectiva respecto a los datos con una mirada centrada en lo que viene. Si contamos con la gente, las instituciones y la cultura adecuadas podemos construir las economías del futuro y utilizar los datos como impulsores de cambios para bien.
* Pepe Zhang. Director asociado y fellow del Centro Adrienne Arsht para América Latina del Atlantic Council.
* Ángel Melguizo. Vicepresidente para Asuntos Externos y Regulatorios de VRIO Latin America.