¿Por qué nos cuesta tanto ser felices? Porque hay una degradación de la felicidad, se la ha reducido a la búsqueda de placeres. La felicidad es un sentimiento contaminado por el mercado que impone gozar todo el tiempo, como sea; y en la góndola de sus ofertas ofrece máscaras, artefactos, objetos, recetas, virtualidades, trampas todas efímeras. La felicidad nos cuesta tanto porque la buscamos donde no está. Ser feliz es un sentimiento degradado por las ideologías de turno que buscan distraernos de nuestras búsquedas personales en pos de sus intereses; y así nos llevan por círculos viciosos que conducen, indefectiblemente, de la satisfacción a la insatisfacción.
El aburrimiento, el tedio, el desgano, la falta de sentido, el enojo, son los síntomas que mejor describen al ser de este tiempo que se distrae y se enchufa a los chupetes electrónicos, maratones de series, redes sociales, dentro de su casa, o que sale en búsqueda de placeres inmediatos, compras y vínculos vacíos, que solo resultan maquillajes para una existencia que está en crisis.
Vínculos tóxicos: el costo en la salud mental
Estamos cursando el tiempo de los efectos postpandémicos. El acecho del coronavirus no fue sin consecuencias para la salud mental. Las vivencias del miedo permanente al contagio, a la enfermedad y a la muerte han dejado alteraciones en el campo psicoemocional. A esto se le suman las injusticias y violencias sociales. Para estar en armonía necesitamos de algunos soportes, no certezas, pero sí de algunas garantías que colaboren con nuestro bienestar. Pero el mundo, tal como está funcionando, empuja al desequilibrio y eso genera mucha inseguridad. Las sensaciones reinantes son las de incertidumbre y desprotección, desencadenando altos niveles de estrés por el gran desgaste anímico que implica la búsqueda de un equilibrio psicofísico y espiritual.
El bienestar es algo que se cultiva, y como todo cultivo, merece cuidado y atención. Lo verdaderamente opuesto a la felicidad es el sufrimiento. Aun así, del sufrir se pueden extraer aprendizajes a favor de una vida más plena. Matthieu Ricard, en su libro En defensa de la felicidad, dice: “Sería, pues, absurdo negar que el sufrimiento puede tener cualidades pedagógicas si sabemos utilizarlas en el momento oportuno”. El sufrimiento puede ser pedagógico, si así lo decretamos para convertirlo en un aprendizaje. Utilizar lo que nos sucede para resignificar nuestra vida y para aprender a vivir mejor. Todo lo contrario sería la resignación, tapar el sufrir, o culpabilizar a los demás. Cuando llega una dolencia, un malestar, una crisis existencial, podemos tomarlo como una posibilidad, como una invitación para trabajar a favor de un cambio real, de la transformación personal, para resignificar nuestra vida y entonces sí hallar un estado de felicidad.
El plan de vida debería ser la felicidad, no el sufrimiento ni los placeres inmediatos. Y la felicidad está en íntima conexión con el equilibrio psicofísico y espiritual, con el sentimiento de plenitud, que a pesar de lo difícil que a veces resulta vivir, invita a celebrar el hecho de estar con vida. Tenemos que evitar todo aquello que nos haga mal, las palabras acciones y vínculos que nos intoxiquen, liberándonos de las propuestas que nos esclavicen y de las situaciones que nos impidan gozar de nuestra libertad de ser. No hay vida que no pase por alguna dolencia, por algún malestar. Pero cuando se presenta lo que duele, en vez de solo lamentarnos, o tapar lo que sentimos, podemos buscar el origen del malestar y trabajar sobre sus efectos, aprender a descifrarlo como un mensaje que nos llega, como una posibilidad para arribar a una felicidad genuina.
Poliamor y relaciones abiertas: ¿nuevas formas de encuentro o de desencuentro?
Nos cuesta tanto ser felices porque nos han impuesto una forma falsa de acceder a la felicidad que apunta al hacer y tener más que al ser y estar, con el imperativo de aprovechar el tiempo de manera productiva; como si así no se nos pasara la vida... Y este plan de felicidad trucha que nos han vendido, al que hay que llegar de manera veloz y efectiva, no hace más que dañar la salud mental generando ansiedades y angustias porque enseguida aparece la insatisfacción, ya que todo lo adquirido no "llena", son solo espejismos que pronto se evaporan.
¿Cómo alcanzar un estado verdadero de felicidad?
Para hacer un cambio real debemos proponernos un tiempo de silencio y de autopercepción, para ser críticos, para ir revisando nuestra vida y desechando lo innecesario. No nos enseñan a desconectarnos del mundo externo para conectar con nuestra interioridad. Nuestra vida está superpoblada de ideas, de obligaciones autoimpuestas, y de objetivos que nada tienen que ver con la felicidad, todo lo contrario.
Tenemos que abrirnos a las preguntas esenciales: ¿Cómo estoy viviendo? ¿Vivo acorde a mi deseo, o siguiendo mapas impuestos? Identificando ataduras y liberándonos podremos empezar el camino para alcanzar un estado de felicidad verdadero, sin mapas ni recetas; se trata de la aventura de vivir, de hacernos cargo de nuestra propia vida, de darle un sentido propio al existir.
*Psicólogo (UBA). Escritor.