OPINIóN
Análisis

¿Qué diría Kant sobre el vacunatorio vip?

Cuanto más grandes son las vicisitudes, más actuales resultan las enseñanzas de los grandes prensadores de la Humanidad, como Kant, y más acuciante se vuelve la necesidad de recurrir a ellos en busca de respuestas.

Immanuel Kant.  20200602
Immanuel Kant. | FACEBOOK

“¿Qué diría Kant?” reflexiona un joven Charles Van Doren de ficción, interpretado por Ralph Fiennes, ante el dilema ético que se le presenta frente a la posibilidad de hacer trampa, amparado en sus privilegios de clase, en el programa televisivo de preguntas y respuestas en el que participa. Nominada al Oscar como mejor película, mejor director y mejor guion adaptado, entre otras categorías, el film dirigido por Robert Redford, “Quiz Show”, gira en torno a la tensión entre la ética y el goce de los privilegios propios del viejo orden que la posguerra va diluyendo en su inexorable tránsito hacia la postmodernidad.  

Al igual que Van Doren, los argentinos bien podríamos preguntarnos “¿Qué diría Kant?”, el padre de la Ética moderna en el pensamiento occidental, frente al caso del vacunatorio vip. Si analizamos el episodio desde la óptica de su primer imperativo categórico: “obra de modo tal que la máxima de tu acción pueda considerarse una máxima universal”, debemos preguntarnos, entonces, qué pasaría si la lógica del poder y los privilegios se impusiera universalmente sobre la decisión de la mayoría de los países de priorizar a los más vulnerables, en los procesos de vacunación que se está llevando a cabo en buena parte del mundo.

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Imaginemos por un momento cómo sería ese escenario. Si se vacunara primero a aquellos que gozan de poder y privilegios, postergando la vacunación a los segmentos de mayor riesgo, como ancianos, personal sanitario e individuos con enfermedades preexistentes, muy probablemente se dispararían los índices de mortalidad y de hospitalización, generando el colapso de los sistemas de salud en todo el mundo. No solo sería un escenario catastrófico en términos sanitarios sino que, además, nos haría retroceder como civilización. Y es que, precisamente, una de las principales características que definen el grado de civilización de una sociedad es el conjunto de derechos que les otorga a sus miembros más vulnerables, así como el trato que les dispensa. En otras palabras, Kant no estaría muy contento con nosotros.

Es aquí donde podemos hacer jugar al segundo imperativo categórico: “trata a todos, incluido a ti mismo, como un fin en sí”. Claramente, postergar a los segmentos de mayor riesgo, anteponiendo los privilegios y deseos de una élite determinada, no parece compatible con la idea de tratar a esos miembros más necesitados como fines en sí, sino que, más bien, parece rebajarlos a la categoría de medios para que esa pequeña minoría pueda alcanzar sus propios objetivos. Desde la óptica del segundo imperativo categórico, el vacunatorio vip tampoco parece encajar con la ética kantiana.
 ¿Pero qué ocurre si, además, lo analizamos desde la visión de su competencia: la ética utilitarista, que juzga la moralidad de las acciones a partir del bienestar que maximiza en la sociedad? La proliferación de muertes, hospitalizaciones y el consiguiente colapso ineludible del sistema de salud que provocaría un esquema de vacunación basado en el poder y los privilegios de algunos, ciertamente estaría lejos de maximizar el bienestar del conjunto de la sociedad, por lo que tampoco resultaría defendible desde el punto de vista de esa corriente ética. Ni siquiera el Positivismo, con su apego a la vigencia de las normas, más allá de su contenido, ofrecería refugio, bajo el actual ordenamiento jurídico, a sus impulsores.

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En los últimos días se alzaron algunas voces que pretendieron minimizar o relativizar la acción; algunas, tal vez, bienintencionadamente. Sin embargo, esas voces no toman en cuenta el enorme valor simbólico que adquieren los actos públicos en épocas de crisis social, como la que vivimos. Para entenderlo, cabe preguntarnos, por ejemplo, si la picardía a la que accede Charles Van Doren, en lugar de suceder en los prósperos años 50, podría haber ocurrido en la década anterior, cuando los Estados Unidos estaban sumergidos en un esfuerzo bélico sin precedentes. Probablemente, Van Doren ni siquiera hubiese llegado a preguntarse “qué diría Kant”. No habría hecho falta. Sus frenos inhibitorios habrían actuado antes.

En momentos en los que se le exige enormes sacrificios a la sociedad, que afectan a la salud, el patrimonio y la calidad de vida de sus ciudadanos, los gestos simbólicos de las clases dirigentes adoptan un valor inconmensurable. Sobran ejemplos en la historia. Estos gestos simbólicos tienen enorme significación, también, desde la óptica intergeneracional. A pesar de no integrar grupos de riesgo, se les viene pidiendo a niños y jóvenes de nuestra sociedad sacrificios extraordinarios, que incluyeron un año completo sin clases presenciales, encuentros, viajes o salidas propias de su edad. Ese esfuerzo debió haber sido honrado con el ejemplo de quienes lo exigieron.

Algunos sectores de la clase dirigente parecieran no estar a la altura de los desafíos que se les han presentado. No pudieron preverlos, es cierto, pero sí decidieron estar en el lugar que hoy ocupan. Su respuesta ante esos desafíos determinará su grandeza o su ausencia, y el modo en que serán recordados. El destino les ha ofrecido una oportunidad: pasar a la historia como líderes que supieron guiar a la sociedad hacia la superación de esos obstáculos, por enormes que sean; o, simplemente, como dirigentes que claudicaron ante su magnitud. Cuanto más grandes son las vicisitudes, más actuales resultan las enseñanzas de los grandes prensadores de la Humanidad, como Kant, y más acuciante se vuelve la necesidad de recurrir a ellos en busca de respuestas.